Weegee, la foto cruda


PEIO H. RIAÑO
Público




Esta es la historia de un niño judío, hijo de rabino, que llega a Nueva York con su familia desde un pequeño pueblo polaco (hoy ucraniano), en 1910. Para entonces ya se había cambiado su nombre por el de Arthur. No sería el definitivo. Tenía 11 años y quería salir adelante y prepararse un éxito a su justa medida, al corte norteamericano, trabajando duro en lo que fuera. En 1917 está en un estudio como asistente de fotógrafo, y cuatro años más tarde en el cuarto oscuro del New York Times, aunque pronto decide cambiarse a Acme Newspictures, la agencia que provee de imágenes a los tres diarios de Nueva York: Daily News, World Telegram y Herald Tribune. En 1935, harto de su invisibilidad, se echa a la calle de la ciudad, como fotoperiodista freelance. Entonces empieza la leyenda.

Nace Weegee, que es como suena la pronunciación de güija en inglés, porque decían de él que acababa su trabajo antes de que la Policía limpiase la escena del crimen, en algunos casos incluso antes de que ellos llegaran. No estaba en contacto con el más allá, tenía permiso para copiar la frecuencia de la radio de la Policía metropolitana.

Pero lo que significa realmente Weegee, quedará aclarado en la Fundación Telefónica de Madrid, desde el próximo jueves, en la primera gran exposición del artista en España. Horror y morbo. Un zapato debajo de la rueda de un coche, un cuerpo bajo un montón de hojas de periódicos, dos mafiosos rematados a balazos con un plato de espaguetis recién servido. Weegee es la realidad de serie B. Ya fuera asesinato, ajuste de cuentas, accidente de tráfico, incendio, detención o cualquier episodio de violencia callejera, que no pasaba desapercibido para el olfato de este fotógrafo.

Para atender la nocturnidad de la ciudad como se merecía, es decir, como una sala de urgencias, se había preparado en su coche el apartamento más pequeño de todo el Lower East Side: llevaba en el maletero de su Chevrolet la máquina de escribir, bombillas para el flash, película, unos cigarros puros, salchichón y mudas. "Weegee captó la noche de Nueva York cuando la ciudad se volvía desolada y asustadiza", escribe el editor de la antología Brooklyn Noir, Tim McLoughlin, en un volumen de la colección.

La noche febril

Weegee hizo de la noche un símbolo y una condición humana. Fue incansable, locuaz e invasor, se atrevió a cruzar con su cámara las horas más peligrosas, se coló con descaro en sesiones de cines para sorprender a novios en pleno magreo, retrató la crispación social, los conflictos raciales, el malestar por la falta de trabajo en los peores momentos de depresión tras la II Guerra Mundial. No tuvo reparos en mofarse de la clase rica en medio del panorama de escasez, porque en sus fotografías les hacía quedar como monstruos, como una mercancía dislocada.

Oportunista, sensacionalista y mirón. Todo eso fue Weegee y a mucha honra. Oportunistas, sensacionalistas y mirones también quienes no pueden dejar de admirar las fotos más crudas del periodismo gráfico. No tiene problemas con la metáfora, porque sólo quiere enfrentarse con el fatal acontecimiento. La suya es la escuela cruda de la realidad, a la que le basta con un instante para enfocar, encuadrar y flash. Eran los orígenes del disparo callejero y del auge de la cámara Speed Graphic, esa maravilla portátil que golpeaba al sujeto a flashazos. "Su estilo está marcado por un extraordinario realismo; sin embargo, el cuidado compositivo no le importaba tanto", escribe el crítico Klaus Honnef sobre el fotógrafo.

Weegee llegó a la fotografía cuando todavía la fotografía no había maleado al sujeto y era capaz de convocar la mirada limpia y cruda de miles de personas, por ejemplo, que abarrotaban la playa de Coney Island en el verano de 1940. Son fotos de cuando la gente iba con sombrero y el blanco y negro tenía otro color.

Una adicción fatal

Durante casi 25 años la foto fue su misión, su obsesión y su adicción. Hasta que cambió la mirada, y torció el gesto, y varió el camino por el que transitaba desde hacía años y se acercó a Hollywood, hambriento de fama. Allí conoció a Kubrik, quien en 1964 lo llamó para que le ayudase con la fotografía en ¿Teléfono rojo?, volamos hacia Moscú, y sirvió a Peter Sellers de inspiración en el acento de su papel del Doctor Strangelove.

Pero antes de que Weegee pretendiera ser un artista, fue el primer fotoperiodista desgarrado, dentro de una generación de fotógrafos que rompió con la ortodoxia, y ofreció una visión personal de la cara menos maqueada de la ciudad. Como las tomas que Walker Evans captó entre los usuarios del metro neoyorquino, entre 1938 y 1941. Él no portaba una aparatosa Speed Graphic, sino una 35 mm escondida bajo su abrigo.

En 1948 el fotoperiodista Eugene Smith explicó que cualquier fotógrafo debe asumir la responsabilidad de sus obras y los efectos de estas, porque cuando su obra sea una deformación de la realidad, "será también un crimen contra la humanidad". Aun en temas poco importantes hay que adoptar esta actitud, pues "la fotografía (y la leyenda al pie) son lo que moldea la opinión", Weegee desnudó la ciudad y cumplió con la humanidad.