Despedidas (Departures), acariciar el alma ausente


BLANCA VÁZQUEZ
La República cultural




En la última celebración de los premios Oscar tenía una clara favorita en la categoría de película de habla no inglesa, “Entre les murs” de Laurent Cantet. Llega ahora a las pantallas la cinta japonesa que le quitó la estatuilla a la francesa, y la verdad, aspirando la lírica poética y la delicadeza de la puesta en escena de Departures (Okuribito, Despedidas) de Yojiro Takita, no puedo por menos que entender la elección, siendo tarea más que complicada, especialmente cuando esta sección auna películas tan o más extraordinarias que las de la categoría principal.

Takita ha compuesto con maestría y manos de delicado embalsamador un suave relato del traspaso del alma humana a “otra cosa”, como dice en un momento dado uno de los personajes, más exactamente expresado que “otro mundo”. Un frágil y delicado argumento que, sin embargo, contiene toda la dureza de la perdida mayor que existe, la vida. Bien acompañado por una música sublime que le confiere a lo contado una poderosa emotividad , Departures, se alza en todo un placer cinéfilo como en pocas ocasiones localizamos en la gran pantalla.

Sin pretensiones egocéntricas, ni vanidades autorales concentradas en epatar al máximo, Takita hace que volvamos a degustar ese tipo de cine sencillo pero tremendamente profundo, del que ojeamos un curioso costumbrismo localista, auténtico, no impostado, algo como lo que viene ocurriendo con la extraordinaria cinta de Claudia Llosa, La teta asustada. En cierto modo ambas cintas tienen mucho en común, la muerte como centro de la historia, la preparación del cuerpo sin vida para rendirle una sentida despedirse, la música (o cantos) como expresión de la soledad del alma y la perdida, la comunión espiritual entre los miembros de un pueblo mediante sus ritos y costumbres con el fin de reconfortarse del vacío existencial que se soporta como una carga pesada. Pero también me remite el trabajo del realizador japonés a la suprema serie norteamericana de televisión Six Feet Under, a su mirada inteligente sobre la muerte, su afiche para recordarnos nuestra propia mortandad, algo que ignoramos muy sutilmente, cegándonos ávidamente con un materialismo sin fin.

Las imágenes de la cinta nipona ganadora de un Oscar se hacen suaves, pacíficas, reconfortantes, hipnóticas ya desde el mismo comienzo, en las que Takita nos alecciona sobre la delicada labor de amortajador de Daigo (Masahiro Motoki), un joven músico que se ha instalado, junto a su esposa, en un pueblo al noroeste de Japón, Sakata, después de perder su trabajo en una banda de Tokio. Con aprensión y muchas dudas consigue encontrar, en este nuevo y -mal visto- trabajo y gracias a su maestro Ikuei (Tsutomi Yamazaki), el confort vital que no tenía antes, especialmente al descubrir poco a poco como su labor ayuda a soportar el sufrimiento de los que quedan. Casi como la ayuda de sacerdotes, reconforta la labor de estos embalsamadores en tales momentos de angustia y zozobra. Yojiro Takita realiza un sorprendente trabajo de montaje con las escenas más subyugantes, las de la preparación de los muertos, en las que ha omitido el componente morboso o sangriento, dejando la resolución de alguna escena desagradable en la expresión de los actores, como la tarea de amortajar a una anciana encontrada en su hogar en un estado lamentable después de varios días muerta.

Al mismo tiempo el realizador también enfatiza otras pérdidas, la del padre, por ejemplo. Daigo fue abandonado por su padre en su niñez y fue criado por una madre sola. Hecho que es reflejado a través de ciertos matices poéticos en la cinta, (especialmente hermoso resulta la alusión a la carta-piedra), si bien en ocasiones rozando el exceso lírico, pero que no producen desequilibrio en el conjunto.

Imprescindible apuntar que a pesar de ser la muerte el tema central, así como la recuperación de rituales tradicionales nipones, la música forma parte esencial del argumento, alzándose en algo más que en simple banda sonora, haciéndose personaje en determinadas escenas, y evitando, al mismo tiempo, su continua evidencia como si de un moscardón se tratara, algo que resulta incómodo en muchos filmes. Así los maravillosos sonidos de las telas en la preparación del cadáver acentúan ese hipnotismo de las escenas.

Departures no tiene nada de deprimente, a pesar de su temática. Todo lo contado está suavizado con un tono humorístico que aligera el peso. Un humor, pareciera procedente del teatro operístico Nôh, que auna economía de expresiones, con repentinas reacciones saltarinas, muy curiosas.

No dejen pasar esta maravilla que contribuye a comprender y aprender de otras culturas, (esa manera disciplinada, devota y paciente de hacer su trabajo que tiene la sociedad japonesa), a reflexionar sobre nuestra propia existencia y lo necesario que son algunos ritos para aplacar la angustia de saber que somos seres mortales. Ah! no olviden sus pañuelos.