Jarmusch made in Spain

Acaba de estrenarse en EEUU The Limits of Control, nueva entrega de Jim Jarmusch rodada en Madrid y Sevilla. Misterioso y arriesgado, el filme cuenta con Luis Tosar y Oscar Jaenada dentro de un reparto coral


MIKE GOODRIGE
El Mundo





La película número 11 de Jim Jarmusch, The Limits Of Control, asiste a la mudanza a Europa del icónico cineasta de 56 años en más de un sentido. No sólo la película está localizada en España -en Madrid, Sevilla y sus alrededores- también es muy europea en sus influencias, que incluyen a Jacques Rivette y Michelangelo Antonioni, además de poseer un mensaje soterradamente antiamericano. El cineasta ha realizado su película más oscura, un puzzle deliberadamente laborioso que intrigará a aquéllos que no requieren respuestas e irritará a quienes sí las necesitan. Como si quisiera huir como de la peste de su éxito comercial con su anterior filme, Flores rotas, Jarmusch lanza una pieza oblicua que lo devuelve a la categoría de “director de festivales” en el sentido más cerebral del concepto.

Que nadie se asuste demasiado, hay mucho que disfrutar en The Limits of Control empezando por la exquisita fotografía de Chris Doyle (Deseando amar o Paranoid Park). Su trabajo con Jarmusch es más original y arriesgado que nunca. Y también hay un reparto internacional extraordinario que incluye al veterano francés Jean-François Stevenin, los españoles Oscar Jaenada y Luis Tosar, el icono indie de Nueva York Paz de la Huerta, Tilda Swinton y John Hurt de Gran Bretaña, Gael García Bernal de México, o el japonés Youki Kudoh, a quien los fans de Jarmusch reconocerán como el protagonista de Mystery Train hace 20 años. Representando a Estados Unidos está Bill Murray, cuyo personaje es conocido simplemente como el “americano”.

Pero la estrella de The Limits Of Control es el melancólico actor negro Isaach de Bankole como “el solitario”. De Bankole, nacido en Costa de Marfil, ya había trabajado con Jarmusch en Coffee and Cigarettes, Ghost Dog y Night On Earth. El actor pone cara de póquer todo el rato. Como el pistolero de Lee Marvin en A quemarropa (1967), un referente obvio, aquí tenemos al consumado profesional -muy bien vestido e impenetrable. La película empieza cuando se reúne con dos hombres en el aeropuerto de París. Ambos le encargan una misión pero la conversación está tan repleta de metáforas y grandilocuencia que es imposible enterarse de qué va el asunto. En cualquier caso, Bankole debe volar a Madrid y entrar en contacto con el “hombre del violín”. Eso es todo lo que él, y nosotros, sabemos.

En Madrid, el protagonista vive en un apartamento en Torres Blancas, donde el consultor de Jarmusch en este filme, Chema Prado, director de la Filmoteca y artista, también tiene su casa. A partir de aquí, el protagonista se va encontrando con diversos personajes a cual más pintoresco. El hombre del violín le suelta un monólogo sobre música y le da una caja de cerillas. De Bankole encuentra dentro un papel emborronado de números que, después de leer, se come. Sus otros encuentros incluyen a Tilda Swinton, quien va vestida de forma extravagante y le habla sobre cine; a un harapiento John Hurt que diserta sobre arte; Kudoh suelta un monólogo sobre ciencia y de la Huerta le ofrece sexo. Finalmente, encuentra el objeto de su búsqueda -el “americano- quien vive en una mansión remota de Andalucía protegido por guardias armados.

Jarmusch saborea la composición formal, cada encuentro es un eco del anterior, tanto como la composi- ción de cada plano. Su intención es explicar la historia como un sueño, observando el argumento como una pintura vista a través de la lente de la conciencia de Bankole. Como explica un personaje, la realidad es arbitraria, pertenece al ojo de quien la observa. Plagada de referencias cinematográficas y literarias -el título surge de una cita de Burroughs y la película empieza con una sentencia de Rimbaud- termina sin una resolución convencional. Es quizás lo más cerca que una película puede estar de una obra de arte.