Hermanos Marx: cuando el surrealismo aprendió a reír gracias al cine

El ochenta aniversario del estreno de la primera película de los Hermanos Marx -«Los cuatro cocos» (1925)-, sirve de excusa perfecta para rememorar el ácido y surrealista discurso de un trío irrepetible y referencial para el mundo de la comedia.



KOLDO LANDALUZE
Gara




A pesar de haber coqueteado con todos los medios artísticos posibles, los Hermanos Marx siempre quedarán ligados a nuestra retina del recuerdo gracias a la serie de explosivas y anárquicas comedias que protagonizaron durante el decenio de 1930. Curtidos en la cantera del vodevil y en los teatros de Broadway, su irreverente discurso físico y verbal ha subvertido el tiempo y la caducidad influyendo notoriamente en diversas generaciones posteriores de aficionados que no han olvidado su vitriólico sentido del humor y, sobre todo, en buena parte de aquellos actores cómicos que han indagado en las posibilidades del gag surrealista.

Los Hermanos Marx aprovecharon al máximo la oportunidad de un medio -el cine- que ya había aprendido a hablar; un factor decisivo con el que no pudieron contar en sus inicios los grandes maestros de la etapa muda como fueron Charles Chaplin y Buster Keaton. A pesar de esta ligera «ventaja» que tuvieron, los Marx pasan por ser únicos e irrepetibles en la historia del cine y no admiten comparación alguna con el resto de colegas de escena, ni siquiera con los más actuales, ya que poseían una idiosincrasia personal -sobre todo Groucho- que inevitablemente se fundía con su profesión: Cuando el sonido de la claqueta y la voz del director anunciaban un alto en el rodaje, ellos seguían actuando.

El grupo original de estos cómicos incluía a cinco miembros: Leonard (Chico), Arthur-Adolph (Harpo), Julius-Henry (Groucho), Milton (Gummo) y Herbert (Zeppo). Todos ellos siguieron la tradición familiar como artistas, entrando en el negocio del espectáculo a una edad muy temprana y gracias a su padre, un modesto sastre de origen judío llamado Samuel Marx, quien, preocupado por la escasa rentabilidad que le reportaba su negocio, decidió que sus hijos se dedicaran al oficio de la farándula y el espectáculo. El primero que siguió el consejo paterno fue el precoz Julius-Henry, quien por entonces contaba con catorce años de edad. Al poco tiempo, y formando ya un grupo musical, se incorporó el resto de la familia, incluida su propia madre, Minnie.

Según cuentan las crónicas de la época, la primera declaración de intenciones seria por parte del clan Marx cobró forma en el año 1912, en el transcurso de una actuación celebrada en una olvidada localidad de Texas. Hasta este instante, la prole malvivía recorriendo el país en salas de tercera fila y con muy poco éxito. Aquella noche mágica de 1912, una mula que se encontraba en los alrededores tuvo la buena idea de escaparse y salir a escena en cuanto los hermanos iniciaron un nuevo número musical. Mientras ellos cantaban, el público salió detrás del animal olvidándose por completo de la actuación, lo cual motivó el enfado general de la prole cantarina, especialmente de Groucho, quien empezó a lanzar chistes mordaces contra los espectadores.

Jaleado por sus hermanos, Julius-Henry se empleó a fondo y elaboró un cuidado repertorio de ácidos comentarios que no tardaron en hacer efecto entre el respetable. Para sorpresa de todos, el público, en lugar de enfadarse, creyó que aquel recital de chistes formaban parte del número y rompieron a reír y aplaudir entusiasmados. Aquella noche nacieron al mundo de la comedia los cinco hermanos Marx: Groucho, Zeppo, Harpo, Chico y Gummo. El resto no fue más que la lógica prolongación de lo que ocurrió en aquella barraca de feria tejana.

En 1923 produjeron su primera revista musical, «I'll say she is», a la que siguieron «The Cocoanuts» y «Animal Crackers». Broadway saludó con los brazos abiertos al telúrico quinteto y éste recompensó semejante muestra de afecto con un encadenado de rotundos éxitos. El idilio entre los Marx y Broadway se vio alterado cuando, en 1926, entró a escena la poderosa productora de cine Paramount para ofrecerles un suculento contrato que no pudieron rechazar.

Con anterioridad ya habían intentado producir con sus propios ahorros una comedia titulada «Humorisk», rodada en apenas dos semanas, la cual ni siquiera llegó a ser culminada. Algunos biógrafos insisten en que llegó a terminarse y que fue estrenada, pero con tan poco éxito que el propio Groucho compró todas las copias y las quemó. El solo hecho de pensar que esta película tan mala fuera exhibida, precisamente cuando atravesaban una excelente racha creativa, suponía un serio contratiempo para su carrera meteórica. Este suceso y la muerte de su madre, Minnie, en 1929, produjeron una gran depresión en el seno familiar.

Afortunadamente, la sonrisa se asomó de entre el flamante mostacho de Groucho cuando la Paramount dio vía libre a la adaptación cinematográfica de su número musical «The Coconauts» («Los cuatro cocos»). Bajo la dirección de Joseph Santley y Robert Florey, esta película se convirtió en un inesperado éxito de taquilla que los catapultaría a la fama. Después llegaron «Animal Crackers» («El conflicto de los Marx») y «Horsefeathers» («Plumas de caballo»), ambas dirigidas por Norman Z. Leod.

En el año 1933 ocurrió una de esas habituales paradojas tan típicas del cine. Quizás envalentonados o, simplemente, porque confiaban ciegamente en sus posibilidades, los Marx Brothers lanzaron un arriesgado reto a sus seguidores y rodaron uno de sus mayores logros creativos: «Duck Soup» («Sopa de ganso»). Contra todo pronóstico, la película se convirtió en un sonoro fracaso, lo cual provocó que la Paramount rompiera su contrato y Zeppo abandonara a sus hermanos para abrir una oficina dedicada a la contratación de actores. En el listado de actores manejada por Zeppo nunca figuraron sus tres hermanos, porque consideró que ya habían tocado fondo.

Por fortuna, la Metro Goldwyn Mayer no pensó lo mismo y les propuso rodar dos películas. De esta forma, nació la que para muchos de sus aficionados es la pieza cumbre del trío: «A Night in the Opera» («Una noche en la ópera»). La imperecedera escena del camarote y el contrato infinito de la parte contratante figuran entre algunos mejores hallazgos creativos que incluye esta pieza magistral de la comedia del año 1935 que consiguió superar el mayor reto de la época: arrancar una sonora carcajada a la gélida y divina Greta Garbo.

A esta película siguió «Un día en las carreras» (1937), dirigida por Sam Wood. Después emigraron fugazmente a la compañía RKO para protagonizar «El hotel de los líos» (1938) y retornaron a la Metro para participar en «Una tarde en el circo», «Los hermanos Marx en el Oeste» y «Tienda de locos». Corría el año 1941 y los Marx consideraban que los estudios cada vez confíaban menos en ellos. Por ese motivo, decidieron separarse para prolongar sus carreras respectivas en solitario.

Groucho se decantó por la radio, mientras que Harpo y Chico retornaron a la comedia teatral. En esta época, Harpo rodó una película en solitario titulada «Stage Door Canteen» y Groucho decidió coquetear con la diva del inabarcable sombrero de frutas, Carmen Miranda, en «Copacabana».

Siempre unidos, incluso en la fatalidad, decidieron reunirse nuevamente para salvar del caos financiero que padecía su hermano Chico por culpa del juego y las faldas y rodaron para la United Artist «Una noche en Casablanca» y «Amor en conserva», en la que Groucho arrimó su seductor bigote a los labios carnosos de una por entonces desconocida Marilyn Monroe.

En 1957 rodaron «La historia de la humanidad» y ya nunca más se asomaron desde el otro lado de la pantalla en formato de trío. Groucho prolongó su relación con el medio en películas como «Skidoo», de Otto Preminger; «Mr. Music», de Richard Hayden; «Don Dólar», con el soso Frank Sinatra y la volcánica Jane Russell; «A girl in Every Port» de Chester Erskine y, finalmente, «Una mujer de cuidado», de Frank Thaslin. Siempre inquieto, Groucho buscó nuevas fronteras en un medio emergente llamado televisión y entre 1941 y 1961 participó en el programa «Apueste por su vida» y en «The Mikado».

Los dos hermanos restantes se desvanecieron y salvo Chico, que hizo para la televisión «Nex to no Time» en 1958, se desvincularon por completo del voraz mundo del espectáculo.

Por fortuna, siempre contaremos con el recuerdo fresco e imborrable de un cigarro gigantesco asomándose por entre un mostacho pintado, los bolsillos inabarcables de un mudo con peluca rubia y un tipo con gorrito incomprensible que padecía incontinencia verbal.