MARÍA RUISÁNCHEZ
La tormenta en un vaso
Al igual que hiciera Cervantes en El Quijote o más adelante Cela en La familia de Pascual Duarte, Álex de la Iglesia actualiza la consabida técnica de los manuscritos encontrados, esta vez hallando un Mac en una estación. Este objeto nos sitúa a su vez, en un contexto y un tiempo, nos delimita la forma de la posterior narración, nos introduce un elemento de tensión, (no saber si la batería aguantará o si se ha podido salvar todo el documento) y nos marca el camino de un estilo al que podríamos denominar "pop", al ser el Mac la primera referencia cultural-tecnológica que encontramos en la novela. A la que se unirán más tarde un sin fin de productos, personajes televisivos, cinematográficos, animados o publicitarios.
En este sentido es un novela plagada de referencias temporales, de coetáneos efímeros, que si bien aún conserva la vigencia de la primera edición, a medida que pase el tiempo se irá quedando desfasada. De hecho así lo manifiesta Álex de la Iglesia en el prólogo: «Han pasado doce años desde que Satrútegi escribió este texto. Las cosas han cambiado mucho...» Sin embargo lo que no pierde actualidad es la crítica al mundo que nos rodea, la burrocracía, el afán social por admirar o exaltar a los mononeuronas... «(...) Quizá por todo esto he decidido no tocar una sola línea del monólogo demente de este poeta maldito. Releyéndolo se me antoja particularmente aleccionador».
No obstante, la novela no sé queda en una simple crítica, es además la expresión de un personaje que emprende un viaje colérico, demente, abrupto, muy en la línea del Ulises, de Eric Packer o el mismísimo Quijote. En este sentido la novela es una búsqueda constante del reconocimiento. El protagonista conserva, doblada y desdoblada hasta la saciedad la crítica brutal que le hicieron a su primer libro de poemas. Está resentido y se abandona en una orgía alcohólica, deslavazada y carente de sentido hasta que descubre que han publicado su segundo libro y se redime.
La novela está plagada de reflexiones llenas de odio que tambalean lo que el común de las personas entienden por felicidad o vida. «Os maldigo porque sois muchos, y eso os consuela. Sois felices con vuestra pequeña rebeldía, que os individualiza, os hace sentiros únicos, pero sin causaros problemas. Os maldigo por vuestra satisfacción inconsciente, por esa seguridad que posee el que lo ignora todo y por eso no teme a nada. Os maldigo porque creéis en la realidad y confiáis en ella. La barra, el taburete, vuestra chica os sostienen, os mantienen en pie, como si hubiesen sido creados para este preciso momento. Si fuerais capaces de entenderla, gritaría con toda mi alma la Verdad, para contemplar, desde este rincón oscuro, vuestras caras descomponiéndose de terror, vomitando y llorando a la vez, implorando misericordia». Y por supuesto la ironía es un recurso presente en casi cada página: «Mata las putas neuronas que nos queman todo los días, mata lo que te diferencia...»
Desde mi punto de vista esta novela está mal entendida cuando se la coloca en el compartimento de humor. Si bien tiene episodios y frases que logran la sonrisa, no es un libro humorístico. Me explico, en la novela hay un personaje excéntrico, soez, ridículo, pero lúcido en sus planteamientos a pesar de estar la mayoría de la narración abotargado por las drogas y el alcohol. Precisamente ese personaje, censurable por el resto de la sociedad, es el que está diciéndonos la verdad con letras mayúsculas. El que se libera de las cadenas y sale de la caverna, para volver ciego y loco, o retomando a Cervantes, ese Quijote del que todo el mundo se ríe por afirmar rotundamente: "Yo sé quién soy". ¿Acaso sabían los que se reían quien eran ellos mismos? ¿A caso lo saben los coetáneos de la novela de Álex de la Iglesia? ¿Acaso lo sabían los lectores de la primera edición del Quijote? No, creemos, creen, creían saberlo, y por tanto el libro fue tomado por una chanza o una parodia, y logró así tanto éxito. Pero en su interior contenía una crítica feroz a aquella sociedad, al igual que la contiene Payasos en la lavadora, que aún disfrazado de sátira, nos mueve, nos despierta y nos da qué pensar. Porque no olvidemos que los borrachos, los niños y los locos siempre dicen la verdad.
En este sentido es un novela plagada de referencias temporales, de coetáneos efímeros, que si bien aún conserva la vigencia de la primera edición, a medida que pase el tiempo se irá quedando desfasada. De hecho así lo manifiesta Álex de la Iglesia en el prólogo: «Han pasado doce años desde que Satrútegi escribió este texto. Las cosas han cambiado mucho...» Sin embargo lo que no pierde actualidad es la crítica al mundo que nos rodea, la burrocracía, el afán social por admirar o exaltar a los mononeuronas... «(...) Quizá por todo esto he decidido no tocar una sola línea del monólogo demente de este poeta maldito. Releyéndolo se me antoja particularmente aleccionador».
No obstante, la novela no sé queda en una simple crítica, es además la expresión de un personaje que emprende un viaje colérico, demente, abrupto, muy en la línea del Ulises, de Eric Packer o el mismísimo Quijote. En este sentido la novela es una búsqueda constante del reconocimiento. El protagonista conserva, doblada y desdoblada hasta la saciedad la crítica brutal que le hicieron a su primer libro de poemas. Está resentido y se abandona en una orgía alcohólica, deslavazada y carente de sentido hasta que descubre que han publicado su segundo libro y se redime.
La novela está plagada de reflexiones llenas de odio que tambalean lo que el común de las personas entienden por felicidad o vida. «Os maldigo porque sois muchos, y eso os consuela. Sois felices con vuestra pequeña rebeldía, que os individualiza, os hace sentiros únicos, pero sin causaros problemas. Os maldigo por vuestra satisfacción inconsciente, por esa seguridad que posee el que lo ignora todo y por eso no teme a nada. Os maldigo porque creéis en la realidad y confiáis en ella. La barra, el taburete, vuestra chica os sostienen, os mantienen en pie, como si hubiesen sido creados para este preciso momento. Si fuerais capaces de entenderla, gritaría con toda mi alma la Verdad, para contemplar, desde este rincón oscuro, vuestras caras descomponiéndose de terror, vomitando y llorando a la vez, implorando misericordia». Y por supuesto la ironía es un recurso presente en casi cada página: «Mata las putas neuronas que nos queman todo los días, mata lo que te diferencia...»
Desde mi punto de vista esta novela está mal entendida cuando se la coloca en el compartimento de humor. Si bien tiene episodios y frases que logran la sonrisa, no es un libro humorístico. Me explico, en la novela hay un personaje excéntrico, soez, ridículo, pero lúcido en sus planteamientos a pesar de estar la mayoría de la narración abotargado por las drogas y el alcohol. Precisamente ese personaje, censurable por el resto de la sociedad, es el que está diciéndonos la verdad con letras mayúsculas. El que se libera de las cadenas y sale de la caverna, para volver ciego y loco, o retomando a Cervantes, ese Quijote del que todo el mundo se ríe por afirmar rotundamente: "Yo sé quién soy". ¿Acaso sabían los que se reían quien eran ellos mismos? ¿A caso lo saben los coetáneos de la novela de Álex de la Iglesia? ¿Acaso lo sabían los lectores de la primera edición del Quijote? No, creemos, creen, creían saberlo, y por tanto el libro fue tomado por una chanza o una parodia, y logró así tanto éxito. Pero en su interior contenía una crítica feroz a aquella sociedad, al igual que la contiene Payasos en la lavadora, que aún disfrazado de sátira, nos mueve, nos despierta y nos da qué pensar. Porque no olvidemos que los borrachos, los niños y los locos siempre dicen la verdad.