A favor del mal

Aparecen dos textos inéditos en castellano, breves pero esenciales en la literatura de Jean Genet, en los que defiende su talante provocador con un alegato descarado sobre la violencia y una reflexión amarga de la homosexualidad



PEIO H. RIAÑO
Público




La vida de un escritor maldito se cuece en la cárcel. La literatura y su relación con el mal requieren un lugar angosto, asfixiante y aislado, donde concentrarse en la escritura de la crueldad y la traición, de la violencia y la histeria, de la cobardía y el rencor. Un sitio lo suficientemente alejado de la sociedad como para que ésta termine por admirarle en su empeño y superación, en su maldad misma. Allí Jean Genet (1910-1986) encontró silencio y mito, alejado de los hombres y sus normas.

Al hilo de la cárcel zurció la idea de maldad como modo de cultivar su singularidad. Sería violento, sería marginal. Sería su voluntad para seguir un destino contrario a todas las reglas. "El niño criminal es el que ha forzado una puerta que da a un lugar prohibido. Quiere que esa puerta se abra sobre el más bello paisaje del mundo: exige que la cárcel que merece sea feroz. Es decir, digna del esfuerzo diabólico que le ha costado conquistar", escribió Jean Genet a principios de 1948, en un texto titulado El niño criminal que aparece traducido por primera vez al castellano estos días, gracias a la editorial Errata Naturae.

El escrito es un guión de radio y tiene la crudeza y la entrega a la violencia propia de la palabra dicha desde la rabia. Genet fue invitado a principios de 1948 a un programa de radio llamado Carte blanche (Carta blanca), en el que se concedía libertad de palabra a un autor francés para dirigirse a los oyentes.

Fernand Pouey, el director de las emisiones dramáticas y literarias de la Radiodifusión Francesa, también pidió a Antonin Artaud otro texto para otra intervención, Para acabar de una vez con el juicio de Dios. Genet entregó El niño criminal. El director general de la emisora, Wladimir Porché, censuró ambas emisiones. Los dos textos pasaron a mejor vida años después en formas impresasy calladas entre dos tapas.

Los dos textos atacaban algunos de los pilares fundamentales de la sociedad burguesa. Demasiado peligrosos, demasiado desafiantes. "Por lo que a mí respecta, he elegido: estaré del lado del crimen. Y ayudaré a los niños, no a volver a vuestras casas, vuestras fábricas, vuestros colegios, vuestras leyes y vuestros sacramentos, sino a violarlos", apunta en un momento del texto Genet.

El provocador escritor decide asaltar al lector, zarandearlo y enfrentarse a sus ideas sobre la tolerancia del bien y la amenaza del mal. Así desprecia a sus lectores y les trata de tú para situarse de parte de los niños criminales a los que añora. Se muestra nostálgico de aquella parte mítica de su vida, en la que se entregó al robo y al abuso.

La fórmula que emplea el autor de Querelle de Brest (1947) en este breve pero sangrante manifiesto es la de culparnos por habernos inventado la exclusión de la sociedad. Quiere que sean sus enemigos. Quiere que le contesten. Quiere que se enojen y quizá que lleguen a replantearse su posición: el mal es la fuerza de la revolución y la lucha de uno mismo contra loimpuesto.

"Hoy, ya que le está permitido por no sé qué error, a un poeta que fue de los suyos hablar por este micrófono, quiero dedicar de nuevo mi ternura a esos chavales sin piedad. No me hago ilusiones. Hablo en la oscuridad y en el vacío, pero, aunque sea tan sólo para mí, quiero otra vez insultar a los que insultan", cerraba el alegato un vehemente Genet, que algo de la censura ya debía intuir.

Chico malo, chico bueno

Un niño criminal es el producto de la madurez que Jean Genet asumió en sus entradas y salidas de las cárceles francesas. De hecho entre 1944 y 1946 Genet publicó cuatro novelas y tres largos poemas, todos ellos en parte escritos durante su estancia en la cárcel. En 1947 publica dos obras de teatro y su última novela, Diario del ladrón.

Aprovechó el rendimiento creativo en su celda para asombrar a los intelectuales de la época, que recibían entusiasmados sus salivazos contra cualquier orden social establecido. Hasta que se empeñaron en sacarle de allí dentro en 1944.

Y consiguieron que al sacarlo se convirtiese en un animal de feria. Todos querían ser como él, todos querían invitarle a sus fiestas y contar cómo Genet les había robado algo. Genet se convirtió en un souvenir. La reacción del escritor fue, por un lado, aferrarse a la agresividad de textos como Un niño criminal y, por otro, con el paso de los años, caer en una profunda depresión al percatarse de en que se había convertido.

Estaba preocupado porque poco a poco perdía sus señas de identidad. La sociedad y los intelectuales se habían empeñado en asimilarlo y lo conseguían. En los años que cubre esta crisis, entre 1947 y 1954, Genet está perdido. De ahí la importancia de los dos textos que aparecen unidos en la misma edición: en el primero, de 1948 como ya se ha señalado, se muestra fanfarrón y atrevido. Enérgico. El segundo, titulado Fragmentos, fechado en 1954, tiene otro tono: está abatido, no es tan contundente y la melancolía le ha tomado por completo. No quiere perder el último signo de distinción que le hacía diferente al resto, su homosexualidad.

Por jugar con fuego

Fragmentos está escrito con el cuerpo golpeado, ya no es el que golpea. Llevaba cinco años sin escribir, abatido, no es el artista del exhibicionismo criminal, con las fugas, las fechorías y el robo en tiendas. Es el viejo Genet, que insistía en el culto a sus mitos: Decimo, un joven prostituto italiano que le rompe el corazón. "¿Se trata entonces de una simple anécdota reductible a esto: un pederasta [utiliza pederasta para referirse a homosexual] se enamorisca de un chico joven que se burla de él? El pederasta se disgusta, se enrabieta, se hunde. Irónico y soberano, el niño se cree fuerte. Engaña y se engaña. Es sutil y cruel por indiferencia", Genet se enamoró jugando a hacer de Decimo un hombre distinto.

En el escrito deja claro que la suya "no es una moral habitual", que la homosexualidad "está mal". El peso de la culpa le entierra el brío. "La homosexualidad no es un elemento al que pueda acostumbrarme", escribe. "La homosexualidad se experimenta como tema de culpabilidad", vuelve. Nunca había presentado una visión tan amarga. Tanto pecado le lleva al borde del suicidio y, en este escrito autobiográfico, a la ruina del ánimo.