Un disco recupera el valioso cancionero del artista francés. Músicos como Javier Krahe, Andy Changó o Paloma Berganza lo reivindican como cantante
JESÚS MIGUEL MARCOS
Público
Boris Vian fue un hombre con muchos hombres dentro. Y quizás también alguna mujer. Vivió 39 años, pero parecieron 200. Se comió sus días a dentelladas, sin dejar ni el hueso, hasta que su corazón, siempre delicado, dijo "no puedo más" hace ahora 50 años. Quizás no le quedaban cosas por hacer, como si en una loca carrera hacia su destino hubiera alcanzado a la muerte, pillándola desprevenida y saludando, sarcástico, "te cogí".
Qué le movía a hacer todo lo que hizo es un misterio. Un ingeniero que cantaba. Un novelista que corría rallies. Un trompetista que inventaba cosas. Un juerguista que componía canciones. De vivir un poco más, seguramente habría terminado de astronauta. Porque el mundo, a Boris Vian, se le quedaba pequeño.
Quizás era su enorme cabezota, que le permitía pensar dos veces más rápido. O esos ojos como ventanales, que veían lo que al resto se nos escapa. O esa grave enfermedad de corazón que le postró en cama con 12 años, que le ayudó a vislumbrar la silueta de la muerte y le hizo consciente de la brevedad de todo esto, de la espuma que son los días. Quizás pasó tanto miedo que ya no le quedó más y desde ese momento decidió atreverse a todo.
Su voracidad vital se lee en sus novelas, empapadas de fantasía, pero una fantasía que no saca de la realidad, sino que hunde en ella, hasta hacerla más real todavía. Su desbordante imaginación le costó no pocos disgustos, desde multas hasta censuras, pero nadie dijo que levantar el velo de falsedad que cubre la sociedad para mostrar sus vergüenzas iba a ser fácil. Vian lo veía tan claro que no se podía callar.
De vidas y muelas
Y no sólo en sus libros. Su faceta como cantante y compositor, recogida en el recopilatorio L'ingénieux romanesque (Wagram / Karonte, 2009) que se acaba de publicar, es mucho menos conocida -sobre todo fuera de Francia-, pero su riqueza es igualmente sobresaliente. Escribió más de 400 canciones, sobre todo en los últimos años de su vida, en la década de los cincuenta.
"En todas sus canciones tiene una idea original y eso le diferencia de muchos otros", afirma el cantautor Javier Krahe. Por ejemplo, cuando convierte la vida en una muela: "La vida, es como una muela, /primero ni se piensa en ella, /uno se contenta con masticar / y de repente se empieza a picar. / Y aunque duela, uno se aferra" (La vie, c'est comme une dent).
Vian escribió canciones de forma compulsiva. A veces llegaba al estudio sin la letra y en menos de una hora ya estaba cantándola. Tenía facilidad para escribir y se dejaba llevar. No era un principiante: sabía lo que hacía y por eso se mostraba tan confiado. Pero no era un perfeccionista y buscaba la frescura de lo improvisado, como en sus libros. "Hacía sus canciones un poco descuidadamente -comenta Krahe-, estaban bien hechas, pero tampoco era meticuloso. Tenía muchos versos de alivio: has dicho tres geniales y pones un cuarto de relleno".
Fue músico antes que escritor. Aprendió a tocar la trompeta muy joven y a los 18 años formó su primera banda, Accord Jazz. Escribió de jazz para varias revistas especializadas y llegó a ser director artistíco de la discográfica Philips. Como trompetista no era un virtuoso, pero suplía sus carencias técnicas con una expresividad extraordinaria. "Se nota que es un aficionado -dice el pianista de jazz Federico Lechner-, pero expresa bien lo que quiere. Hay gente que toca muy bien, pero que no expresa tanto como él. Vian tiene una enorme personalidad".
Su música tienen una influencia francesa evidente, sobre todo de los primeros músicos jazz del Hot Club, la chanson y Django Reinhardt, pero también del jazz americano. En su repertorio también hay blues, rock and roll y sonidos latinos, "y todo está hecho con muy buen gusto. No suena a antiguo. Y ya se sabe que lo que tiene calidad no envejece", añade Federico Lechner.
Vian empezó a escribir con 21 años, cuando ya llevaba bastantes años haciendo música. Y eso se nota en su literatura, como confirma el armonicista Antonio Serrano, aficionado a la escritura de Vian: "Los protagonistas de sus historias suelen ser personajes excéntricos y que rozan la marginalidad, algo muy común en los músicos de le época dorada del jazz. Además, introduce algunos elementos en sus libros que solo se le podrían ocurrir a un músico... por ejemplo el pianóctel". Este artilugio, que aparece en La espuma de los días, es un piano que fabrica cócteles distintos según las piezas que se toquen.
Un instrumento que conjugaba dos de sus grandes aficiones: la música y la bebida. "Yo bebo sistemáticamente", cantaba de forma mecánica en Je bois, la canción favorita de Andy Changó, que el año pasado publicó un álbum con versiones de Boris Vian traducidas al español. "Yo amo profundamente la bebida y escuchar esa canción me capturó, sus versos me parecieron alta poesía", confiesa el cantante argentino.
Se burlaba de todo y eso escocía. La polémica, nunca gratuita, le acompañó toda su vida. El tiempo le ha dado la razón: no era un sensacionalista, sino un adelantado que chocaba con la estrecha mentalidad de la Francia de posguerra. La novela Escupiré sobre vuestra tumba, escrita en 15 días por encargo de un editor, provocó un gran escándalo. Publicada con el pseudónimo de Vernon Sullivan, Vian fue demandado por el contenido de sexo y violencia del libro. Él alegó que se trataba de un libro americano y que sólo era el traductor, por lo que se vio obligado a traducir la obra al inglés para demostrar su inocencia. Al final le condenaron a pagar una multa, pero el libro fue un éxito de ventas.
No a la guerra
Sus canciones tampoco hacían gracia a los poderes fácticos. Su primer disco, Canciones posibles e imposibles (1955) fue censurado por antipatriótico. Contenía la que probablemente es su canción más famosa,El desertor, en la que el protagonista escribe una carta al presidente negándose a ir al frente de batalla: "Si hubiera que dar la sangre, / vaya usted y dé la suya / ya que buen apóstol es, / Señor Presidente", dice uno de sus últimos párrafos.
La cantante Paloma Berganza interpretó este tema unas semanas antes de la invasión de Irak en 2003, en la gala de los Premios de la Música. "El desertor es una de las poesías más hermosas que he escuchado. Sus temas más políticos le dieron muchos problemas. También escribía muchísimas burradas, principalmente sobre sexo", subraya Berganza, que defiende también a Vian como una gran voz: "Tenía una buena voz, interpretaba muy bien. Yo doy clases de canto y sé que la técnica es importante, pero es más importante la interpretación que la técnica, sobre todo para sacar el sentimiento".
Las canciones de Vian emanan un humor que puede ser fino y delicado, pero también bruto y despiadado, como en la sádica Fais-moi mal Johnny, versionada por Joan Manuel Serrat como Hazme daño Johnny con frases como "ya tengo el culo lleno de morados". Según Federico Lechner, "su música, y no sólo sus letras, están llenas de humor. Yo lo noto claramente: en giros que no son obvios, en cambios de ritmo, en la forma de intervenir de los solistas". El surrealismo y un irreprimible amor por la vida son otras dos constantes del repertorio de Vian. En Ils cassent le monde, un prisionero declara su amor incluso por los guardas que le torturan, porque "queda suficiente para mí, / queda suficiente, mi corazón".
Sus canciones descubren su persona. "Era un juerguista, un hiperactivo", define Krahe. "Tenía que ser un tipo muy gracioso", añade Changó. Lechner cree que sería "alguien culto, bien formado, pero muy fresco", y Paloma Berganza le imagina como "un anarquista, tanto en lo político como en su vida personal. Y muy loco. Le daba igual lo que pensaran de él". Vian murió en el preestreno de la adaptación cinematográfica de Escupiré sobre vuestra tumba. Él ya le había advertido al director, Michel Gast, que no le gustaba cómo estaba quedando.
Qué le movía a hacer todo lo que hizo es un misterio. Un ingeniero que cantaba. Un novelista que corría rallies. Un trompetista que inventaba cosas. Un juerguista que componía canciones. De vivir un poco más, seguramente habría terminado de astronauta. Porque el mundo, a Boris Vian, se le quedaba pequeño.
Quizás era su enorme cabezota, que le permitía pensar dos veces más rápido. O esos ojos como ventanales, que veían lo que al resto se nos escapa. O esa grave enfermedad de corazón que le postró en cama con 12 años, que le ayudó a vislumbrar la silueta de la muerte y le hizo consciente de la brevedad de todo esto, de la espuma que son los días. Quizás pasó tanto miedo que ya no le quedó más y desde ese momento decidió atreverse a todo.
Su voracidad vital se lee en sus novelas, empapadas de fantasía, pero una fantasía que no saca de la realidad, sino que hunde en ella, hasta hacerla más real todavía. Su desbordante imaginación le costó no pocos disgustos, desde multas hasta censuras, pero nadie dijo que levantar el velo de falsedad que cubre la sociedad para mostrar sus vergüenzas iba a ser fácil. Vian lo veía tan claro que no se podía callar.
De vidas y muelas
Y no sólo en sus libros. Su faceta como cantante y compositor, recogida en el recopilatorio L'ingénieux romanesque (Wagram / Karonte, 2009) que se acaba de publicar, es mucho menos conocida -sobre todo fuera de Francia-, pero su riqueza es igualmente sobresaliente. Escribió más de 400 canciones, sobre todo en los últimos años de su vida, en la década de los cincuenta.
"En todas sus canciones tiene una idea original y eso le diferencia de muchos otros", afirma el cantautor Javier Krahe. Por ejemplo, cuando convierte la vida en una muela: "La vida, es como una muela, /primero ni se piensa en ella, /uno se contenta con masticar / y de repente se empieza a picar. / Y aunque duela, uno se aferra" (La vie, c'est comme une dent).
Vian escribió canciones de forma compulsiva. A veces llegaba al estudio sin la letra y en menos de una hora ya estaba cantándola. Tenía facilidad para escribir y se dejaba llevar. No era un principiante: sabía lo que hacía y por eso se mostraba tan confiado. Pero no era un perfeccionista y buscaba la frescura de lo improvisado, como en sus libros. "Hacía sus canciones un poco descuidadamente -comenta Krahe-, estaban bien hechas, pero tampoco era meticuloso. Tenía muchos versos de alivio: has dicho tres geniales y pones un cuarto de relleno".
Fue músico antes que escritor. Aprendió a tocar la trompeta muy joven y a los 18 años formó su primera banda, Accord Jazz. Escribió de jazz para varias revistas especializadas y llegó a ser director artistíco de la discográfica Philips. Como trompetista no era un virtuoso, pero suplía sus carencias técnicas con una expresividad extraordinaria. "Se nota que es un aficionado -dice el pianista de jazz Federico Lechner-, pero expresa bien lo que quiere. Hay gente que toca muy bien, pero que no expresa tanto como él. Vian tiene una enorme personalidad".
Su música tienen una influencia francesa evidente, sobre todo de los primeros músicos jazz del Hot Club, la chanson y Django Reinhardt, pero también del jazz americano. En su repertorio también hay blues, rock and roll y sonidos latinos, "y todo está hecho con muy buen gusto. No suena a antiguo. Y ya se sabe que lo que tiene calidad no envejece", añade Federico Lechner.
Vian empezó a escribir con 21 años, cuando ya llevaba bastantes años haciendo música. Y eso se nota en su literatura, como confirma el armonicista Antonio Serrano, aficionado a la escritura de Vian: "Los protagonistas de sus historias suelen ser personajes excéntricos y que rozan la marginalidad, algo muy común en los músicos de le época dorada del jazz. Además, introduce algunos elementos en sus libros que solo se le podrían ocurrir a un músico... por ejemplo el pianóctel". Este artilugio, que aparece en La espuma de los días, es un piano que fabrica cócteles distintos según las piezas que se toquen.
Un instrumento que conjugaba dos de sus grandes aficiones: la música y la bebida. "Yo bebo sistemáticamente", cantaba de forma mecánica en Je bois, la canción favorita de Andy Changó, que el año pasado publicó un álbum con versiones de Boris Vian traducidas al español. "Yo amo profundamente la bebida y escuchar esa canción me capturó, sus versos me parecieron alta poesía", confiesa el cantante argentino.
Se burlaba de todo y eso escocía. La polémica, nunca gratuita, le acompañó toda su vida. El tiempo le ha dado la razón: no era un sensacionalista, sino un adelantado que chocaba con la estrecha mentalidad de la Francia de posguerra. La novela Escupiré sobre vuestra tumba, escrita en 15 días por encargo de un editor, provocó un gran escándalo. Publicada con el pseudónimo de Vernon Sullivan, Vian fue demandado por el contenido de sexo y violencia del libro. Él alegó que se trataba de un libro americano y que sólo era el traductor, por lo que se vio obligado a traducir la obra al inglés para demostrar su inocencia. Al final le condenaron a pagar una multa, pero el libro fue un éxito de ventas.
No a la guerra
Sus canciones tampoco hacían gracia a los poderes fácticos. Su primer disco, Canciones posibles e imposibles (1955) fue censurado por antipatriótico. Contenía la que probablemente es su canción más famosa,El desertor, en la que el protagonista escribe una carta al presidente negándose a ir al frente de batalla: "Si hubiera que dar la sangre, / vaya usted y dé la suya / ya que buen apóstol es, / Señor Presidente", dice uno de sus últimos párrafos.
La cantante Paloma Berganza interpretó este tema unas semanas antes de la invasión de Irak en 2003, en la gala de los Premios de la Música. "El desertor es una de las poesías más hermosas que he escuchado. Sus temas más políticos le dieron muchos problemas. También escribía muchísimas burradas, principalmente sobre sexo", subraya Berganza, que defiende también a Vian como una gran voz: "Tenía una buena voz, interpretaba muy bien. Yo doy clases de canto y sé que la técnica es importante, pero es más importante la interpretación que la técnica, sobre todo para sacar el sentimiento".
Las canciones de Vian emanan un humor que puede ser fino y delicado, pero también bruto y despiadado, como en la sádica Fais-moi mal Johnny, versionada por Joan Manuel Serrat como Hazme daño Johnny con frases como "ya tengo el culo lleno de morados". Según Federico Lechner, "su música, y no sólo sus letras, están llenas de humor. Yo lo noto claramente: en giros que no son obvios, en cambios de ritmo, en la forma de intervenir de los solistas". El surrealismo y un irreprimible amor por la vida son otras dos constantes del repertorio de Vian. En Ils cassent le monde, un prisionero declara su amor incluso por los guardas que le torturan, porque "queda suficiente para mí, / queda suficiente, mi corazón".
Sus canciones descubren su persona. "Era un juerguista, un hiperactivo", define Krahe. "Tenía que ser un tipo muy gracioso", añade Changó. Lechner cree que sería "alguien culto, bien formado, pero muy fresco", y Paloma Berganza le imagina como "un anarquista, tanto en lo político como en su vida personal. Y muy loco. Le daba igual lo que pensaran de él". Vian murió en el preestreno de la adaptación cinematográfica de Escupiré sobre vuestra tumba. Él ya le había advertido al director, Michel Gast, que no le gustaba cómo estaba quedando.