"El desierto de los tártaros", Dino Buzzati


KEPA ARBIZU
Lumpen



Es curioso que ni la crítica ni el público considere un referente a Dino Buzzati, salvo en momentos puntuales de reediciones o de alguna efeméride, pero en cambio si sea muy reconocido y alabado por muchos escritores. El más sonado y el que ha dedicado mayores halagos hacia el italiano fue Borges, de hecho según sus propias palabras sería uno de los pocos escritores contemporáneos a los que salvaría. Así que no es de extrañar que prologara su obra más exitosa “El desierto de los tártaros”.

Personaje curioso, pocas veces se consideró a sí mismo como escritor, prefería centrarse más en su profesión, periodista, a la que se dedicó durante toda su vida y siempre en el mismo medio, “El corriere della sera”. Fue también un entusiasta de la música llegando a tocar instrumentos como el piano o el violín. Pero si en alguna de sus cualidades artísticas quiso reivindicarse, fue en la de la pintura.

Seguramente, esta falta de definición ha hecho que no posea una creación literaria especialmente extensa y que además, haya merodeado por diferentes estilos, desde la novela corta hasta la novela de ciencia ficción, pasando por algo parecido al realismo.

Su estilo, no sólo literario sino pictórico, se nutre de diferentes fuentes, una es el fatalismo kafkiano que por extensión le hace emparentarse con los llamados existencialistas, más en concreto con Sartre o Camus. También se vislumbra en su prosa cierta tendencia al cuento gótico fantástico al estilo Poe. Por último no hay que desdeñar la influencia del periodismo a la hora de transmitir cierta exactitud en su lenguaje.

“El desierto de los tártaros” es la historia del oficial Drogo, que nada más terminar su entrenamiento en el ejército es trasladado a una fortaleza encargada de controlar un paso fronterizo. Dicho lugar se convertirá en sitio monótono y gris, exceptuando la idea persistente del posible peligro, un ataque extranjero, al que están expuestos. Este libro nada tiene que ver ni con las guerras ni con la vida más o menos característica de los militares. Cierto que utiliza perfectamente sus características, orden, jerarquía, burocratización, para ensalzar el tono apático y carente de humanidad que pretende transmitir la historia.

En lo que se centra verdaderamente Buzzati, es en dar una visión carente de esperanza, casi apocalíptica, de la vida, donde las metas se tornan en irrealizables y el paso del tiempo lapida cualquier ilusión. Desmonta el mito, nunca mejor dicho, de aquello de que lo mejor está por llegar, este argumento sólo sirve para bloquear y alejarse de cualquier forma de realización. Vivimos entregados a una “misión” , representada aquí por el siempre latente ataque enemigo, que nunca acaba de llegar. Con la juventud uno se propone alcanzar grandes objetivos que el paso de los años se encargará de truncar. Temática muy parecida en el fondo que no en el tratamiento, a “El tedio” de su compatriota Moravia.

La fortaleza representa en sí, la lucha humana, llena de esplendor en principio pero que rápidamente se convierte en una gran cárcel de la que no se puede escapar en un primer momento y que se da por perdida según el transcurrir de los días. Es muy interesante la humanización que hace de dicha fortaleza el autor, dándole un aura más misteriosa si cabe, frente a la cada vez más insulsa y robotizada vida de sus ocupantes.

Nos encontramos ante un relato crudísimo que se acentúa por el conciso lenguaje, basado en descripciones acertadas pero para nada extensas, al estilo de Conrad en “El corazón de las tinieblas”. Con un claro sabor “existencialista”, Buzzati logra estremecer al lector ante la cada vez mayor desilusión del protagonista.