Gara
Los resultados de las elecciones israelíes muestran por un lado el auge de la ultraderecha xenófoba del partido Israel Beitenu de Avigdor Lieberman, que se convierte en imprescindible para cualquier fórmula de Gobierno, y, paralelamente, el hundimiento del sionismo de izquierdas representado por laboristas y Meretz.
La ultraderecha es la verdadera vencedora política de las elecciones celebradas el martes en el Estado de Israel. La carrera electoral, convertida en un sprint dirigido a buscar el discurso más extremista, ha convertido a Avigdor Lieberman en el juez que determinará quién será el próximo primer ministro.
Con un empate técnico entre Tzpi Livni (Kadima) y Benjamín Netanyahu (Likud), el moldavo «que entiende árabe», como reza su xenófobo lema electoral, es el aliado favorito para los dos candidatos. Mientras que Livni defiende su derecho a liderar la formación de gobierno por ser la lista más votada, el segundo clama por un «gobierno nacionalista» que incluya a toda la liga antiárabe que se ha hecho fuerte en la Knesset.
La otra cara del auge ultraderechista es el hundimiento de la izquierda sionista, compuesta por laboristas y Meretz. Un movimiento que hace malabares entre su apoyo incondicional al Estado creado unilateralmente en 1948 y la contradicción que supone tratar de parecer su «cara amable». En este caso, ni siquiera los esfuerzos belicistas del todavía ministro de Defensa, Ehud Barak, han logrado evitar la caída del laborismo, que ha quedado relegado a cuarta formación y ha perdido toda su capacidad de influencia. En la misma línea, el Meretz ha sido incapaz de desmarcarse de forma contundente de la masacre de Gaza y, con la pérdida de la mitad de sus escaños, se encuentra en un pozo del que difícilmente podrá salir unido.
La posibilidad de la gran coalición. Lo que las urnas confirmaron el martes es la radicalización de una sociedad que tardará en conocer quién dirigirá el próximo Ejecutivo, pero que tiene la vista fija en la derecha. La noche de las elecciones, tanto Kadima como Likud proclamaron su victoria, aunque Livni, con 28 escaños, se impuso a Netanyahu en el duelo de candidatos. No obstante, el conservador, que obtuvo 27, podría recuperar terreno con el recuento del voto de 175.000 militares y es quien, a priori, cuenta con más posibilidades para liderar el Gobierno. «Existen dos opciones para el futuro Ejecutivo: una unión de derechas entre Likud, Israel Beitenu, Shas (ultraortodoxos sefardíes) con el apoyo de otro partido, o una gran coalición entre Likud, Kadima y Beitenu», explica Sergio Yahni, miembro del Alternative Information Center (AIC).
En realidad, nada cambia. Simon Tamir, experto en marketing de la Universidad Sappir y de tendencia laborista, da por seguro un gobierno entre los dos grandes partidos con el apoyo del ultra moldavo. «Kadima es un partido sin ideología, una formación que sólo puede sobrevivir en el Gobierno, por lo que no le queda otra opción que sumarse al Likud», asegura el analista, que apunta a la posibilidad de que Netanyahu tiente a los parlamentarios más derechistas de Kadima para que abandonen a Livni.
Esta posibilidad abriría la puerta a convertir en compañeros de cama a quienes hace 48 horas eran los dos principales rivales. Un ejemplo de un panorama electoral en el que, como ha insistido durante toda la campaña el columnista de «Haaretz» Gideon Levy, «las diferencias entre los partidos son sólo retóricas». Lo que ya se ha rechazado es la posibilidad de la rotación, dos años de gobierno para cada uno, una alternativa adoptada en 1984 entre Likud y laboristas pero que ha sido descartada por el partido de Netanyahu, que apela a la superioridad del bloque derechista para liderar el Gobierno.
El gobierno de los ultras. Este bloque, formado por aquellos que se niegan a negociar con los palestinos y abogan por mantener la ocupación sería la segunda opción. Likud, Beitenu y Shas necesitarían el apoyo de algún otro partido rabínico, como Unidad, Torah y Judaísmo, o deliberadamente racista, como Unidad Nacional, para llegar a los 61 escaños de la mayoría absoluta. «Tenemos la posibilidad de que el próximo gobierno esté compuesto por partidos fascistas». asegura Uri Abnery, antiguo militante del Irgún reconvertido en pacifista. «Eso sería un desastre, porque se cerrarían todas las puertas a una solución con los palestinos».
Netanyahu insiste en esta vía, que según Sergio Yahni podría generar un «mayor aislamiento» del Estado de Israel. No obstante, Lieberman, que es quien tiene la última palabra, mostró ayer sus preferencias por permitir que Livni tome la iniciativa para formar gobierno, aunque no descartaría entrar en un gobierno con el Shas, los ultraortodoxos que calificaron el apoyo al ultraderechista como «un voto a Satán».
La difícil compatibilidad entre izquierda y sionismo. Al margen de las negociaciones para un futuro gobierno, la izquierda sionista digiere su fracaso. Por un lado, los laboristas, para quienes las elecciones han supuesto un paso más en el camino que los ha llevado desde ser el principal partido del Gobierno en los años 70 a una fuerza irrelevante. Ni siquiera que su candidato, Ehud Barak, haya sido uno de los principales líderes de la matanza de Gaza ha evitado la fuga de votantes hacia Kadima. Poco queda (en influencia política, ya que los principios sionistas permanecen inamovibles) de una formación que fue liderada por el responsable de la Nakba palestina, David Ben Gurion, y que se aferra a los efectos de la crisis económica para reconducir el rumbo, según indicó la editorialista de «Haaretz», Avirama Golan, a la agencia France Press.
El caso del Meretz es todavía más dramático. Ha perdido la mitad de sus escaños, pasando de seis a tres, y a punto ha estado de no sobrepasar la barrera del 2% y quedarse fuera del parlamento. «Esto nos obliga a una reflexión seria«, señaló ayer el concejal de la formación en Jerusalén Meir Margalit, justo antes de una reunión en la que, según aseguró, «comenzaremos por pedir la dimisión de nuestro candidato, Chaim Oron».
Con un discurso más contundente, Uri Avnery responsabiliza de los malos resultados a intelectuales como el escritor Amos Oz: «Se ha posicionado a favor de una guerra inhumana e innecesaria, y los votantes les han castigado». El futuro del partido es incierto, aunque las posibilidades que se abren para el partido son una muestra de la falta de rumbo de la formación.
«Algunos abogan por acercarse a los laboristas, aunque yo no soy partidario, mientras que otros piensan en que debemos estrechar los lazos con Hadash (el Partido Comunista, donde concurren en la misma lista judíos y árabes). Está claro que nos hemos alejados de nuestros votantes y tendremos que plantearnos cuál es nuestro futuro», concluyó el edil.
La alternativa árabe. Quienes sí han logrado superar su anterior representatividad son los partidos árabes. Un total de once escaños que provienen, casi exclusivamente, de los votos procedentes del norte. En localidades como Nazaret o Umm al-Fahm, es como si las elecciones fuesen otras. Hadash, con cuatro escaños, la Lista Árabe Unida (UAL-Ta'al), con otros cuatro, y Balad, con tres, son las únicas opciones que barajan sus habitantes, que han sido el objetivo principal de los ataques de Lieberman. Aunque no cuentan para el resto de miembros de la Knesset, los resultados de los partidos árabes «muestran la posibilidad de crear una izquierda no sionista», destaca Sergio Yahni, que llama la atención sobre el «profundo cambio» surgido de los comicios. «Los partidos tradicionales, como laboristas o Meretz, han caído», asegura el miembro del AIC, que adelanta que podrían convocarse nuevas elecciones en un corto período de tiempo en el caso de que no se forme un gobierno estable.
El proceso de formación de Gobierno será largo. Pero no es un tiempo muerto. «Olmert podría aprovechar este mes para llegar a un acuerdo de alto el fuego en Gaza», avanza Simon Tamir, que considera que el futuro primer ministro vería con buenos ojos esta iniciativa. «Facilitaría las cosas al primer ministro». Un pacto que nacería con la incertidumbre de estar condicionado por los ultraderechistas.
La ultraderecha es la verdadera vencedora política de las elecciones celebradas el martes en el Estado de Israel. La carrera electoral, convertida en un sprint dirigido a buscar el discurso más extremista, ha convertido a Avigdor Lieberman en el juez que determinará quién será el próximo primer ministro.
Con un empate técnico entre Tzpi Livni (Kadima) y Benjamín Netanyahu (Likud), el moldavo «que entiende árabe», como reza su xenófobo lema electoral, es el aliado favorito para los dos candidatos. Mientras que Livni defiende su derecho a liderar la formación de gobierno por ser la lista más votada, el segundo clama por un «gobierno nacionalista» que incluya a toda la liga antiárabe que se ha hecho fuerte en la Knesset.
La otra cara del auge ultraderechista es el hundimiento de la izquierda sionista, compuesta por laboristas y Meretz. Un movimiento que hace malabares entre su apoyo incondicional al Estado creado unilateralmente en 1948 y la contradicción que supone tratar de parecer su «cara amable». En este caso, ni siquiera los esfuerzos belicistas del todavía ministro de Defensa, Ehud Barak, han logrado evitar la caída del laborismo, que ha quedado relegado a cuarta formación y ha perdido toda su capacidad de influencia. En la misma línea, el Meretz ha sido incapaz de desmarcarse de forma contundente de la masacre de Gaza y, con la pérdida de la mitad de sus escaños, se encuentra en un pozo del que difícilmente podrá salir unido.
La posibilidad de la gran coalición. Lo que las urnas confirmaron el martes es la radicalización de una sociedad que tardará en conocer quién dirigirá el próximo Ejecutivo, pero que tiene la vista fija en la derecha. La noche de las elecciones, tanto Kadima como Likud proclamaron su victoria, aunque Livni, con 28 escaños, se impuso a Netanyahu en el duelo de candidatos. No obstante, el conservador, que obtuvo 27, podría recuperar terreno con el recuento del voto de 175.000 militares y es quien, a priori, cuenta con más posibilidades para liderar el Gobierno. «Existen dos opciones para el futuro Ejecutivo: una unión de derechas entre Likud, Israel Beitenu, Shas (ultraortodoxos sefardíes) con el apoyo de otro partido, o una gran coalición entre Likud, Kadima y Beitenu», explica Sergio Yahni, miembro del Alternative Information Center (AIC).
En realidad, nada cambia. Simon Tamir, experto en marketing de la Universidad Sappir y de tendencia laborista, da por seguro un gobierno entre los dos grandes partidos con el apoyo del ultra moldavo. «Kadima es un partido sin ideología, una formación que sólo puede sobrevivir en el Gobierno, por lo que no le queda otra opción que sumarse al Likud», asegura el analista, que apunta a la posibilidad de que Netanyahu tiente a los parlamentarios más derechistas de Kadima para que abandonen a Livni.
Esta posibilidad abriría la puerta a convertir en compañeros de cama a quienes hace 48 horas eran los dos principales rivales. Un ejemplo de un panorama electoral en el que, como ha insistido durante toda la campaña el columnista de «Haaretz» Gideon Levy, «las diferencias entre los partidos son sólo retóricas». Lo que ya se ha rechazado es la posibilidad de la rotación, dos años de gobierno para cada uno, una alternativa adoptada en 1984 entre Likud y laboristas pero que ha sido descartada por el partido de Netanyahu, que apela a la superioridad del bloque derechista para liderar el Gobierno.
El gobierno de los ultras. Este bloque, formado por aquellos que se niegan a negociar con los palestinos y abogan por mantener la ocupación sería la segunda opción. Likud, Beitenu y Shas necesitarían el apoyo de algún otro partido rabínico, como Unidad, Torah y Judaísmo, o deliberadamente racista, como Unidad Nacional, para llegar a los 61 escaños de la mayoría absoluta. «Tenemos la posibilidad de que el próximo gobierno esté compuesto por partidos fascistas». asegura Uri Abnery, antiguo militante del Irgún reconvertido en pacifista. «Eso sería un desastre, porque se cerrarían todas las puertas a una solución con los palestinos».
Netanyahu insiste en esta vía, que según Sergio Yahni podría generar un «mayor aislamiento» del Estado de Israel. No obstante, Lieberman, que es quien tiene la última palabra, mostró ayer sus preferencias por permitir que Livni tome la iniciativa para formar gobierno, aunque no descartaría entrar en un gobierno con el Shas, los ultraortodoxos que calificaron el apoyo al ultraderechista como «un voto a Satán».
La difícil compatibilidad entre izquierda y sionismo. Al margen de las negociaciones para un futuro gobierno, la izquierda sionista digiere su fracaso. Por un lado, los laboristas, para quienes las elecciones han supuesto un paso más en el camino que los ha llevado desde ser el principal partido del Gobierno en los años 70 a una fuerza irrelevante. Ni siquiera que su candidato, Ehud Barak, haya sido uno de los principales líderes de la matanza de Gaza ha evitado la fuga de votantes hacia Kadima. Poco queda (en influencia política, ya que los principios sionistas permanecen inamovibles) de una formación que fue liderada por el responsable de la Nakba palestina, David Ben Gurion, y que se aferra a los efectos de la crisis económica para reconducir el rumbo, según indicó la editorialista de «Haaretz», Avirama Golan, a la agencia France Press.
El caso del Meretz es todavía más dramático. Ha perdido la mitad de sus escaños, pasando de seis a tres, y a punto ha estado de no sobrepasar la barrera del 2% y quedarse fuera del parlamento. «Esto nos obliga a una reflexión seria«, señaló ayer el concejal de la formación en Jerusalén Meir Margalit, justo antes de una reunión en la que, según aseguró, «comenzaremos por pedir la dimisión de nuestro candidato, Chaim Oron».
Con un discurso más contundente, Uri Avnery responsabiliza de los malos resultados a intelectuales como el escritor Amos Oz: «Se ha posicionado a favor de una guerra inhumana e innecesaria, y los votantes les han castigado». El futuro del partido es incierto, aunque las posibilidades que se abren para el partido son una muestra de la falta de rumbo de la formación.
«Algunos abogan por acercarse a los laboristas, aunque yo no soy partidario, mientras que otros piensan en que debemos estrechar los lazos con Hadash (el Partido Comunista, donde concurren en la misma lista judíos y árabes). Está claro que nos hemos alejados de nuestros votantes y tendremos que plantearnos cuál es nuestro futuro», concluyó el edil.
La alternativa árabe. Quienes sí han logrado superar su anterior representatividad son los partidos árabes. Un total de once escaños que provienen, casi exclusivamente, de los votos procedentes del norte. En localidades como Nazaret o Umm al-Fahm, es como si las elecciones fuesen otras. Hadash, con cuatro escaños, la Lista Árabe Unida (UAL-Ta'al), con otros cuatro, y Balad, con tres, son las únicas opciones que barajan sus habitantes, que han sido el objetivo principal de los ataques de Lieberman. Aunque no cuentan para el resto de miembros de la Knesset, los resultados de los partidos árabes «muestran la posibilidad de crear una izquierda no sionista», destaca Sergio Yahni, que llama la atención sobre el «profundo cambio» surgido de los comicios. «Los partidos tradicionales, como laboristas o Meretz, han caído», asegura el miembro del AIC, que adelanta que podrían convocarse nuevas elecciones en un corto período de tiempo en el caso de que no se forme un gobierno estable.
El proceso de formación de Gobierno será largo. Pero no es un tiempo muerto. «Olmert podría aprovechar este mes para llegar a un acuerdo de alto el fuego en Gaza», avanza Simon Tamir, que considera que el futuro primer ministro vería con buenos ojos esta iniciativa. «Facilitaría las cosas al primer ministro». Un pacto que nacería con la incertidumbre de estar condicionado por los ultraderechistas.