Listo para chocar y arder, Marc Bijl

No estoy seguro de que a Marc Bijl le guste Elvis Costello, pero sí sé que la música punk forma parte de su "educación" estética y sentimental



JAVIER PANERA
Revista Mu



Y en vista de que este joven artista –y músico – es muy dado a parafrasear en sus obras las letras y títulos de famosas canciones de la historia de la música pop, considero que las palabras de aquel Costello cabreado de 1978 pueden servir como punto de partida para enfrentarnos a la recopilación de trabajos que se muestran en el DA2 de Salamanca: un coherente conjunto de instalaciones e intervenciones urbanas realizados a lo largo de la última década, en los que se detecta una inquebrantable vocación por producir simultáneamente tensiones en la esfera pública y el sistema del arte; aunque paradójicamente, no esté reñidas con el uso de estrategias de seducción propias de la publicidad de guerrilla o la propaganda política.

En efecto; Marc Bijl juega una especie de ‘guerra de guerrillas’ con los iconos, los signos y el lenguaje poniendo al descubierto los estrechos lazos que unen las distintas formas de violencia con las grandes marcas multinacionales o los mass media; su trabajo desenmascara símbolos y mitos de la cultura popular dejando ver sus implicaciones reaccionarias; hasta tal punto que no hay un solo elemento de atracción en estas obras que no esconda una amenaza subyacente, un fino humor negro o una cualidad cínicamente subversiva que obliga al espectador a posicionarse en sentido moral y estético. Estamos pues ante verdadero arte conceptual basado en nuestra percepción de las estructuras (de poder) y los mitos de la cultura popular. Recuerdo en este sentido, que la primera vez que me enfrenté a una obra suya fue en el contexto de la exposición ‘Laocoonte Devorado - Arte y Violencia Política’, celebrada en el DA2 en febrero de 2005; aquella muestra se abría con una obra de Marc Bijl titulada La rivoluzione siamo noi (2002) una escultura de poliéster de tamaño humano que representaba a Lara Croft avanzando hacia nosotros con el cuerpo completamente cubierto por petróleo, una gran pistola en cada mano y un cigarrillo encendido en los labios. Tras la figura de la heroína de video-juego podíamos leer un graffiti en la pared con la famosa frase en italiano anotada por Joseph Beuys bajo una de sus obras más conocidas. 4 La rivoluzione siamo noi de Marc Bijl apunta hacia la ilusión falaz de los iconos con el mismo pesimismo que pone en evidencia el fracaso de las utopías; tanto por la ‘involución’ que sufre de la famosa frase de Beuys (que es por sí mismo una figura icónica) como por la ‘pringosa broma negra’ a que es sometida la ortopédica anatomía de Lara Croft.

Evidentemente Marc Bijl no espera cambiar el mundo con sus obras, pero sí conseguir que éstas funcionen como un poderoso dispositivo de reflexión en torno al presente. De hecho, una parte importante de sus trabajos tiene la capacidad de poner al descubierto el modo en que la violencia –sea ésta de orden político o estructural – se ha instalado en nuestras vidas hasta convertirse en un objeto de consumo al que no es ajeno el propio sistema del arte; por lo que el único combate posible para un artista como él, sólo es posible: ‘desde dentro’. En este mismo orden de cosas podemos decir que, pese a que el trabajo de Marc Bijl ya es bastante conocido y ha participado en eventos artísticos de cierta importancia, su trabajo aún conserva ese halo de frescura y marginalidad propio de las subculturas callejeras que lo hacen tan efectivo como las primeras canciones de The Clash. Precisamente algunas piezas clave de la trayectoria de Marc Bijl son instalaciones de carácter textual a modo de graffiti callejero, en las cuales también se aborda la expresión de la violencia mediante el lenguaje verbal, un lenguaje al que Bijl pervierte mediante estrategias de ‘desvío’ y dobles significados que recuerdan las practicas de detournement situacionistas. Un ejemplo: en 2007, bajo el paraguas institucional de la Manifesta 4 realizó un graffiti sobre las columnas del edificio Portikus en Francfort con la palabra RESIST y un mes después hizo una intervención parecida en Kassel en el contexto de la Documenta 11 escribiendo la palabra TERROR, pero en este caso fue una pintada ilegal: ¿paradoja?, ¿contradicción? Como el propio artista apunta con lucidez, por más que en su caso el arte y la vida vayan hermanados, todo aquello que acontece dentro –o en los bordes – del sistema del arte no es otra cosa que: ‘una cuestión de re-presentación’; por si cabe alguna duda, otra de las obras más significativas de este artista es una escultura que representa a Batman de espaldas con una guitarra al hombro frente a un shakesperiano graffiti que reza: ‘Todo el mundo es un escenario’.

Termino con otra reflexión de carácter musical que me parece muy cercana al trabajo de Marc Bijl: el objetivo primordial del punk fue poner en evidencia que la música hacía tiempo que había perdido su magia. La ‘aristocratización’ de la industria musical había llevado al rock de los años setenta a un callejón sin salida del que sólo era posible escapar mediante un estallido de violencia que fue, al mismo tiempo, un síntoma de los desordenes sociales de la época. De un modo tan efectivo como poético, Greil Marcus compara ese efímero pero intenso estallido de violencia con una mancha de carmín que se borra pero deja una profunda huella en nuestra memoria. Con las instalaciones y las intervenciones de Marc Bijl en los espacios públicos e institucionales sucede algo parecido: exige al espectador una reacción in situ, que resulta a priori necesariamente transitoria, aunque luego no sea fácil de olvidar.