KEPA ARBIZU
Lumpen
Como suelen decir en esos programas de televisión, encargados de construir cantantes para ponerlos a la venta al por mayor en algún centro comercial, un artista debe tener un “algo”, imposible cuantificar y explicar, que le haga conectar con el público inexorablemente.
Si tuviésemos que hacer un desglose de las virtudes de Tim Easton no resaltaría por ser un excepcional guitarrista, tampoco su voz, aunque cada vez más lograda y con mucha más personalidad, aparecerá como una de las mejores de la escena actual. Si la cosa consiste en desgranar sus letras, y a pesar de sus clara influencias literarias, no será un ejemplo a tomar por generaciones siguientes. Visto así, todo indica que no estamos ante ningún músico especial. Pues si sólo nos basásemos en esta lista de cualidades cometeríamos el error de no acercarnos a su trabajo, y es que en él, encontramos ese aspecto especial necesario para dotar a sus discos de un muy alto nivel.
La explicación a este hecho creo que está en la virtud que posee para conjugar en su persona el rock clásico, sin sonar en ningún momento añejo, ni dar la sensación de copiar excesivamente a ningún nombre ilustre. Es capaz de filtrar con desparpajo toda la tradición musical convirtiéndola en algo personal.
Este norteamericano inició su carrera en solitario en 1998 con su disco “Special 20”, claramente influenciado por los “tótems” de la música country, desde Doc Watson hasta Bob Dylan, pero con un punto fresco herencia de los sonidos pop. La mayoría de sus temas estaban interpretados con guitarra acústica y por norma general no era típico salidas de tono ni saltos rítmicos destacables. En sus últimos trabajos ha ido insertando , a cuentagotas, algunos sonidos más eléctricos y sí es más que notable la transformación de su voz, algo más rasgada y personal.
Con su nuevo disco, el quinto, titulado “Porcupine” esos pequeños indicios se rebelan como esenciales y dicho de una manera contundente Tim Easton se desmelena. Apuesta descaradamente por el rock y su manera de cantar se mueve en registros desconocidos hasta ahora.
Así sucede en la primera canción de todas, “Burgundy red”, unas percusiones aceleradas nos encaminan hacia un ritmo de rock and roll con cierto toque siniestro y donde Easton por momentos canta. En general parece como si Johnny Burnette se hubiera apropiado del cantautor americano.
“Porcupine” podría perfectamente, por estilo, pertenecer al último disco de Dylan. “7th wheel” suena a rock campestre al estilo de Tom Petty. Con este mismo estilo pero con ritmo algo más canalla suena “Baltimore”, canción que encajaría en la discografía de unos Bottle Rockets.
“The young girls” también ejemplifica a la perfección los cambios sufridos por el músico. Aquí cuenta en primera persona la historia de un “serial killer” como si de un personaje de Cormac Mccarthy se tratase. Suena oscuro, peligroso, mezclando el blues con el country. “Stormy” y “Get what i got” son otro ejemplo de lo mismo pero esta vez tienden a un ritmo más rockero y con algunas reminiscencias a los setenta.
Parta el final deja sus dos composiciones más calmadas, con un sonido menos eléctrico y que recuerdan mucho más a sus primeros discos. “Goodbye Amsterdam” suena a canto melancólico y “Long cold night in bed” a lamento de despedida.
Tim Easton demuestra con este disco que no sólo sabe sacar un formidable resultado de su faceta de cantautor con aires country sino que su parte más salvaje existe, y que cuando se decide a explorarla, es capaz de no perder un ápice de calidad.
Si tuviésemos que hacer un desglose de las virtudes de Tim Easton no resaltaría por ser un excepcional guitarrista, tampoco su voz, aunque cada vez más lograda y con mucha más personalidad, aparecerá como una de las mejores de la escena actual. Si la cosa consiste en desgranar sus letras, y a pesar de sus clara influencias literarias, no será un ejemplo a tomar por generaciones siguientes. Visto así, todo indica que no estamos ante ningún músico especial. Pues si sólo nos basásemos en esta lista de cualidades cometeríamos el error de no acercarnos a su trabajo, y es que en él, encontramos ese aspecto especial necesario para dotar a sus discos de un muy alto nivel.
La explicación a este hecho creo que está en la virtud que posee para conjugar en su persona el rock clásico, sin sonar en ningún momento añejo, ni dar la sensación de copiar excesivamente a ningún nombre ilustre. Es capaz de filtrar con desparpajo toda la tradición musical convirtiéndola en algo personal.
Este norteamericano inició su carrera en solitario en 1998 con su disco “Special 20”, claramente influenciado por los “tótems” de la música country, desde Doc Watson hasta Bob Dylan, pero con un punto fresco herencia de los sonidos pop. La mayoría de sus temas estaban interpretados con guitarra acústica y por norma general no era típico salidas de tono ni saltos rítmicos destacables. En sus últimos trabajos ha ido insertando , a cuentagotas, algunos sonidos más eléctricos y sí es más que notable la transformación de su voz, algo más rasgada y personal.
Con su nuevo disco, el quinto, titulado “Porcupine” esos pequeños indicios se rebelan como esenciales y dicho de una manera contundente Tim Easton se desmelena. Apuesta descaradamente por el rock y su manera de cantar se mueve en registros desconocidos hasta ahora.
Así sucede en la primera canción de todas, “Burgundy red”, unas percusiones aceleradas nos encaminan hacia un ritmo de rock and roll con cierto toque siniestro y donde Easton por momentos canta. En general parece como si Johnny Burnette se hubiera apropiado del cantautor americano.
“Porcupine” podría perfectamente, por estilo, pertenecer al último disco de Dylan. “7th wheel” suena a rock campestre al estilo de Tom Petty. Con este mismo estilo pero con ritmo algo más canalla suena “Baltimore”, canción que encajaría en la discografía de unos Bottle Rockets.
“The young girls” también ejemplifica a la perfección los cambios sufridos por el músico. Aquí cuenta en primera persona la historia de un “serial killer” como si de un personaje de Cormac Mccarthy se tratase. Suena oscuro, peligroso, mezclando el blues con el country. “Stormy” y “Get what i got” son otro ejemplo de lo mismo pero esta vez tienden a un ritmo más rockero y con algunas reminiscencias a los setenta.
Parta el final deja sus dos composiciones más calmadas, con un sonido menos eléctrico y que recuerdan mucho más a sus primeros discos. “Goodbye Amsterdam” suena a canto melancólico y “Long cold night in bed” a lamento de despedida.
Tim Easton demuestra con este disco que no sólo sabe sacar un formidable resultado de su faceta de cantautor con aires country sino que su parte más salvaje existe, y que cuando se decide a explorarla, es capaz de no perder un ápice de calidad.