Sorolla ilumina el Prado


VÍCTOR NOVOA
Hoy es arte





Ya es una realidad. El próximo martes, 26 de mayo, el Museo del Prado abrirá al público la exposición antológica Joaquín Sorolla (1863-1923). Comisariada por José Luis Díez –jefe de Conservación de Pintura del Siglo XIX del Prado–, esta muestra ofrece más de un centenar de obras del pintor valenciano, prestando especial atención a las Visiones de España (1911-1919), catorce lienzos que desarrolló en su última etapa creativa, antes de caer enfermo de hemiplejía y morir a los pocos años, para la Hispanic Society of America.

De esta forma, no sólo vuelven a España temporalmente estas obras estrechamente ligadas a nuestro país, sino que se justifica la revisión de la vida y obra de Joaquín Sorolla que, a fecha de hoy, es la más importante realizada hasta la fecha.

Pasta de luz

La pintura del valenciano arrastra una técnica irrepetible, un manejo del pincel absolutamente magistral, se podría decir que inagotable. El secreto es no dejar de mirar nunca sus obras, detenerse en los propios ritmos que la pintura marca. Ritmos que terminan por acusar unas composiciones magistrales. Una pintura que hace de la luz pasta y que roza, por tanto, su propio empleo como tema central.

Inagotables relaciones cromáticas que mantienen el recuerdo de los impresionistas, sin perder nunca la referencia de los objetos sobre los que la luz incide y que termina por difuminar y, sobre todo, imbuir en una atmósfera vaporosa o de tierra en suspensión. Por ello, la obra de Sorolla acaba siendo mucho más que una luz costera tostada por la calma del atardecer, pues cada uno de sus cuadros esconde, atendiendo fundamentalmente a los detalles, un planificado desarrollo de la técnica pictórica. Así, sus cuadros, con todas las comillas posibles, son una especie de “pintura sin tema” planificada única y exclusivamente para los sentidos, un placer deliciosamente fácil.

Pintura de alma clara

Precisamente, todos esos alardes de mano envidiables, son los que ponen a Sorolla en un lugar preeminente dentro de la historia de la pintura española, pues, generalmente, los asuntos que trata parecen pertenecer a un no lugar de algún indeterminado instante de un siglo XIX que jamás hubo de suceder. Mirando al pasado, negando el futuro y sin un sitio comprometido en lo que por aquel entonces era el siglo XX, Sorolla pintó hasta sus últimos días. ¿Por encargo? Sí, pero de qué manera.

Con él, la “leyenda negra” de España, parece no serlo tanto, aunque no precisamente porque su paleta carezca de ocres. Sus imágenes de una burguesía aburrida, principal motor de algunos de sus más célebres retratos, mantienen casi siempre un sabor esperanzador, resultado de una factura fluida, brillante y, por qué no, untuosa. Aspecto éste que, recientemente, ha sido objeto de estudio, especialmente al comparar su pintura con la del inglés Sargent.

Por todo, recorrer en estos meses las salas del Prado, será como dejarse poseer por una intensa luz, donde la pintura, el color y el espesor compositivo, habrán de engendrar, seguramente, un estado contemplativo plácido, fruto, como siempre sucede con Sorolla, de una pintura que invade el alma clara.