JESÚS MIGUEL MARCOS
Público
Woody Guthrie se comió a bocados la Gran Depresión. Fue, junto John Steinbeck y John Dos Passos, el gran cronista de una época en la que al hombre le tocó vivir como al perro. Arrastrado, pulgoso y chupando huesos.
En 1943, con 31 años, Guthrie paró por primera vez en su vida. Miró atrás y encontró Rumbo a la gloria, el libro de memorias que acaba de reeditar en español Global Rhythm Press, con prólogo de Pete Seeger. No es una autobiografía al uso, en la que el autor reelabora su historia tomando distancia con los hitos que han marcado sus días, sino una especie de novela en primera persona basada en hechos reales.
Y los hechos son tremendos. La imagen del primer capítulo ya deja claro que no se trata de ningún cuento de hadas:Guthrie viaja sobre el techo de un vagón de tren junto a tres compañeros. Cae una tormenta de órdago y el grupo no duda en quitarse las camisas para proteger la guitarra de Woody. Los cuatro acaban de escapar de una pelea multitudinaria que se ha desatado en uno de los vagones, donde los hombres viajan como animales.
El niño y el espanto
En el libro, el cantante hace memoria de su infancia con especial minuciosidad. Fue un niño precoz, sediento de conocimientos y de una sensibilidad exquisita. La conciencia política le viene de familia: su nombre de pila es Woodrow Wilson, igual que el presidente que llegó al poder el año de su nacimiento.
Rumbo a la gloria da las claves del que fuera padre artístico de Bob Dylan. Es imposible entender su resistencia a las adversidades de la Gran Depresión sin conocer los trágicos sucesos que marcaron su niñez. Nacido en el seno de una familia burguesa deOklahoma, el negocio de su padre se fue a pique, su hermana Clara murió en un accidente y su madre acabó internada en un psiquiátrico.
Durante la década de los treinta, recorrió EEUU de una punta a otra en busca de trabajo. Siempre con su guitarra al hombro, vivió en carne propia las brutales consecuencias del desempleo. "Actúo en tabernas y, bueno, mi trabajo consiste en hacer más ruido que ellos, para que tengan lástima de mí y me den unas monedas", dice en uno de los diálogos del libro. Guthrie no fue un santo, pero es obligatorio reconocer en él valores difíciles de encontrar: su activismo social, su conciencia insobornable y su fe inquebrantable en un mundo mejor.
En 1943, con 31 años, Guthrie paró por primera vez en su vida. Miró atrás y encontró Rumbo a la gloria, el libro de memorias que acaba de reeditar en español Global Rhythm Press, con prólogo de Pete Seeger. No es una autobiografía al uso, en la que el autor reelabora su historia tomando distancia con los hitos que han marcado sus días, sino una especie de novela en primera persona basada en hechos reales.
Y los hechos son tremendos. La imagen del primer capítulo ya deja claro que no se trata de ningún cuento de hadas:Guthrie viaja sobre el techo de un vagón de tren junto a tres compañeros. Cae una tormenta de órdago y el grupo no duda en quitarse las camisas para proteger la guitarra de Woody. Los cuatro acaban de escapar de una pelea multitudinaria que se ha desatado en uno de los vagones, donde los hombres viajan como animales.
El niño y el espanto
En el libro, el cantante hace memoria de su infancia con especial minuciosidad. Fue un niño precoz, sediento de conocimientos y de una sensibilidad exquisita. La conciencia política le viene de familia: su nombre de pila es Woodrow Wilson, igual que el presidente que llegó al poder el año de su nacimiento.
Rumbo a la gloria da las claves del que fuera padre artístico de Bob Dylan. Es imposible entender su resistencia a las adversidades de la Gran Depresión sin conocer los trágicos sucesos que marcaron su niñez. Nacido en el seno de una familia burguesa deOklahoma, el negocio de su padre se fue a pique, su hermana Clara murió en un accidente y su madre acabó internada en un psiquiátrico.
Durante la década de los treinta, recorrió EEUU de una punta a otra en busca de trabajo. Siempre con su guitarra al hombro, vivió en carne propia las brutales consecuencias del desempleo. "Actúo en tabernas y, bueno, mi trabajo consiste en hacer más ruido que ellos, para que tengan lástima de mí y me den unas monedas", dice en uno de los diálogos del libro. Guthrie no fue un santo, pero es obligatorio reconocer en él valores difíciles de encontrar: su activismo social, su conciencia insobornable y su fe inquebrantable en un mundo mejor.