Haneke muestra en Cannes su viaje a la semilla del nazismo

El realizador cuenta en 'The White Ribbon' cómo se forjan las mentalidades totalitarias


DANIELA CREAMER
El País



El cine de Michael Haneke (Munich, 1942) se nutre siempre de lo peor de la sociedad, haciendo sombrías, turbadoras e inclementes revisiones de su concepto de inocencia y apacibilidad. Con The White Ribbon, el cineasta -de nacionalidad austriaca, pero nacido en Alemnia- tan crítico y tan comprometido, retorna a su país natal, para retratar con sobriedad germana de inicios del siglo XX, en vísperas de la I Guerra Mundial. La historia, ambientada en un pequeño pueblo protestante del Norte, relata el calvario de sus habitantes, generado por sus propios valores absolutistas que terminaron por engendrar el monstruo más temido de la historia mundial: el nazismo.

"El absolutismo se convierte en terrorismo. Pero esta película no es sólo sobre el fascismo, por mucho que haya sido ambientada en Alemania. La gente puede decir que habla sobre los nazis, pero es un problema que afecta a todos", afirmó el realizador esta mañana al presentar su filme en Cannes. "Mi cine está siempre enfocado en la violencia, porque en la sociedad moderna en que vivimos es imposible evitarlo. Me gustaría que me consideraran un especialista en la representación de la violencia en los medios", prosiguió Haneke, ya ganador de varios premios en Cannes por sus controvertidas La Pianista y Cache.

Con la aparente frialdad inherente a su cine, Haneke relata en esta cinta extraños sucesos alrededor de los integrantes de un pequeño coro infantil. Desapariciones y torturas inexplicables, considerados por los propios nativos como merecido castigo por sus pecados. "A los niños de aquel entonces se les imponían valores absolutos. Los principios absolutistas son, por definición, inhumanos. Y los niños siguen estos principios al pie de la letra, castigando a los que no viven en función de su ideal. En mi mente quería hacer una película sobre cómo todo ideal se pervierte", prosiguió.

Los largos planos fijos, enriquecidos por una hermosa fotografía en blanco y negro, rigen el sobrio juego narrativo de Haneke. "Usar un encuadre fijo prolongado es reducir las formas de manipulación, sobre todo la manipulación del tiempo. Siempre me ha gustado crear en el cine el tipo de libertad que se tiene cuando se lee un libro, donde se dan infinitas posibilidades imaginativas. Las imágenes van surgiendo en tu mente. En los largos planos de mi película, la mitad de los espectadores ve que sucede algo, la otra mitad no percibe nada. Ambas formas funcionan. Siempre llenamos la pantalla con nuestras propias vivencias. Lo que vemos proviene de nuestro propio interior", afirmó.

"Además, he rodado en blanco y negro, no solo por mantenerme fiel a las imágenes de aquella época, sino porque quería usar una voz narrativa distante. Buscaba romper con las convenciones del naturalismo y el mundo real", explicó el realizador ataviado de negro en contraste con su cabellera canosa, semejante a los personajes de esta historia.