'Capturing the Friedmans' y la escurridiza verdad


BEATRIZ MALDIVIA
Blogdecine




Es desolador ver el documental ‘Capturing the Friedmans’ (2003), de Andrew Jarecki, porque durante ni un solo minuto se tiene la certeza de que lo que se cuenta sea cierto, pero tampoco se puede estar del todo convencido de que sea mentira. Sobre esa duda, sobre lo escurridiza que es y será la verdad, trata este film, donde la pedofilia y la pederastia, así como los hechos reales mostrados, son una mera excusa.

Arnold Friedman compraba por correo revistas pornográficas infantiles. La policía entró con una orden de registro y, tras encontrar material en su casa, pensó que un hombre con esas aficiones no sería un buen profesor de informática. Sin ninguna prueba física, se interrogó a los alumnos del cursillo y varios de ellos declararon haber sufrido abusos por parte del profesor y de su hijo menor, Jesse, de dieciocho años, que ejercía de ayudante en clase.

Los testimonios, algunos indicios y hasta cartas escritas por el propio Arnold podrían indicar que las acusaciones eran ciertas. Sin embargo, la mayoría de los acontecimientos no encajaban, como la cantidad de denuncias, la forma en la que se hicieron los interrogatorios o el hecho de que las supuestas víctimas no hubiesen dicho nada hasta que fueron entrevistados. Jarecki (en la siguiente fotografía) presenta, por lo tanto, las dos caras de la moneda, pero más que por un afán de permanecer neutral y de no condicionar, como estudio de lo difícil que resulta adquirir una certidumbre.

‘Capturing the Friedmans’ (capturando a los Friedman) es un juego de palabras entre capturar en vídeo y atrapar policialmente. Se hace mucho más patente la afirmación de que la verdad es escurridiza cuando se está tratando un caso del que existen miles de horas de grabaciones caseras con celebraciones, charlas, discusiones, declaraciones a cámara… Casi sería como decir que ni siquiera habiendo estado allí habríamos sabido la verdad. Si extrapolamos esto a la historia y a todos los hechos que han ocurrido antes de que existiese la documentación cinematográfica o siquiera fotográfica, nos damos cuenta de lo trastocados que pueden estar los datos que conocemos sobre el mundo anterior a nosotros.

Aterra pensar cómo una acusación sin base puede destrozar la vida –o acabar con ella— de los individuos. El juicio paralelo que montan los medios de comunicación, influyendo en los jueces y jurados, provoca unos veredictos tan inamovibles que da igual lo que se presente en el verdadero proceso. Para quienes vemos el documental sin saber sobre el caso, todo son dudas. Sin embargo, para las personas que ya conocían los hechos a través de la televisión, era casi imposible dejar de pensar como pensaban. Se habla de un lavado de cerebro a las supuestas víctimas, pero es un lavado de cerebro al país entero lo que se encuentra en estos acontecimientos. Sin poseer en ningún momento la certeza de que Arnold y Jesse Friedman fuesen inocentes, la irritación que crea observar estas injusticias en el documental es tremenda. Por muy terribles que sean los hechos de los que se les acusaba, parece aún peor esa falta de amparo judicial. Recientemente se emitió en España una miniserie sobre un juicio similar, ‘El caso Vaninkof’ –donde se había condenado a una mujer por sus tendencias sexuales y su falta de simpatía— que causaba la misma indignación.

Lo más cuestionado fue la forma de efectuar los interrogatorios. Esto ocurría en 1988, cuando los psicólogos acostumbraban a inocular recuerdos en los pacientes a base de insistencia o de hipnosis. Más tarde se comprobó que muchas de las personas que creían que habían sufrido abusos durante su infancia y que suponían que los mantenían perdidos en el olvido debido al trauma, en realidad no habían pasado por ninguna experiencia semejante. En el libro ‘Imágenes de la Locura. La Psicopatología en el Cine’, de Beatriz Vera Poseck –que ya había recomendado en otras ocasiones— se describe este fenómeno, que fue casi como una moda. No sólo las personas acusadas de esos abusos sufrían las consecuencias, sino también las propias supuestas víctimas que, a partir de entonces, tenían que vivir con la consciencia de haber pasado la niñez en el infierno.

Los Friedman eran unos señores extraños –“friquis” sería la palabra— y no le caían bien ni a Elaine, esposa y madre, respectivamente. Entre el padre y los tres hijos habían formado una piña que mantenía fuera incluso a esta mujer, que es la que más minutos de declaraciones tiene en el documental. Las intervenciones del hijo mayor, David, y del propio Jesse son fascinantes por sí mismas. El film, por lo tanto, cobra otra dimensión de interés por el tipo de personajes tan peculiares que presenta y por el tipo de interacciones familiares que retrata. Hace unos días ensalzaba ‘El desencanto’ por motivos similares.

‘Capturing the Friedmans’ es uno de esos documentales que son diferentes porque van más allá del tema que tratan y porque sirven para reflexionar sobre la sociedad, sobre el ser humano y también sobre el propio cine y el propio formato documental.