La teta asustada

El miedo antes de nacer

QUIM CASAS
Dirigido por...




Primero ganó en Sundance-2006 con su primer largometraje, Madeinusa, una película definida por su directora, Claudia Llosa, como muy barroca (y balbuciente, añadiría). Ahora ha sido premiada en Berlín-2009 con su segundo film, La teta asustada, un viaje del miedo a la libertad que debe hacerse con equipaje más ligero, también en boca de la realizadora. De Sundance y después Rotterdam, cunas varias de todos los cineastas primerizos que quieren triunfar como independientes para después lograrse un porvenir más holgado, a Berlín, uno de los festivales categoría A. De una cinta barroca y pintoresca a otra mucho más desnuda en el plano narrativo, aunque esa consideración debe ponerse un poco en cuarentena. En todo caso, dos films bastante más similares de lo que evidencian las palabras de su directora, donde la densidad exótica, por definirlo de alguna manera -y siempre desde la perspectiva europea-, prima muchas veces sobre otros factores.


La teta asustada habla del miedo y de la recuperación, de los años de sometimiento y de los tiempos de liberación, de la humillacion y de la dignidad, del Perú en general y de la castigada cultura quechua en particular. Lo hace en clave realista a partir de un hecho, de un detalle global, que no lo es tanto. La madre de la protagonista del film fue represaliada y violada en tiempos del terrorismo de estado. Su teta se asustó, y ese es el síndrome que da título a la película, una enfermedad que se transmite a través de la leche materna, pero también un estado de ánimo, la cristalización dolorosa del sufrimiento y la violencia que esparcen la guerra y el terrorismo militar y que afectó especialmente a las mujeres indígenas del Perú. Para remediarlo, Fausta ha colocado una patata en su vagina; el tubérculo como escudo, la realidad pura y dura (un miedo atávico) y una nota de realismo mágico, aunque trasmutado en necesidad, en obligación. Cuando su madre muere, después de la larga letanía de cánticos en su lengua natal con la que se abre el film, Fausta hace todo lo posible para que tenga un entierro como se merece. De esta manera, el naturalismo y la urgencia -la búsqueda de un ataúd y del lugar adecuado donde cavar un hoyo, la sensación de devolverle a la madre tras su muerte aquella dignidad que le fue arrebatada en vida- se funden con ese toque mágico tan difícil de describir, porque es y no es fantasía: la patata en la vagina, la idea de que Fausta lo sabe y lo experimenta todo porque contempló desde el útero materno la violación de la madre y el asesinato del padre. Fausta supo, desde el mismo umbral de la vida, que la existencia venidera sería tan pesada como la más pesada de las losas.

Claudia Llosa, directora de origen peruano-italiano, nacida en Lima pero afincada desde hace cinco años en Barcelona, sobrina del escritor Mario Vargas Llosa y del también director Luis Llosa -aunque de momento, nada que ver entre ellos: a su tío cinematográfico se deben títulos como El especialista, con Stallone - Stone y Anaconda, con Jennifer López-, sostiene el tiempo fílmico a su manera y hace de los contrastes uno de los principales elementos de La teta asustada. El viaje de Fausta en busca de un féretro es un viaje de contrastes, pero también lo es su existencia en el pueblo, lo que sabe y lo que calla, la relación con el resto de familiares, los miedos que quiere olvidar y los temores a los que, después de la muerte de su madre, no tiene más remedio que hacer frente. Para Llosa, La teta asustada es un film sobre la recuperación de la autoestima. Y ese es uno de los procesos mejor explicados a lo largo del relato: Fausta, como representación casi universal del lacerado pueblo peruano, el que estuvo sometido al régimen del terror desde los años setenta hasta los noventa, debe forzosamente recuperar la autoestima si quiere seguir adelante y enterrar con la dignidad que merece a la madre muerta. La presencia de ésta es alargada tanto en lo ético como en lo físico: su cadáver reposa en la cama familiar durante todo el tiempo que emplean la joven protagonista y un amigo para conseguirle un buen funeral, ceremonia que corre en paralelo a las de las bodas que organiza el tío de Fausta, y en las que ésta participa como un alma en pena, como una figura desclasada en un mundo ultrajado.

Asegura la directora que el proceso que experimenta Fausta es equiparable al del propio país, surgiendo del oscurantismo para dejar atrás, en la medida de lo posible, el miedo y la ignorancia. No se trata de cicatrizar una herida abierta, sino de curarla, ya que el proceso no ha hecho más que empezar y el procedimiento es lento, quizás insufrible. En consonancia con ello, La teta asustada es un película de métrica pesada, poética y rugosa, pero en exceso dilatada, que va del primer plano de un rostro que ocupa toda la pantalla a planos generales de una realidad social que debe partir de cero, del individuo a la colectividad, del miedo personal al horror de todo un país. A veces se acoge a la idea del barroquismo de Madeinusa, aunque Llosa ha pretendido todo lo contrario, y el barroquismo desnivela la balanza y hace que prestemos atención a lo pintoresco en detrimento de lo esencial. El film divaga, en definitiva, siendo curioso pero no completo, yendo de un lado a otro, dándose golpes consigo mismo, mostrando una tensión sin tensar la cuerda, haciendo de la indefinición también un estilo propio y logrando, y esa es una de las cosas más interesantes del trabajo de Claudia Llosa, explicar cosas varias de una cultura ancestral sin que tengamos nunca la sensación de estar ante un tratado cinematográfico de etnografía folclórica o arqueología cultural.