ALBERT LLADÓ
Revista de letras
Cuando se cumple el 25 aniversario de la muerte del pensador francés (murió el 25 de junio de 1984, en París), Revista de Letras no podía dejar de recordar a uno de los filósofos más importantes de la segunda mitad del siglo XX. Leer a Michel Foucault (1926-1984) es una invitación a la libertad, a las nuevas posibilidades de mirar nuestro presente, de entender nuestras limitaciones como individuos en el hoy y en el ahora.
Existen, básicamente, dos propuestas sobre cómo dividir en períodos el pensamiento, y la obra, del filósofo francés. Por un lado, la mayoría de estudiosos de Foucault creen acertado establecer tres etapas diferenciadas cronológicamente. En primer lugar, la etapa arqueológica, comprendida entre 1961 y 1969, y que tiene como principal obra La arqueología del saber. Son textos que se preguntan por el saber. En segundo lugar, nos encontramos con la etapa genealógica, de 1971 a 1976, y que comienza con El orden del discurso, con un gran interés por la pregunta sobre el poder. Y, por último, la etapa de las tecnologías del yo, que se inicia en 1978 y que llega hasta su muerte, en 1984.
Pero otros expertos, como Miguel Morey, profesor de la Universitat de Barcelona, niegan esta división tan clara. Para Morey, hay que leer a Foucault en círculos que integran las anteriores etapas. No se tratan de episodios que substituyen a los anteriores, ni de proyectos fracasados, sino de una continuidad que se pregunta sobre la posibilidad de penser autrement.
Este paradigma antropológico del que se ocupa Foucault, y de las inevitables paradojas que ello conlleva, lo explica bien Deleuze al dividir las etapas en tres preguntas fundamentales. Estamos ante las preguntas de “qué puedo saber”, “qué puedo hacer” y “quién soy yo”. El “yo”, un paradigma inventado recientemente y que quiere convencernos de un a priori universal. Foucault, al contrario, rechaza este “narcisismo” de las ciencias humanas y prefiere un a priori histórico, donde la ontología sea del presente y no se base en una analítica de la verdad a favor de confundir lo normal y lo moral.
A partir de El orden del discurso, y de su entrada en el Collage de France, el prestigio de Michel Foucault fue creciendo. Su preocupación primera, por los mecanismos de control y de rarificación que se habían producido a lo largo de la Historia, se fue centrando en el estudio del discurso, de su creación a partir de un supuesto original y de una continuidad que, si se afirmaba, desaparecía las condiciones de posibilidad a favor una unidad que aseguraba la falta de libertad. Para Foucault, donde había relación había poder. Y, por ello, su propuesta es altamente valiente, arriesgada. De hecho, su última etapa, en la que se preocupa por las técnicas de yo, y la subjetividad, sigue criticando esa idea del hombre como objeto.
Foucault acabó su vida de una manera que ha interesado más por el morbo que por la coincidencia con su obra. Muerto por el SIDA, en 1984, era homosexual y había padecido crisis de esquizofrenia. Tal vez era ese sufrimiento personal, esa excusión social que había podido padecer en sus círculos más cercanos, el que le hizo poner todo su talento al servicio de una demostración que, estos días, es más actual que nunca. Y es que la confusión entre lo que es normal y lo que es moral, aún sirve para alejar a las minorías que puedan poner en tela de juicio el discurso establecido.
La obra del pensador francés es, por lo tanto, radicalmente moderna. Intentando dejar de lado todos los prejuicios, investigando allí donde nadie había visto más que Historia, Foucault logra mostrar que los mecanismos de control, y coacción, funcionan. Y quizá, ahora que se cumplen 25 años de su muerte, es el momento de preguntarse por las nuevas trampas en las que hemos caído.
Existen, básicamente, dos propuestas sobre cómo dividir en períodos el pensamiento, y la obra, del filósofo francés. Por un lado, la mayoría de estudiosos de Foucault creen acertado establecer tres etapas diferenciadas cronológicamente. En primer lugar, la etapa arqueológica, comprendida entre 1961 y 1969, y que tiene como principal obra La arqueología del saber. Son textos que se preguntan por el saber. En segundo lugar, nos encontramos con la etapa genealógica, de 1971 a 1976, y que comienza con El orden del discurso, con un gran interés por la pregunta sobre el poder. Y, por último, la etapa de las tecnologías del yo, que se inicia en 1978 y que llega hasta su muerte, en 1984.
Pero otros expertos, como Miguel Morey, profesor de la Universitat de Barcelona, niegan esta división tan clara. Para Morey, hay que leer a Foucault en círculos que integran las anteriores etapas. No se tratan de episodios que substituyen a los anteriores, ni de proyectos fracasados, sino de una continuidad que se pregunta sobre la posibilidad de penser autrement.
Este paradigma antropológico del que se ocupa Foucault, y de las inevitables paradojas que ello conlleva, lo explica bien Deleuze al dividir las etapas en tres preguntas fundamentales. Estamos ante las preguntas de “qué puedo saber”, “qué puedo hacer” y “quién soy yo”. El “yo”, un paradigma inventado recientemente y que quiere convencernos de un a priori universal. Foucault, al contrario, rechaza este “narcisismo” de las ciencias humanas y prefiere un a priori histórico, donde la ontología sea del presente y no se base en una analítica de la verdad a favor de confundir lo normal y lo moral.
A partir de El orden del discurso, y de su entrada en el Collage de France, el prestigio de Michel Foucault fue creciendo. Su preocupación primera, por los mecanismos de control y de rarificación que se habían producido a lo largo de la Historia, se fue centrando en el estudio del discurso, de su creación a partir de un supuesto original y de una continuidad que, si se afirmaba, desaparecía las condiciones de posibilidad a favor una unidad que aseguraba la falta de libertad. Para Foucault, donde había relación había poder. Y, por ello, su propuesta es altamente valiente, arriesgada. De hecho, su última etapa, en la que se preocupa por las técnicas de yo, y la subjetividad, sigue criticando esa idea del hombre como objeto.
Foucault acabó su vida de una manera que ha interesado más por el morbo que por la coincidencia con su obra. Muerto por el SIDA, en 1984, era homosexual y había padecido crisis de esquizofrenia. Tal vez era ese sufrimiento personal, esa excusión social que había podido padecer en sus círculos más cercanos, el que le hizo poner todo su talento al servicio de una demostración que, estos días, es más actual que nunca. Y es que la confusión entre lo que es normal y lo que es moral, aún sirve para alejar a las minorías que puedan poner en tela de juicio el discurso establecido.
La obra del pensador francés es, por lo tanto, radicalmente moderna. Intentando dejar de lado todos los prejuicios, investigando allí donde nadie había visto más que Historia, Foucault logra mostrar que los mecanismos de control, y coacción, funcionan. Y quizá, ahora que se cumplen 25 años de su muerte, es el momento de preguntarse por las nuevas trampas en las que hemos caído.