Heredero de una tradición musical que se remonta a muchas carreteras secundarias, Justin Townes Earle continúa la tradicción paterna por los sonidos de raíces. La mitología popular y el respeto por las influencias descansan en su álbum Midnight at the movies
FERNANDO NAVARRO
El País
Si Justin hubiese sido un formidable contable o un destacado hombre de negocios, su padre se habría llevado un buen disgusto. Aunque siempre podría haber causado peores tormentos. "Más le hubiese molestado si perteneciera al Partido Republicano", añade entre risas. Es lo que sucede cuando eres el primogénito de Steve Earle, posiblemente el cowboy más independiente, aguerrido y antirrepublicano de la escena folk de Estados Unidos. Pero lejos de convertirse en una preocupación, Justin Townes Earle (Nashville, Estados Unidos, 1983) ha salido a su padre.
No es un calco pero se le parece mucho. Tanto que no le importa marcar a las claras y desde el principio un territorio compartido bajo su nombre artístico. Con los apellidos Townes Earle, Justin, 25 años, sintetiza sus influencias y las de su padre, que fue discípulo aventajado del legendario Townes Van Zandt, del que adquirió la inspiración para ofrecer genuina música americana. "Como mi padre, Townes Van Zandt es el verdadero motivo por el que quise escribir canciones. Él, Woody Guthrie y Bruce Springsteen son las principales referencias que tengo", reconoce Justin en una conversación por teléfono desde Nueva York.
Según las biografías de ambos, el nombre de Townes también resume la existencia más excesiva de los varones Earle. Con tan sólo 19 años, Steve conoció en persona a Van Zandt en Houston y de su héroe personal también aprendió a vivir al límite de las circunstancias, a caballo entre el alcohol, la heroína y el crack. Adicciones que tardó media vida en superar mientras intentaba sacar unos dólares en garitos de Tejas, pasaba por la cárcel o grababa discos repletos de cicatrices y country rock arrollador. Y, al igual que su padre, Justin también pasó, aunque más fugazmente, su propia travesía del desierto: "Dejé de beber y probar cualquier droga hace cinco años, hasta que un día un amigo me llevó al hospital". Fue el momento en que Justin abandonó las drogas, que, según reconoce, le habían impedido hasta entonces centrarse en la música. Pero no fue el único motivo por el que este chico de padres separados tardó en enfundarse una guitarra. "He pasado casi toda mi vida con mi madre más que con mi padre. Y mi madre odia a los músicos (risas). No crecí en un ambiente realmente muy musical, rodeado de guitarras o tocando canciones en el salón. Algunos amigos tenían una guitarra, pero yo no. Era mi padre el que las tenía pero se las llevó cuando yo tenía dos años. Y, desde entonces, supongo que mi madre no quiso saber nada de canciones en casa (risas)", explica.
Su vocación tenía que llegar antes o después. Intérprete y compositor, en la línea tradicional de songwriter americano, por la sangre de los Earle corre la música. Él y su padre no son los únicos que se dedican en cuerpo y alma a los auténticos sonidos de raíces. La hermana pequeña de Steve y tía de Justin, Stacey Earle, es una de las más lúcidas representantes estadounidenses del folk delicado y sincero. "Mi abuelo era músico y su hermano tocaba muy bien el piano, así que supongo que la música era la mejor salida que ha habido en mi familia", cuenta el último de los Earle en componer sus propios temas. Pero, puestos a tirar del hilo, hay más nombres interesantes que salen al echar un vistazo al álbum familiar. Stacey toca y canta con su marido, Mark Stuart, un veterano multiinstrumentista que ha estado a las órdenes del propio Steve y de otros grandes del género como Steve Forbert o el difunto Freddy Fender. Y desde hace unos años Steve gira e incluso compone algún tema con su actual pareja, Allison Moore, una de las voces más finas de Nashville, aparte de ser hermana de la magnífica cantautora Shelby Lynne. En palabras de Justin, Moore es su segunda madre, "el último ingrediente de la familia". Todo queda por tanto en casa.
De alguna manera, Justin, con ese gorro a lo Hank Williams, se presenta como una formidable consecuencia del legado aún vivo de su padre, un músico que ha mordido tantas veces el polvo en su propio mundo de forajido como canciones humanas e intensas acostumbra a componer en su camino por el alambre. "Mi padre está lleno de consejos. Más de los que te puedas imaginar. Da reglas y consejos sobre cómo escribir una canción, la necesidad de leer libros y, sobre todo, siempre te recuerda que nada funciona si no lo dejas madurar dentro de ti", señala. Esa rigurosidad, propia de una tradición musical que se remonta a muchas décadas atrás, en carreteras secundarias y caminos polvorientos, es la base misma de un carácter, un modelo artístico independiente con denominación de origen, cada vez más difícil de encontrar en un mapa musical dominado por los imperativos comerciales y la galopante amnesia colectiva. Justin pone un ejemplo con uno de los pioneros: "Sólo tienes que preguntar a la gente quién es Woody Guthrie. Es muy triste. Un hombre que significa lo que significa y no suelen situarlo. Es el verdadero campeón de la música americana. Creo que es una especie de fortuna si un día puedes escuchar y sentir una canción como This land is your land. ¡Y a muchos cuando les suena se creen que es un músico de Nueva York! Les dices que es de Oklahoma y te dicen: 'Es un jodido okie' (nombre con el que se conocía a los habitantes de las Grandes Llanuras durante la época de la Gran Depresión)".
Siente la misma desazón cuando habla de Nashville, su ciudad natal. Desde hace muchos años, la cuna del country es una metrópoli jerarquizada, rendida al funcionamiento del negocio, pantomima de su gloriosa historia, donde es más importante llevar un sombrero que tener algo que decir con el corazón y tres acordes. Como antes hicieron Johnny Cash o Willie Nelson, su padre fue uno de esos outlaws que jugó a ser bandido en pleno fuerte vaquero. "Nashville ha cambiado muchísimo y nunca más será como antes. Está irreconocible y no es la ciudad donde crecí. Antes vivían 200.000 personas y ahora viven un millón, está llena de edificios. El orgullo de Nashville ha desaparecido. Creo que sólo un grupo de personas muy reducido hicieron por mantener la esencia, entre ellas mi padre, pero el resto sólo aspiraban a ser famosas. La mayoría no escriben canciones, sólo buscan fama. Son impostores", se lamenta Justin.
La mitología popular y el respeto por las influencias descansan en su obra. No cae en el simple revival. Así lo testifica en su reciente álbum, Midnight at the movies, su segundo trabajo individual tras el brillante The good life. En ambos muestra un compendio de estilos tradicionales, que de forma sencilla e inteligente recorre ese pasado sonoro y vital desde el hillbilly candente de Ray Price hasta el alternative country más moderno de Whiskeytown. "Escribo canción por canción, sin pensar en un sonido general para el disco. Creo que tengo muchas influencias, desde el blues hasta Chet Parker", asegura. Pero en la enciclopedia americana por fascículos musicales, Justin Townes Earl se sitúa en una tímida escena contemporánea de fascinantes regeneradores del folk sureño y de la East Coast con gente como The Felices Brothers y Old Crow Medice Show. De hecho, algunos miembros de esas bandas colaboran en su disco e incluso Justin suele girar a menudo con Cory Younts, cantante de The Felice Brothers, en estrictos conciertos de hillbilly. "Ha crecido con un grupo de músicos alrededor muy bueno. Me siento muy orgulloso y feliz. Son muy buenos amigos y es magnífico que gente de mi edad o próximos a ella se basen en las raíces de la música americana", afirma.
Más que una sencilla página traspapelada, todos ellos, desde estos amigos a los miembros de su familia, son parte de la evolución de una historia, la de la música popular norteamericana, que se escribe cada día más en los márgenes pero con grandes letras. Hay una canción paradigmática al respecto en el nuevo álbum de Justin. Se llama They killed John Henry. Hace referencia a John Henry, personaje de leyenda y protagonista de canciones, cuentos y novelas americanas por simbolizar el esfuerzo del hombre contra las desalmadas tecnologías. Con sus manos y una maza, este héroe folclórico lucha hasta la muerte contra la máquina por clavar más rieles en las vías del ferrocarril. Es una tarea humana épica ante la devastadora fuerza de los tiempos. Justin lo explica: "Estaba buscando la forma de retratar a mi abuelo y su pasado. Siempre andaba contándome todas esas historias de John Henry y otros cuentos de héroes del pueblo americano. Y hay gente de la que hablo que ha intentado acabar con la figura de mi abuelo". Pero, a la vista de los resultados, no lo consiguieron. Y en la familia Earle hay una certeza: lo que no te mata, te hace más fuerte.
No es un calco pero se le parece mucho. Tanto que no le importa marcar a las claras y desde el principio un territorio compartido bajo su nombre artístico. Con los apellidos Townes Earle, Justin, 25 años, sintetiza sus influencias y las de su padre, que fue discípulo aventajado del legendario Townes Van Zandt, del que adquirió la inspiración para ofrecer genuina música americana. "Como mi padre, Townes Van Zandt es el verdadero motivo por el que quise escribir canciones. Él, Woody Guthrie y Bruce Springsteen son las principales referencias que tengo", reconoce Justin en una conversación por teléfono desde Nueva York.
Según las biografías de ambos, el nombre de Townes también resume la existencia más excesiva de los varones Earle. Con tan sólo 19 años, Steve conoció en persona a Van Zandt en Houston y de su héroe personal también aprendió a vivir al límite de las circunstancias, a caballo entre el alcohol, la heroína y el crack. Adicciones que tardó media vida en superar mientras intentaba sacar unos dólares en garitos de Tejas, pasaba por la cárcel o grababa discos repletos de cicatrices y country rock arrollador. Y, al igual que su padre, Justin también pasó, aunque más fugazmente, su propia travesía del desierto: "Dejé de beber y probar cualquier droga hace cinco años, hasta que un día un amigo me llevó al hospital". Fue el momento en que Justin abandonó las drogas, que, según reconoce, le habían impedido hasta entonces centrarse en la música. Pero no fue el único motivo por el que este chico de padres separados tardó en enfundarse una guitarra. "He pasado casi toda mi vida con mi madre más que con mi padre. Y mi madre odia a los músicos (risas). No crecí en un ambiente realmente muy musical, rodeado de guitarras o tocando canciones en el salón. Algunos amigos tenían una guitarra, pero yo no. Era mi padre el que las tenía pero se las llevó cuando yo tenía dos años. Y, desde entonces, supongo que mi madre no quiso saber nada de canciones en casa (risas)", explica.
Su vocación tenía que llegar antes o después. Intérprete y compositor, en la línea tradicional de songwriter americano, por la sangre de los Earle corre la música. Él y su padre no son los únicos que se dedican en cuerpo y alma a los auténticos sonidos de raíces. La hermana pequeña de Steve y tía de Justin, Stacey Earle, es una de las más lúcidas representantes estadounidenses del folk delicado y sincero. "Mi abuelo era músico y su hermano tocaba muy bien el piano, así que supongo que la música era la mejor salida que ha habido en mi familia", cuenta el último de los Earle en componer sus propios temas. Pero, puestos a tirar del hilo, hay más nombres interesantes que salen al echar un vistazo al álbum familiar. Stacey toca y canta con su marido, Mark Stuart, un veterano multiinstrumentista que ha estado a las órdenes del propio Steve y de otros grandes del género como Steve Forbert o el difunto Freddy Fender. Y desde hace unos años Steve gira e incluso compone algún tema con su actual pareja, Allison Moore, una de las voces más finas de Nashville, aparte de ser hermana de la magnífica cantautora Shelby Lynne. En palabras de Justin, Moore es su segunda madre, "el último ingrediente de la familia". Todo queda por tanto en casa.
De alguna manera, Justin, con ese gorro a lo Hank Williams, se presenta como una formidable consecuencia del legado aún vivo de su padre, un músico que ha mordido tantas veces el polvo en su propio mundo de forajido como canciones humanas e intensas acostumbra a componer en su camino por el alambre. "Mi padre está lleno de consejos. Más de los que te puedas imaginar. Da reglas y consejos sobre cómo escribir una canción, la necesidad de leer libros y, sobre todo, siempre te recuerda que nada funciona si no lo dejas madurar dentro de ti", señala. Esa rigurosidad, propia de una tradición musical que se remonta a muchas décadas atrás, en carreteras secundarias y caminos polvorientos, es la base misma de un carácter, un modelo artístico independiente con denominación de origen, cada vez más difícil de encontrar en un mapa musical dominado por los imperativos comerciales y la galopante amnesia colectiva. Justin pone un ejemplo con uno de los pioneros: "Sólo tienes que preguntar a la gente quién es Woody Guthrie. Es muy triste. Un hombre que significa lo que significa y no suelen situarlo. Es el verdadero campeón de la música americana. Creo que es una especie de fortuna si un día puedes escuchar y sentir una canción como This land is your land. ¡Y a muchos cuando les suena se creen que es un músico de Nueva York! Les dices que es de Oklahoma y te dicen: 'Es un jodido okie' (nombre con el que se conocía a los habitantes de las Grandes Llanuras durante la época de la Gran Depresión)".
Siente la misma desazón cuando habla de Nashville, su ciudad natal. Desde hace muchos años, la cuna del country es una metrópoli jerarquizada, rendida al funcionamiento del negocio, pantomima de su gloriosa historia, donde es más importante llevar un sombrero que tener algo que decir con el corazón y tres acordes. Como antes hicieron Johnny Cash o Willie Nelson, su padre fue uno de esos outlaws que jugó a ser bandido en pleno fuerte vaquero. "Nashville ha cambiado muchísimo y nunca más será como antes. Está irreconocible y no es la ciudad donde crecí. Antes vivían 200.000 personas y ahora viven un millón, está llena de edificios. El orgullo de Nashville ha desaparecido. Creo que sólo un grupo de personas muy reducido hicieron por mantener la esencia, entre ellas mi padre, pero el resto sólo aspiraban a ser famosas. La mayoría no escriben canciones, sólo buscan fama. Son impostores", se lamenta Justin.
La mitología popular y el respeto por las influencias descansan en su obra. No cae en el simple revival. Así lo testifica en su reciente álbum, Midnight at the movies, su segundo trabajo individual tras el brillante The good life. En ambos muestra un compendio de estilos tradicionales, que de forma sencilla e inteligente recorre ese pasado sonoro y vital desde el hillbilly candente de Ray Price hasta el alternative country más moderno de Whiskeytown. "Escribo canción por canción, sin pensar en un sonido general para el disco. Creo que tengo muchas influencias, desde el blues hasta Chet Parker", asegura. Pero en la enciclopedia americana por fascículos musicales, Justin Townes Earl se sitúa en una tímida escena contemporánea de fascinantes regeneradores del folk sureño y de la East Coast con gente como The Felices Brothers y Old Crow Medice Show. De hecho, algunos miembros de esas bandas colaboran en su disco e incluso Justin suele girar a menudo con Cory Younts, cantante de The Felice Brothers, en estrictos conciertos de hillbilly. "Ha crecido con un grupo de músicos alrededor muy bueno. Me siento muy orgulloso y feliz. Son muy buenos amigos y es magnífico que gente de mi edad o próximos a ella se basen en las raíces de la música americana", afirma.
Más que una sencilla página traspapelada, todos ellos, desde estos amigos a los miembros de su familia, son parte de la evolución de una historia, la de la música popular norteamericana, que se escribe cada día más en los márgenes pero con grandes letras. Hay una canción paradigmática al respecto en el nuevo álbum de Justin. Se llama They killed John Henry. Hace referencia a John Henry, personaje de leyenda y protagonista de canciones, cuentos y novelas americanas por simbolizar el esfuerzo del hombre contra las desalmadas tecnologías. Con sus manos y una maza, este héroe folclórico lucha hasta la muerte contra la máquina por clavar más rieles en las vías del ferrocarril. Es una tarea humana épica ante la devastadora fuerza de los tiempos. Justin lo explica: "Estaba buscando la forma de retratar a mi abuelo y su pasado. Siempre andaba contándome todas esas historias de John Henry y otros cuentos de héroes del pueblo americano. Y hay gente de la que hablo que ha intentado acabar con la figura de mi abuelo". Pero, a la vista de los resultados, no lo consiguieron. Y en la familia Earle hay una certeza: lo que no te mata, te hace más fuerte.