La fuerza de Joaquim Mir estalla en mil colores en el Bellas Artes de Bilbao

Fue un artista independiente, vanguardista, cuya genialidad estuvo trágicamente ligada a la locura


MAITE REDONDO
Deia




"Sólo quiero que mis obras alegren el corazón e inunden de luz los ojos y el alma". Así resumía Joaquim Mir (Barcelona 1873-1940) su manifiesto como artista. El Museo de Bellas Artes de Bilbao expone una antológica de este creador catalán, en la que se repasa cronológicamente los momentos vitales del artista y permite ver cómo el color y la luz lo significaron todo para él. Organizada y producida por la Obra Social La Caixa, la muestra, que recoge 80 obras, entre óleos, pasteles y dibujos, algunos de los cuales no habían sido antes mostrados al público, permanecerá en la capital vizcaina hasta el próximo 26 de julio.

Pero ¿quién fue Joaquim Mir? ¿Un visionario? ¿Un progresista? ¿Un loco? Mir fue un artista independiente, que nunca tuvo la necesidad de viajar a París para ver lo que se cocía, ni pertenecer a los focos artísticos de la época, aunque siempre se le ha asociado a grupos y movimientos claramente vinculados al impresionismo y al simbolismo. Esta asociación impresionista viene motivada por la gama cromática empleada por Mir, similar a la de los impresionistas que empleaban la combinación de colores para crear las sombras "Era, ante todo, Mir. Un artista esencialmente paisajista. Su pasión por la naturaleza y los efectos lumínicos, característico de los impresionistas, le permitieron crear un universo propio, fruto de su peculiar mirada a la luz y la naturaleza, que le diferenció del resto de artistas impresionistas", explicó el comisario de la exposición Francesc Miralles. Y es que Mir veía otros colores y era capaz de interpretar y ver la naturaleza de una forma completamente distinta.

La antológica está dividida en cinco apartados, en función de los cinco lugares en los que residió, ya que su pintura está estrechamente ligada a estos sitios. Así, una pared pintada en color azafrán recibe al espectador que se acerque hasta esta muestra en clara alusión a sus años de formación en Barcelona, donde perteneció junto a pintores como Nonell, Vallmitjana, Canals y Pitxot a la Colla del Safrá, el grupo del azafrán, así llamado por el uso de los tonos amarillos y rojizos.

Su pincel ya mostraba más preferencia por el color que por la forma, una tendencia que estalló cuando, en 1900, se instaló en Mallorca. Allí pasó de la pincelada entre impresionista y puntillista al estallido de luz y de color que se convertiría en la marca Mir. El pintor acarreaba grandes lienzos hasta la playa, donde los sujetaba con cuerdas. Atacaba la tela directamente y empleaba la paleta con furia. De estos años destacan L'abim y La cala encantada, y el conjunto que pintó para la Casa Trinxet, de su tío y mecenas.

Y, sobre todo, comenzó a fraguarse una leyenda, que le acompañaría durante toda su vida. Sufrió un misterioso accidente, quizá un intento de suicidio ante un desencanto amoroso, en Cala Sa Calobra.

Institución mental

La grave caída le obligó a regresar a Cataluña para ingresar en una institución mental de Reus, donde pasó dos años de su vida, cruciales en su evolución estilística. Poco se sabe de su estancia en el sanatorio mental. Según el comisario de la muestra, su historial clínico sólo consta de dos folios, uno con la solicitud de ingreso al centro y otro con ciertas anotaciones sobre sus trastornos. "Sabíamos que pintaba por lo que en su dossier debería haber innumerables dibujos, pero todo ha desaparecido", advirtió Miralles.

Después de pasar dos años en el psiquiátrico, se instaló en el Camp de Tarragona. Allí desarrolló una intensa actividad y ultimó su colaboración en la hoy ya desparecida Casa Trinxet, a cuya decoración mural dedicó más de 10 años. La exposición recoge buena parte de los trabajos que llevó a cabo para este encargo. En 1915, ya en su siguiente periodo pictórico, Mir viajó de nuevo a la localidad tarraconense de L' Aleixar, tal y como testimonia el lienzo Vista de L'Aleixar, perteneciente a la colección del museo bilbaino. De allí se trasladó en 1914 a Mollet del Vallés, lugar de residencia de su hermana y fue allí donde su vida y su obra entraron en una etapa de calma.

Su última etapa se desarrolló entre 1922 y 1940 en Villanova i la Geltrú. Con el inicio de la Guerra Civil se recluyó en su casa, aunque siguió pintando, llegando a hacer hasta 200 cuadros de su jardín. En 1939 ingresó unos días en prisión, lo que le desmoralizó tanto que precipitó su enfermedad renal. Mir falleció en 1940 dejando una de las obras más interesantes del finales del siglo XIX y mediados del XX.