Eugenio Martín, un cineasta de culto por descubrir


CRISTINA ROJO
Soitu




Desconocido para muchos, Eugenio Martín es un director de cine que lo ha abarcado todo: desde el cortometraje documental hasta el cine fantástico y de terror, el spaguetti western, la comedia musical y las típicas españoladas de finales de los 60. Ante su cámara se han puesto con el mismo respeto Pepe Isbert y Christopher Lee, James Mason o Julio Iglesias. Rescatado de un inexplicable olvido por el festival de cine Retroback el pasado febrero, su nombre ha vuelto a brillar en la gran pantalla gracias al ciclo que la Filmoteca Nacional le ha dedicado recientemente.

El nombre de Eugenio Martín (Ceuta, 1925), es uno de los pocos cineastas españoles que han inspirado a Quentin Tarantino. Y es que con 'El precio de un hombre', Gene Martin (como se le conocía en el mundo anglosajón) hizo una película única en la que mezclaba la tradición del western americano con las influencias del cine italiano. Aquella fue una de las pocas películas del director que fue reconocida en el momento de su estreno, llegando incluso a ser declarada “de interés artístico especial”. Sin embargo, la influencia de la política en el arte durante sus años más productivos, en plena dictadura franquista, hizo que la gran mayoría de sus obras fueran incomprendidas y duramente criticadas, algo que no detuvo al director, que hasta el momento suma 4 cortometrajes, 22 películas y 2 series de televisión.

“Sé que no todas mis películas son buenas, pero de más de veinte, creo que unas cinco o seis lo son”, dice Martín sentado en el estudio donde hoy todavía trabaja, a sus 84 años. Para él, 'Pánico en el Transiberiano', una de sus películas más reconocidas a nivel mundial, que alcanza incluso la categoría de cine de culto, fue “una más”, aunque otras como 'Tengamos la guerra en paz', o la serie 'Juanita la Larga', que hizo para televisión, están entre sus favoritas. “Tenía un material dramático de primera”, dice, “para mí lo más importante es contar una buena historia, no importa el género”. Así es como el director, fundador de la Filmoteca de Granada y formado en la misma escuela que Berlanga o Saura, nunca quiso decantarse por un estilo, y desde que se puso detrás de una cámara hasta el día de hoy se ha mantenido abierto a cualquier posibilidad: “Me he sentido igual de cómodo haciendo un thriller que una comedia, una película de misterio que una de aventuras. Me considero una especie de juglar porque me dedico a narrar las historias que otros han inventado, no soy de esos directores creadores de un mundo propio como Ingmar Bergman o Buñuel”.

En cualquier caso, esa cualidad flexible del director ceutí le valió la posibilidad de trabajar en un amplísimo registro de producciones, tanto dirigiendo como haciendo de ayudante en producciones extranjeras que se rodaban en España. Así fue como estableció contacto con algunos de los grandes del cine americano, como Nicholas Ray, a quien asistió en 'Rey de reyes'. Después llegarían películas propias como 'Hipnosis', 'Duelo en el amazonas' o 'El precio de un hombre' ('The bounty killer'). “¿De qué actor tengo mejor recuerdo? Es difícil, muchos de ellos han sido tan buenos que no sabría elegir. Peter Cushing por ejemplo o James Mason eran buenísimos, pero también Lola Flores (protagonista en 'Una señora estupenda') hizo un trabajo fantástico conmigo, llegando a conseguir el equivalente al Goya de entonces a la mejor interpretación femenina."

El cine de género, un ámbito que nunca ha llegado a estar bien visto en España, fue otro de los motores del trabajo del cineasta, que considera esta rama de la creación cinematográfica como el arquetipo que ha permitido que haya continuidad en la industria del cine en los últimos años: “esa distinción que a veces se ha planteado entre el cine de género o el cine de autor siempre deja al género en peor lugar, es un tópico, porque dentro del cine de género se han hecho obras magníficas y en el llamado de autor también hay pedanterías enormes”. Los años de la dictadura franquista hacían muy duro el trabajo de cualquier artista, y en el cine las cosas no eran diferentes. Además de la censura, estaba la autocrítica de los propios creadores que, si no se manifestaban en contra del sistema, eran considerados irresponsables por no intentar derribar el franquismo. “Esto hizo mucho daño, se hizo mucha literatura antisistema pero que traicionaba en cierto sentido lo auténtico: contar historias humanas, las que están por encima y por debajo de la política. Para mí, esta era una censura mucho más dura porque la otra, el corta y pega al que sometían las películas era un juego de ingenio en el que tú peleabas con el censor y a veces hasta podías engañarles. La otra no, era una censura ante ti mismo y te dabas cuenta de que no estabas siendo sincero”.

Con censura o sin ella, Martín dice haber conseguido hacer el cine que le interesaba: “He podido hacer las historias que quería. Por ejemplo, 'Tengamos la guerra en paz' (un anticipo de lo que años después sería 'Belle Epoque', de Fernando Trueba) me sigue pareciendo una historia interesante. Cuando la estrenamos no tuvo mucho éxito, fue mucho mejor vista fuera que dentro de España, pero la he vuelto a ver recientemente y creo que mantiene toda su frescura”.

Con la mirada puesta en dos proyectos para televisión de los que prefiere no hablar, Martín dice que si pudiera seguir haciendo películas seguiría disfrutando igual: “Hace unos días me llamaron para hacer un remake de 'Pánico en el transiberiano'. Creo que yo no voy a poder formar parte del proyecto, pero es bonito que aún te digan que quieren hacer cosas contigo. Creo que he tenido una vida de la cual no sólo no me arrepiento, sino que estoy muy orgulloso”.