El sabio folletín americano de Henry James

Backlist publica 'Washington Square', retrato de la clase alta americana


ÁLVARO CORTINA
El Mundo



Se ha hablado muchas veces sobre Henry James como de un fino novelista de lo esnob. Bertrand Russell (que era todo un lord) se reía de su pose estirada cuando decía que era un señor que saludaba a los niños dándoles la mano. Era un yanqui enamorado de Europa, y Europa iría dominando lentamente su narrativa, que culmina en un marcado cosmopolitismo.

Chesterton lo encontraba también un poco artificial: "un americano que había reaccionado contra América y había impregnado su sensible psicología de todo lo inglés en su aspecto más anticuado y aristocrático".

Formalmente 'Washington Square' (Backlist) no es una de sus novelas más barrocas. James era el tipo de escritor que cuando pensaba una frase bonita la apuntaba, y le iba añadiendo oropeles hasta alargarla mucho. A decir verdad, esta es una novela redonda, llena de concisión dramática y sin pesados y hueros estilismos. Es complicado decir por qué.

Sus situaciones son tangibles, sus personajes son carne y hueso, y dudas y certezas. Actúan del único modo en que deberían actuar. Su psicología y sus ensoñaciones, unidos a su físico, parcamente descrito, conforman una entidad autónoma, nueva.

La trama tiene algo que ver con 'Eugenia Grandet', pero, como dice Carlos Pujol, James supera a Balzac por una vía insospechada: la vía del matiz. El señor Sloper, padre de Catherine ("heroína" de la historia), deja al señor Grandet como un esquema, claro y evidente como una bandeja. En 'Washington Square' todo resulta ambivalente e impreciso de pura precisión.

En los corrillos de la alta burguesía de Nueva York se principia el drama amoroso de esta historia. La protagonista es Catherine. Una naturaleza honesta, plácida sin ningún tipo de gracia especial. Al autor se le ha reconocido indistinta maña descriptiva con personajes de ambos sexos, aunque aquí se luce: Catherine es perfecta, austeniana.

En un momento dado, después de años y años de valses y festejos en espacios de largas cortinas y risas de fondo, su prima Marian Almond le presenta a Morris Townsend. Marian, la prima, le da al desconocido un golpecito animoso en el hombro con su abanico antes de dejarles solos. El golpecito viene a ser un empujón. A Catherine las presentaciones le ponían nerviosa, pero en poco tiempo repara en que él "hablaba como los jóvenes de las novelas".

James fue una bisagra entre los siglos XIX y el XX, aunque ésta no es su novela más innovadora formalmente hablando. Si bien es un un título indiscutible, astucia y sensibilidad. Aparte que la innovación no es el indicativo del gran arte. Esta novela no supone una ruptura, pero sí la sofisticación de algo que se venía gestando durante cien años.

El escritor Henry James

Townsend no se deja pasar por el bisturí del narrador en ningún momento, sólo en esquinas de la trama, en zonas veladas de la acción. Es siempre un pretendiente en la distancia, y si se está atento se le pueden adivinar algunas cosas entre líneas.

El padre de Catherine, el señor Sloper es un personaje enorme. El médico "filósofo", sarcástico y condescendiente. Es, además, el oponente moral de Townsend. En contraposición está la soñadora y pizpireta tía Lavinia, o señora Penniman, viuda consorte de aquella casa en Washington Square (el traductor, Sergio Pitol, lo traduce como Plaza Washington, a pesar del título) favorable al joven. Como Russell, James también describe a Lavinia a través de su tacto con los niños:

"Trataba a los niños con excesiva dureza tanto para elogiarlos como para reprenderlos, y tenía el aire opresivo de esperar algo muy sutil de parte de ellos". Pero por detrás de los matices está la dote y la incertidumbre como un runrún cruel, oprobioso para casi todos.

El casamiento puede tener un punto de bomba de relojería que nunca se le ha escapado al folletín, con sus cuestiones adyacentes del testamento, del honor... En todo caso, explicar el grado de materialidad que alcanza esta novela es imposible, hace falta leerla (¡tan limitada es una reseña frente a la genialidad!).

James, que nació en Nueva York, terminó por nacionalizarse inglés, y aunque trató y admiró a Zola nunca abandonó la clase preferente como contenido artístico (y vital). La familia James fue un clan ilustre. Su padre, amigo de Emerson y de Thoureau, les dio a sus hijos una educación esmerada. Como su célebre hermano William, James estudió en Harvard, y viajó mucho al viejo continente desde niño.

Sospechoso Townsend

También los Sloper pasean por la Europa educativa, por las ruinas de Roma y por la luz de París durante meses. El padre considera que así Catherine puede quitarse de la cabeza al joven Townsend, el que hablaba como "los jóvenes de las novelas", el sospechoso Townsend.

Se han trasladado al cinematógrafo muchas veces los salones amplios, los guantes y las porcelanas del sensitivo Henry James. 'La heredera', de William Wyler (que triunfó siempre con el cine de época) es una adaptación muy conseguida de 'Washington Square'. Catherine tiene ese punto de beatería e inocencia americana que tan bien relumbra en Olivia De Havilland.

Si bien la actriz, a pesar del maquillaje feísta, sigue siendo más guapa que su referente. Por lo demás, la película ofrece fiel trasunto visible de todo ese fasto tan bien desgranado, escenario de confusión y encontronazo.

Eso de antipático que ven los personajes románticos en algunas partes del protocolo, le hizo preguntarse a la princesa Olenska (personaje romántico) de 'La edad de la inocencia' por qué alguien se había tomado la molestia de descubrir un continente nuevo. Townsend conquista a Catherine justamente con la espontaneidad de este hablar libertario. Es el nuevo y sus nuevos aires. El reclamo del buen salvaje ha sido una socorrida herramienta para el ligón.

Entre viajes trasatlánticos, James articuló sus penetrantes y barrocos formalismos. Lo suyo fue un descubrimiento pero al revés, llegó al viejo continente desde lo nuevo, aunque quizá tuviera razón la princesa Olenska y Occidente poseía ya un mismo cronómetro avejentado. O quizá no: Olenska tenía también hablares de novela y no hay que fiarse.

En 'Washington Square' al menos no puede uno fiarse de nada, mucho es imprevisto, nuevo y a la vez muy tradicional. Antes de la revolucionaria 'Los embajadores', antes de la cómica 'Los papeles de Aspern' o del thriller 'Otra vuelta de tuerca' habría que asomarse a este sabio folletín.