Mankievicz a los 100


JUAN BONILLA
El Mundo



Para aprender a caminar es necesario antes arrastrarse a cuatro patas. Se lo dijo Louis B. Mayer a Mankiewicz cuando éste, a mediados de los 30, le dijo que quería dar el paso a la dirección. Hasta entonces había hecho de todo: desde trabajar en la subtitulación de filmes mudos hasta redactar tratamientos, guiones, diálogos -en quince días, por ejemplo, escribió seis historias distintas que podían llevar el mismo título: ninguna sirvió. Había una diferencia esencial entre la Metro y la Fox: en la primera el productor era el que mandaba; en la segunda, el director. Los años de la Metro fueron para el productor Mankiewicz los más amargos, pero también resultaron imprescindibles como aprendizaje. Entre sus logros como productor figura la Furia espléndida de Fritz Lang y dejar a Scott Fitzgerald sin ganas de seguir trabajando para Hollywood después de los recortes que le hizo a su guión Tres Camaradas.

En 1943 Mankiewicz dejó de avanzar a cuatro patas y se puso en pie: pasó de la Metro a la Fox para que materializara el que, según él, era el sueño de cualquier guionista: dirigir lo que había escrito. Lo importante era alejarse de la infelicidad que le había proporcionado su trabajo como productor. Ganaba casi 3.000 dólares semanales, era un derrochador consumado, pero sólo era feliz cuando, a bordo de su barco, se tumbaba en alta mar. Se sentía allí, rodeado de inmensidad, abrigado, seguro de sí mismo. Sólo había otro lugar donde esa sensación lo abducía: en un plató de cine, “protegido de todo en el país de las ilusiones donde nada existe en realidad”.

Y sin embargo, fue la realidad su principal inspiradora. Sus escritores favoritos (y para escogerlos pensaba en ellos cinematográficamente, es decir, eran sus predilectos porque le resultaba fácil imaginar películas leyéndolos) eran Dickens y Shakespeare, y son desde luego sus maestros en el arte en el que se consagró: el de confeccionar personajes inolvidables. “El personaje es el auténtico señor del reino Mankiewicz”, escribió Terenci Moix en su primera colaboración con la prensa, en un número de la revista Film Ideal dedicado al director. Personajes inolvidables los de películas como Eva al desnudo, De repente, el último verano -con guión de Gore Vidal sobre la obra de Tenesse Williams-, Ellos y ellas, Julio César, Carta a tres esposas, El americano tranquilo -sobre la novela de Graham Greene-, Cleopatra, o desde luego, La condesa descalza. Puede que no haya un director en el peldaño más alto de la historia con tanta capacidad para hacer de la palabra una herramienta tan imprescindible como las imágenes. En sus películas no es raro que un narrador testigo potencie las imágenes mediante su relato.

En el texto citado, Moix se refería a “la dramaturgia total” de Mankiewicz: no, no estaba diciendo que el director se había dedicado a hacer teatro filmado, sino algo muy distinto: había aprendido cómo hacer del relato fílmico la más perfecta evolución del arte de narrar. Tomen como ejemplo Cleopatra y sus tres horas cuarenta minutos de duración: el pulso de narrador seguro de Mankiewicz consigue que no haya un respiro, que el tiempo se quede en la puerta y allá donde alcancen las imágenes, reine un tiempo legendario.

Todo ello no hubiera sido posible sin la ambición de Mankiewicz de hacer cine de autor, por cara que fuera la producción y sonado que pudiera ser el fracaso. Le acompañaron grandísimas estrellas: Marlon Brando, Bette Davis, Ava Gardner, Liz Taylor. Firmó algunas de las escenas imprescindibles de cualquier antología. Y su arma fundamental fue la de los grandes directores del Hollywood de la época dorada: la consciente sobriedad, la capacidad milagrosa para sostener un relato sin que se notara el artificio, la facilidad exquisita con que ahondaba en sus personajes. Ives Boisset escribió: “Cada uno de sus filmes es la obra maestra del género al que pertenece”. Los shakespeareanos alabarán su versión de Julio César, Tenesse Williams nunca rayó más alto que en su versión de De repente, el último verano, puede que haya otra película de espías tan buena como Operación Cicerón, pero no es mejor que Operación Cicerón.

Y en cuanto al mundo del teatro, al narcisismo de las estrellas, ¿qué película ha retratado esa tragedia con tanta fuerza como Eva al desnudo? Con palabras de Boisset: “a diferencia de la mayoría de los directores cuyo método (inspirado en la novelística americana) consiste en descubrir al hombre a través de sus actos, Mankiewicz describe profundamente el carácter de sus héroes, lo suficiente como para que sea inútil exponer prolijamente sus actos”.