El canon de Steiner

Se publican por primera vez en España sus ensayos literarios del New Yorker


NURIA AZANCOT
El Mundo




Heredero de la cultura centroeuropea de entreguerras, George Steiner (París, 1929) es uno de los últimos sabios de nuestro tiempo. Hijo de varias culturas y mil exilios, eterno candidato al Nobel y premio Príncipe de Asturias en 2001, Steiner habla desde niño inglés, francés y alemán. De origen vienés, con seis años su padre le enseñó a leer en griego La Iliada. Ciudadano estadounidense desde 1944, en la actualidad vive en Cambridge. Ahora, Siruela nos descubre al Steiner más literario con la publicación de los ensayos que publicó, a lo largo de 30 años, en el New Yorker. Porque, como señala Robert Boyers en el prólogo de este George Steiner en The New Yorker, Steiner se esfuerza siempre por distinguir lo mejor de lo óptimo, en un "permanente encuentro con lo nuevo y lo difícil".

Steiner fue el primer crítico en hablar en Estados Unidos de Thomas Bernhard, Sciascia, Cioran o Levi-Strauss, en los ensayos reunidos en unvolumen que publica estos días Siruela en versión de María Condor, y que nos descubre una suerte de canon literario.

El volumen se abre con El erudito traidor (1980), un ensayo tan divertido como iluminador sobre los problemas de la crítica, ya que en él analiza la evolución del juicio de Anthony Blunt sobre el Guernica de Picasso desde que en 1937 asegurase que era “una explosión mental totalmente personal que no ofrece ninguna prueba de que Picasso se haya dado cuenta de la significación política de Guernica”, para acabar profundizando en la personalidad de quien fue uno pope del arte contemporáneo hasta que se descubrió su doble vida como espía para la URSS. Tras un ensayo sobre la cultura austrohúngara (“Wien, Wien, nur du allein”, 1979), Steiner entra en materia literaria.

Esperanza contra el infierno

Para empezar, analiza El Archipiélago Gulag de Solzhenitsin, del que dice, por ejemplo, que “Tal vez más que nadie desde Nietzsche y Tolstói, le hipnotiza la ilimitada resistencia del espíritu humano y es poseedor de ella. Su respuesta sería: sí, es posible detener el monstruo que nos aplasta; es posible rechazar la banalidad del mal y decir no a aquellos que querrían reducirnos a un obrero del matadero”.

Su siguiente objetivo es nada menos que la novela policiaca, a partir del análisis de El factor humano de Graham Greene, al que define como “un maestro de la política de la tristeza. En esto es heredero de Conrad” y del que apunta que “El motivo más interesante, con mucho, de El factor humano es la sugerencia de Greene de que tanto el catolicismo romano como el espionaje proporcionan un instrumento de verdad y alivio que ni el protestantismo ni el racionalismo secular pueden igualar”.

Steiner tampoco desprecia a los iconos del siglo XX literaria, de Orwell a Borges pasando por Beckett o Brecht. Así, a propósito de 1984 Steiner escribe: “Ningún otro libro ha sido objeto jamás de tanta publicidad, de tanto lanzamiento comercial y de tanto escudriñamiento”. Lo mejor, con todo, es que descubre la relación del clásico de Orwell con Nosotros de Zamyatin, que el propio Orwell reseñó en 1946 y que describía la existencia humana en un “Estado único”, gobernado por el Benefactor, que “impone un control total sobre todos los aspectos de la vida mental y física. La vigilancia y el castigo están en manos de la policía política, los Guardianes (la satírica imitación de la República de Platón es evidente).[...] Hombres y mujeres son identificados no por nombres propios sino por números. Unos cupones de racionamientoles dan derecho a bajar las persianas y disfrutar de "la hora del sexo”.

Brecht y el hedor de la codicia

Destruida ya la utopía comunista de la Unión Soviética y la Europa del Este, Steiner revisa la obra de Brecht para destacar cómo “ningún poeta lírico, ningún dramaturgo, ningún panfletista ha dado una voz más penetrante a los himnos del dinero, ha hecho más palpable el hedor de la codicia. Pocas mentes han indagado de una manera más implacable la hipocresía y el desenvuelto autoengaño que lubrican las ruedas del provecho y hacen exteriormente higiénicas las relaciones de poder en el mercantilismo y en el capitalismo de consumo de masas. Al mismo tiempo, Brecht da testimonio del cinismo, de las artimañas (fue el más astuto de los supervivientes, gatuno en sus sinuosas maniobras) necesarias para resistir en el laberinto homicida del leninismo y el estalinismo. En los más excelentes poemas de Brecht (algunos se cuentan entre los más bellos de nuestro siglo), en sus mejores obras teatrales, en los innumerables cantos de rebelión y esperanza llena de cicatrices que inspiró y cantó, la clave última es menor”.

Danubio negro

Las indagaciones de Steiner tampoco olvidan al gran dramaturgo del siglo XX, Beckett, del que subraya cómo “en ciertos momentos en la literatura, un determinado escritor parece personificar la dignidad y la soledad de toda la profesión. [...] Hoy hay razones para suponer que Beckett es el escritor por excelencia, que otros dramaturgos y novelistas encuentran en él la sombra concentrada de sus esfuerzos y privaciones”.

Mención especial merece el ensayo “Danubio negro”, en el que analiza las obras de Karl Kraus y de Thomas Bernhard a vueltas con la sátira y el pasado de Europa en el periodo de entreguerras y en los años del nazismo, hasta proclamar sobre el segundo que “es el artesano más destacado de la prosa alemana después de Kafka y Musil. Amras , The Lime Works [La calera] y Frost [Helada] crearon un paisaje angustioso tan detallado, tan precisamente imaginado, como ningún otro en la literatura moderna. Increíblemente, Bernhard llegó a extender esta visión nocturna, fríamente histérica, a las mayores alturas de la cultura moderna”.

El gato de Céline

Bebert, uno de los gatos de Céline, se apodera del ensayo sobre su dueño: a fin de cuentas el gato, mil veces perdido, mostró más lealtad al género humano que ellos. Por eso, Steiner repite, como un estribillo a lo largo del ensayo que “es sobre Bébert sobre el que quiero escribir: Bébert, el archisuperviviente y la encarnación del ingenio francés. Pero tengo ante mí una voluminosa bibliografía de su desdichado dueño, de ese médico loco que, bajo el nombre de Céline (tomado de su abuela) produjo algunas de las narraciones y de las obras de "ficción real" más sensacionales [...] de la historia de la literatura occidental. Sería un placer informar acerca de Bébert. De Céline, no”.

Porque lo que caracteriza a estos ensayos es el rigor, la sabiduría pero también la ironía y humor de Steiner, que analiza las obras de Walter Benjamin, Scholem, Simone Weil, Lévi-Strauss, Cioran, Bertrand Russell, Canetti o Chomsky. Un siglo literario desfila por estas páginas deslumbrantes de intuiciones y saber. Un siglo en el que “el sueño marxista se convirtió en una pesadilla imperdonable, pero los nuevos sueños diurnos son furibundos: el tribalismo, el patrioterismo regional, los aborrecimientos nacionalistas arden desde el Asia soviética hasta Transilvania”.

Y las nuevas pandemias, y Oriente Medio, Afganistán, Iraq, y el paro, y la crisis... Al menos, nos queda la lectura, siempre nueva gracias a Steiner.