La editorial Visor publica La gente parece flores al fin, el poemario en el que se recogen los últimos versos inéditos del polémico Charles Bukowski. Escritos al final de su vida, se muestra divertido, mordaz y resignado ante la muerte
PEIO H. RIAÑO
Público
Estaba dispuesto a desaparecer, pero no le dejan. Quince años después de su fallecimiento los archivos infinitos del prolífico escritor norteamericano Charles Bukowski no quieren callar. La duda sobre el suministro de los inéditos que deja caer gota a gota su última mujer y heredera del negociado Chinaski, Linda Lee, no hace más que crecer con la aparición de un nuevo volumen póstumo. Y van cinco desde que el maestro de lo ingrato muriese de leucemia en 1994. Con el extenso poemario La gente parece flores al fin, que lanza esta semana Visor en las librerías españolas, sus últimos poemas sin publicar, llegamos al episodio en retirada del padre de lo que terminaría siendo la realidad más sucia de la literatura.
John Martin, el editor al que Bukowski le fue fiel hasta la muerte por haberle ofrecido a los 45 años de edad dejar su trabajo en el departamento de correos gracias a un sueldo mensual como escritor, es el encargado de husmear entre sus archivos. Martin ha sabido administrar el eco de la voz del escritor para que no se acabe nunca. Los poemas todavía resuenan. Buenos tiempos estos para que vuelva el gran tentador del fracaso.
La gente parece flores al fin está compuesto por más de 130 poemas, a los que uno llega con la curiosidad de ver si en sus últimos días fue capaz de mantener la leyenda del gruñón amante de los hipódromos, el boxeo y las borracheras. Si la obsesión por las mujeres puede mantenerle todavía en pie a los 60 y 70 años de edad, si sigue odiando con tanta templanza y tanto pasotismo. Una vez leídos, deja claro que el hígado por el que Bukowski pasaba las cintas de su máquina de escribir Underwood, y untarlas de bilis, está a pleno rendimiento.
Un poco de algodón para hacer la prueba: "Buena suerte, viejo amigo/ no resulta fácil,/ estamos pegados a nuestros cojones, y no hay más,/ estamos cautivos de nuestros cojones,/ y yo debería refrenarme un poco/ cuando se trata de mujeres", escribe en el poema Le miro los cojones al gato. Este fragmento basta para ver la resignación con la que Bukowski empaña sus últimas palabras. Podría entenderse este libro como un testamento literario, en el que incluso llega a aceptar que "el whisky acelera el corazón, pero desde luego no ayuda a la mente".
Testamento sin rima
Sin embargo, sus últimas palabras no son su testamento. Ese lo hizo desde su primer escrito. En novela, cuento o poema, siempre vivió la página como una última oportunidad, como el "último minuto" al que se refiere una y otra vez en estas últimas páginas. "Hay que morir unas cuantas veces antes de poder/ vivir de verdad", suelta más aforístico que nunca, en este expolio final de su archivo. A pesar de repetir los mismos fantasmas que siempre lo acecharon "Las mujeres muertas, los amores intoxicados, los borrachos en su agonía", como apunta su traductor Eduardo Iriarte, en La gente parece flores al fin es consciente, más que nunca, de que le queda el descuento.
El probable último poemario es el testimonio del odio sostenido que mantuvo con vida a Bukowski hasta el último suspiro. Odio sobre todo a la monotonía, arma letal. Odio también a sus vecinos. Alguien que destripa al "hombre que corta el césped ahí enfrente", teme convertirse en lo que más odia: un ser interesado en el béisbol, las películas del oeste y las hojas de la hierba. "¿Eso es todo lo que ves, esas hojas de hierba? ¿Eso es todo lo que oyes, el zumbido del cortacésped?", le pregunta lleno de sarcasmo. Alguien que escribe una loa a un contestador automático es un huraño que no quiere malgastar su tiempo con tonterías, ni con molestias. A los 60 años sigue siendo un solitario empedernido que no soporta ni el recuerdo de las mujeres por las que pasó.
Bukowski no se acaba nunca
La gente parece flores al fin también desvela que mantuvo un ritmo frenético de escritura hasta el último momento. Apunta que corrige y destruye una y otra vez, incluso, llega a sentirse amenazado por la falta de creatividad cuando a los sesenta y tantos escribe que por primera vez se ha "quedado en blanco". Hay cosas que a ciertas edades uno podría permitirse, como fallar. O hasta arrepentirse, y seguir el ejemplo de Bukowski: "El whisky acelera el corazón/ pero desde luego no ayuda a/ la mente", debería estar borracho para renegar de esta manera del alcohol, impensable en sus primeros libros.
En estos poemas es divertido y triste, mordaz y resignado, es capaz de mantener la leyenda hasta el final. "Es uno de los autores que mejor ha envejecido y mejor va a envejecer", afirma Diego Moreno, editor de Nórdica, quien publicó hace unos meses por primera vez en España Secuelas de una larguísima nota de rechazo, el primer escrito que Bukowski publicó en 1944. "Es un autor que nunca desaparece. Su estilo es tan potente que no pasará jamás. Su estilo está por encima de lo que cuenta, por mucho que les pese a quien han tratado de dilapidarle por los temas que trata", vuelve a la carga Moreno.
"Cualquier momento es bueno para leerle. Pero es cierto que él contó una Norteamérica en plena crisis y hoy hay muchos paralelismos con aquella época. Es un buen momento para recuperarle o para conocerle", dice Vicente Muñoz, encargado de la compilación Resaca (Caballo de Troya), en la que 37 autores españoles actuales homenajearon al autor de Factotum.
Para Muñoz, donde se escucha la verdadera voz de Bukowski es en sus poemas. En ella hay gravedad, "sabiduría de mujeriego y dipsomaniaco". Muchos han visto en sus novelas una mascarada cómica de los asuntos que traía encima y algunos han llegado a escribir sobre él que fue "un mediocre escritor que se puso de moda en nuestro país hace unos cuantos años por su alcohólico y desgreñado pasotismo". Lo cierto es que su gran victoria no fue la resistencia de su escritura, sino haberse librado de un trabajo de nueve a cinco.
Para el poeta Pablo García Casado, el elemento que le gustaría destacar de Bukowski es el ahorro de elementos y detalles superfluos en sus trabajos. "Él es ante todo un realista, no sólo un realista sucio. Viene del realismo norteamericano más clásico. Aunque rompe con la temática, no lo hace con el tratamiento", explica. Sin romper el tiempo, sin fragmentar, sin acercarse a la vanguardia, Bukowski, en una poesía absolutamente narrativa, se asoma a la ventana y encuentra lo único que necesita: su calle, la vida.
Tiene razón García Casado, Chinaski es despiadado en la concreción, imperdonable con su pasado y certero con lo que se le viene encima: "Sólo hay una manera de vivir/ y es solo, / y sólo una manera de morir, y es esa misma".
John Martin, el editor al que Bukowski le fue fiel hasta la muerte por haberle ofrecido a los 45 años de edad dejar su trabajo en el departamento de correos gracias a un sueldo mensual como escritor, es el encargado de husmear entre sus archivos. Martin ha sabido administrar el eco de la voz del escritor para que no se acabe nunca. Los poemas todavía resuenan. Buenos tiempos estos para que vuelva el gran tentador del fracaso.
La gente parece flores al fin está compuesto por más de 130 poemas, a los que uno llega con la curiosidad de ver si en sus últimos días fue capaz de mantener la leyenda del gruñón amante de los hipódromos, el boxeo y las borracheras. Si la obsesión por las mujeres puede mantenerle todavía en pie a los 60 y 70 años de edad, si sigue odiando con tanta templanza y tanto pasotismo. Una vez leídos, deja claro que el hígado por el que Bukowski pasaba las cintas de su máquina de escribir Underwood, y untarlas de bilis, está a pleno rendimiento.
Un poco de algodón para hacer la prueba: "Buena suerte, viejo amigo/ no resulta fácil,/ estamos pegados a nuestros cojones, y no hay más,/ estamos cautivos de nuestros cojones,/ y yo debería refrenarme un poco/ cuando se trata de mujeres", escribe en el poema Le miro los cojones al gato. Este fragmento basta para ver la resignación con la que Bukowski empaña sus últimas palabras. Podría entenderse este libro como un testamento literario, en el que incluso llega a aceptar que "el whisky acelera el corazón, pero desde luego no ayuda a la mente".
Testamento sin rima
Sin embargo, sus últimas palabras no son su testamento. Ese lo hizo desde su primer escrito. En novela, cuento o poema, siempre vivió la página como una última oportunidad, como el "último minuto" al que se refiere una y otra vez en estas últimas páginas. "Hay que morir unas cuantas veces antes de poder/ vivir de verdad", suelta más aforístico que nunca, en este expolio final de su archivo. A pesar de repetir los mismos fantasmas que siempre lo acecharon "Las mujeres muertas, los amores intoxicados, los borrachos en su agonía", como apunta su traductor Eduardo Iriarte, en La gente parece flores al fin es consciente, más que nunca, de que le queda el descuento.
El probable último poemario es el testimonio del odio sostenido que mantuvo con vida a Bukowski hasta el último suspiro. Odio sobre todo a la monotonía, arma letal. Odio también a sus vecinos. Alguien que destripa al "hombre que corta el césped ahí enfrente", teme convertirse en lo que más odia: un ser interesado en el béisbol, las películas del oeste y las hojas de la hierba. "¿Eso es todo lo que ves, esas hojas de hierba? ¿Eso es todo lo que oyes, el zumbido del cortacésped?", le pregunta lleno de sarcasmo. Alguien que escribe una loa a un contestador automático es un huraño que no quiere malgastar su tiempo con tonterías, ni con molestias. A los 60 años sigue siendo un solitario empedernido que no soporta ni el recuerdo de las mujeres por las que pasó.
Bukowski no se acaba nunca
La gente parece flores al fin también desvela que mantuvo un ritmo frenético de escritura hasta el último momento. Apunta que corrige y destruye una y otra vez, incluso, llega a sentirse amenazado por la falta de creatividad cuando a los sesenta y tantos escribe que por primera vez se ha "quedado en blanco". Hay cosas que a ciertas edades uno podría permitirse, como fallar. O hasta arrepentirse, y seguir el ejemplo de Bukowski: "El whisky acelera el corazón/ pero desde luego no ayuda a/ la mente", debería estar borracho para renegar de esta manera del alcohol, impensable en sus primeros libros.
En estos poemas es divertido y triste, mordaz y resignado, es capaz de mantener la leyenda hasta el final. "Es uno de los autores que mejor ha envejecido y mejor va a envejecer", afirma Diego Moreno, editor de Nórdica, quien publicó hace unos meses por primera vez en España Secuelas de una larguísima nota de rechazo, el primer escrito que Bukowski publicó en 1944. "Es un autor que nunca desaparece. Su estilo es tan potente que no pasará jamás. Su estilo está por encima de lo que cuenta, por mucho que les pese a quien han tratado de dilapidarle por los temas que trata", vuelve a la carga Moreno.
"Cualquier momento es bueno para leerle. Pero es cierto que él contó una Norteamérica en plena crisis y hoy hay muchos paralelismos con aquella época. Es un buen momento para recuperarle o para conocerle", dice Vicente Muñoz, encargado de la compilación Resaca (Caballo de Troya), en la que 37 autores españoles actuales homenajearon al autor de Factotum.
Para Muñoz, donde se escucha la verdadera voz de Bukowski es en sus poemas. En ella hay gravedad, "sabiduría de mujeriego y dipsomaniaco". Muchos han visto en sus novelas una mascarada cómica de los asuntos que traía encima y algunos han llegado a escribir sobre él que fue "un mediocre escritor que se puso de moda en nuestro país hace unos cuantos años por su alcohólico y desgreñado pasotismo". Lo cierto es que su gran victoria no fue la resistencia de su escritura, sino haberse librado de un trabajo de nueve a cinco.
Para el poeta Pablo García Casado, el elemento que le gustaría destacar de Bukowski es el ahorro de elementos y detalles superfluos en sus trabajos. "Él es ante todo un realista, no sólo un realista sucio. Viene del realismo norteamericano más clásico. Aunque rompe con la temática, no lo hace con el tratamiento", explica. Sin romper el tiempo, sin fragmentar, sin acercarse a la vanguardia, Bukowski, en una poesía absolutamente narrativa, se asoma a la ventana y encuentra lo único que necesita: su calle, la vida.
Tiene razón García Casado, Chinaski es despiadado en la concreción, imperdonable con su pasado y certero con lo que se le viene encima: "Sólo hay una manera de vivir/ y es solo, / y sólo una manera de morir, y es esa misma".