La publicación de un disco sobre sus primeros años enfatiza su influencia entre los músicos británicos
RAGTIME WILLIERequesound
El año pasado ya escribí en estas mismas páginas algunas palabras en memoria de uno de mis intérpretes más sagrados. El año pasado se conmemoraba la muerte de uno de los cantantes y autores más desgarradoramente personales del pasado siglo: Jacques Brel. Una figura descarnadamente radical, absolutamente rompedora que ha tenido una influencia determinante en la música rock.
La canción francesa es una de mi más sentidas debilidades. Mi temporada como estudiante en Francia me permitió interesarme en la poliédrica expresividad del idioma, transmitida en forma de canciones. Y, sobre todo, lo que más me atrajo fue la facultad de intérpretes para desnudarse completamente a través de sus canciones y sus actuaciones: el optimismo rosado, teñido de dulce melancolía de Charles Trenet; la fragilidad explosiva de Edith Piaf; el sarcasmo fabulador de Georges Brassens; el paso del tiempo, la implacable fugacidad de la vida, el cinismo inherente a Jacques Brel. Y un auténtico kamikaze, el inigualable Serge Gainsbourg.
A pesar de su proximidad geográfica, la canción francesa ha tenido una influencia bastante limitada en los músicos españoles. Que yo recuerde, solamente gente como Joan Manuel Serrat o Javier Krahe (quien fue un excelente adaptador de textos franceses, en particular, textos de Brassens), incluyendo a Joaquín Sabina, han manifestado públicamente su deuda con el cancionero galo. Ni hablamos ya de grupos o intérpretes más cercanos en el tiempo. Entre las bandas jóvenes españolas, el desconocimiento por la magnitud de la música francesa es casi nula.
No sucede lo mismo en el Reino Unido. Centrándonos en Brel, su influencia fue discernible en David Bowie y Scott Walter, aunque también se extiende a figuras como Damon Albarn, Norman Blake (de Teenage FunClub) o Jarvis Cocker. Justamente, en estas fechas se publica el disco “Jacques Brel In The 50s: The Birth Of A Genius”, un disco recopilatorio de las primeras canciones de Brel condensadas en sus dos primeros trabajos, grabados para Philips Records entre 1954 y 1957. El disco está remasterizado por el propio Norman Blake.
Brel era, ante todo, poseedor de una fuerza interior descomunal que canalizaba a través de sus canciones y, sobre todo, a través de sus actuaciones en directo. Según Gavin Friday, antiguo miembro de la banda irlandesa The Virgin Prune: “La primera vez que vi a Brel en directo no supe qué cojones me pasaba. Simplemente no podía creérmelo. Su rebelión ante la estupidez fue lo primero que me atrajo de él. Su actitud física. Su expresión. Desde entonces, viví obsesionado con Brel”.
El magnetismo de Brel era algo casi sobrenatural. Su actitud fue imitada en décadas posteriores y fue asimilada a la música rock. La explosión expresiva de Brel puede sentirse en el propio Bowie, en sus memorables conciertos como Ziggy Stardust, por citar solamente un admirador declarado.
Continúa Gavin Friday: “Brel es un ser sudoroso. Puedes imaginártelo escupiéndote, si estás sentado en la primera fila.” Puro sudor, entrañas desnudas.
Marc Almond, de Soft Cell, otro músico británico “encantado” por Brel afirma: “Su magnetismo rompe las barreras idiomáticas. No tienes que entender necesariamente cada palabra que canta. Te hace comprender la historia a través de la manera en que la expresa. Brel vive dentro de sus canciones”.
Brel, belga de nacimiento pero parisino de adopción, Sus primeros pasos se desarrollaron en Bélgica, en pequeños circuitos musicales, para, más tarde, dar el salto a París. A pesar de su electricidad escénica, Brel dejó de aparecer en público en 1966, para pasar a una suerte de retiro que duraría hasta su prematura muerte a los 49 años de edad.
El disco que ahora se lanza es una recopilación de los primeros pasos de Brel en el mundo musical, atisbándose las líneas maestras que florecerían en toda su plenitud a partir de su obra maestra “La Valse Á Mille Temps”, su cuarta obra fechada en 1959. A partir de entonces, Brel se convierte en una estrella por derecho propio.
La influencia de Brel, aparte de ser un gigante en el escenario imitado por muchos, es especialmente intensa en su faceta de compositor. Brel abordaba temas insólitos para compositores del rock: su obsesión por la muerte, el sexo, la política, la arrogancia colonial imperante en su época…escribió canciones antibelicistas, canciones sobre borrachos, sobre prostitutas….escribió sobre la vejez. Temas de tan amplio espectro que pasmaron a músicos y autores incipientes. A partir de entonces, su magnética expresividad como letrista y su variada temática, fueron un modelo a seguir; además de Bowie y Walter, trazos de la expresividad artística de Brel pueden rastrearse en los trabajos de Leonard Cohen, Tom Waits o Rufus Wainwright.
Su desnudez y su radical individualismo también enseño a autores posteriores la necesidad de escribir sobre uno mismo, en lugar de seguir las pautas del publico. Brel abría su alma. Cantaba sobre la desilusión, sobre mundos sórdidos. Pero también tenía un trasfondo vitalista extraordinario. Le apasionaba vivir.
Murió en su retiro en La Polinesia en donde solamente se dedicaba a navegar a vela y, naturalmente a escribir. Su cuerpo yace unos metros más allá de la tumba de Paul Gauguin.
La canción francesa es una de mi más sentidas debilidades. Mi temporada como estudiante en Francia me permitió interesarme en la poliédrica expresividad del idioma, transmitida en forma de canciones. Y, sobre todo, lo que más me atrajo fue la facultad de intérpretes para desnudarse completamente a través de sus canciones y sus actuaciones: el optimismo rosado, teñido de dulce melancolía de Charles Trenet; la fragilidad explosiva de Edith Piaf; el sarcasmo fabulador de Georges Brassens; el paso del tiempo, la implacable fugacidad de la vida, el cinismo inherente a Jacques Brel. Y un auténtico kamikaze, el inigualable Serge Gainsbourg.
A pesar de su proximidad geográfica, la canción francesa ha tenido una influencia bastante limitada en los músicos españoles. Que yo recuerde, solamente gente como Joan Manuel Serrat o Javier Krahe (quien fue un excelente adaptador de textos franceses, en particular, textos de Brassens), incluyendo a Joaquín Sabina, han manifestado públicamente su deuda con el cancionero galo. Ni hablamos ya de grupos o intérpretes más cercanos en el tiempo. Entre las bandas jóvenes españolas, el desconocimiento por la magnitud de la música francesa es casi nula.
No sucede lo mismo en el Reino Unido. Centrándonos en Brel, su influencia fue discernible en David Bowie y Scott Walter, aunque también se extiende a figuras como Damon Albarn, Norman Blake (de Teenage FunClub) o Jarvis Cocker. Justamente, en estas fechas se publica el disco “Jacques Brel In The 50s: The Birth Of A Genius”, un disco recopilatorio de las primeras canciones de Brel condensadas en sus dos primeros trabajos, grabados para Philips Records entre 1954 y 1957. El disco está remasterizado por el propio Norman Blake.
Brel era, ante todo, poseedor de una fuerza interior descomunal que canalizaba a través de sus canciones y, sobre todo, a través de sus actuaciones en directo. Según Gavin Friday, antiguo miembro de la banda irlandesa The Virgin Prune: “La primera vez que vi a Brel en directo no supe qué cojones me pasaba. Simplemente no podía creérmelo. Su rebelión ante la estupidez fue lo primero que me atrajo de él. Su actitud física. Su expresión. Desde entonces, viví obsesionado con Brel”.
El magnetismo de Brel era algo casi sobrenatural. Su actitud fue imitada en décadas posteriores y fue asimilada a la música rock. La explosión expresiva de Brel puede sentirse en el propio Bowie, en sus memorables conciertos como Ziggy Stardust, por citar solamente un admirador declarado.
Continúa Gavin Friday: “Brel es un ser sudoroso. Puedes imaginártelo escupiéndote, si estás sentado en la primera fila.” Puro sudor, entrañas desnudas.
Marc Almond, de Soft Cell, otro músico británico “encantado” por Brel afirma: “Su magnetismo rompe las barreras idiomáticas. No tienes que entender necesariamente cada palabra que canta. Te hace comprender la historia a través de la manera en que la expresa. Brel vive dentro de sus canciones”.
Brel, belga de nacimiento pero parisino de adopción, Sus primeros pasos se desarrollaron en Bélgica, en pequeños circuitos musicales, para, más tarde, dar el salto a París. A pesar de su electricidad escénica, Brel dejó de aparecer en público en 1966, para pasar a una suerte de retiro que duraría hasta su prematura muerte a los 49 años de edad.
El disco que ahora se lanza es una recopilación de los primeros pasos de Brel en el mundo musical, atisbándose las líneas maestras que florecerían en toda su plenitud a partir de su obra maestra “La Valse Á Mille Temps”, su cuarta obra fechada en 1959. A partir de entonces, Brel se convierte en una estrella por derecho propio.
La influencia de Brel, aparte de ser un gigante en el escenario imitado por muchos, es especialmente intensa en su faceta de compositor. Brel abordaba temas insólitos para compositores del rock: su obsesión por la muerte, el sexo, la política, la arrogancia colonial imperante en su época…escribió canciones antibelicistas, canciones sobre borrachos, sobre prostitutas….escribió sobre la vejez. Temas de tan amplio espectro que pasmaron a músicos y autores incipientes. A partir de entonces, su magnética expresividad como letrista y su variada temática, fueron un modelo a seguir; además de Bowie y Walter, trazos de la expresividad artística de Brel pueden rastrearse en los trabajos de Leonard Cohen, Tom Waits o Rufus Wainwright.
Su desnudez y su radical individualismo también enseño a autores posteriores la necesidad de escribir sobre uno mismo, en lugar de seguir las pautas del publico. Brel abría su alma. Cantaba sobre la desilusión, sobre mundos sórdidos. Pero también tenía un trasfondo vitalista extraordinario. Le apasionaba vivir.
Murió en su retiro en La Polinesia en donde solamente se dedicaba a navegar a vela y, naturalmente a escribir. Su cuerpo yace unos metros más allá de la tumba de Paul Gauguin.