Estoy desnudo y otros cuentos, de Yasutaka Tsutsui (Ed. Atalanta, 2009)


JOSÉ ÓSCAR LÓPEZ
Deriva




Hasta el año pasado, Yasutaka Tsutsui era un perfecto desconocido en nuestra lengua. Y sin embargo, tiene detrás una obra importante y popular en su país: escritor de culto cuyos relatos han sido adaptados al cine, tanto de animación como con actores de carne y hueso. Una primera colección de cuentos, Hombres salmonela en el planeta porno, nos lo daba al fin a conocer. Ahora se edita Estoy desnudo y otros cuentos, antología personal del autor seleccionando sus mejores cuentos. “Yo soy el espíritu de la Astracanada”, proclama alguien cerrando uno de sus relatos, no sabemos si el propio autor o el protagonista de este relato, un personalidad múltiple cuyas dieciocho voces se dejan oír, cada uno con su perfectamente distinta caracterización –el Cursi, el Salido, el Currante…- en la aventura que supone, a lo largo de todo el cuento, “echar un polvo”.

Es el que cierra el volumen. Antes de llegar a él, y como sucedía en la entrega anterior, también publicada por Atalanta -nueva y ya imprescindible casa editorial de Jacobo Siruela-, Tsutsui alterna en sus relatos argumentos sacados de la cotidianidad urbana, poblada de oficinistas trepas y lujuriosos, con argumentos de la ciencia ficción; añadiendo en esta colección, por ejemplo, la figura tradicional japonesa de un oni -demonio, mal genio o duende con cuernos, aclara el traductor en una de sus necesarias, justas y bien traídas notas al pie-. En el relato que abre el libro, una pareja abandona desnuda uno de esos hoteles a los que los japoneses son tan aficionados dadas las escasas dimensiones, y la escasa intimidad, de sus viviendas; van desnudos porque un incendio les ha sorprendido en pleno acto sexual. Porque ella está casada, tiene más miedo de que la vean mirones que a morir abrasada; él, soltero, no solo teme que lo vean desnudo sus compañeros de trabajo: además, tiene una imperiosa necesidad e ir al baño; se avecina diarrea, para más señas.

Por su gusto por la ciencia ficción y también por la metaficción, se le ha calificado de Philip K. Dick japonés. Lo cierto es que esa metaficción la practica de forma diferente a Dick, menos paranoica, digamos; más psicótica que paranoica. Si algo tiene en común con el escritor estadounidense es un humor que desborda, cual riada imparable, cualquier dique que le salga al paso. Humor metafísico y delirante en el caso de Dick; en el de Tsutsui, yo no he dejado de recordar los cómics de nuestro Vázquez.

El sexo, la violencia, el egoísmo y los peores resortes del ser humano son elementos que Tsutsui podría haber sacado de su declarado amor por el psicoanálisis. También es admirador de los hermanos Marx. Esos elementos conviven en este libro con, por ejemplo, dos descacharrantes ilustraciones, en distanciadora clave de ciencia ficción, del (mal)entendimiento entre culturas diferentes: como Stanislaw Lem en su Diario de las estrellas, sus personajes nos vienen del futuro o visitan distantes planetas para practicar un humor corrosivo e ilustrativo sobre nuestro presente; con él comparte el gusto por el absurdo; aunque, a diferencia del autor polaco, Tsutsui hace gala en todo momento de un humor que deviene de sal gorda. “Es en estos casos en los que se revela la naturaleza humana”, reflexiona aquel primer personaje que atraviesa en pelotas una gran avenida y en busca de un taxi, tratando de aguantar su diarrea.

Y lo extraño es que el resultado no arroje un sabor vulgar, sino todo lo contrario. En el siglo XX nos ha llegado la tradición novelística japonesa a través, fundamentalmente, de Yasunari Kawabata y Yukio Mishimia: nos dejaron el testimonio de una extraordinaria sensibilidad aliada a una extraordinaria perversidad. Tsutsui resulta un extraño precipitado, tras leer a los autores anteriores: otra faceta, o rostro, de dicha herencia. El de la portada de este nuevo libro, por ejemplo: un personaje del teatro tradicional Kabuki sacándonos la lengua.

Es curioso que el manga o cómic japonés sea un medio que tienda a los argumentos difusos, cuando no confusos, y generalmente inacabables: Tsutsui también ha sido adaptado a dicho medio, pero sus argumentos, por el contrario, son exactos; al igual que su estilo diáfano y certero, juzgando a través de la traducción que se nos sirve: teje sin ambages ni circunloquios, sin cesar, sus avatares. Antes citábamos a Vázquez y pienso en él porque el autor español nos dio su versión de lo que era una historieta desde los grises y encerrados en sí mismos años del franquismo con el agente secreto Anacleto y celebraba, en el último tramo de su obra -tiempos más benignos para narrarlos, con su mismo estilo de siempre pero ahora en primera y supuestamente autobiográfica persona-, sus (des)venturas con el fisco o con numerosas y furibundas compañeras de escarceos sexuales. Yasutaka Tsutsui es una suerte de Philip K. Dick mezclado con Vázquez, la versión subversiva de nuestra sociedad; con un omnipresente capitalismo que Deleuze calificaba de esquizofrénico y que en Japón ve acentuados sus rasgos al paroxismo, quizás en contraste con -¿potenciados por?- las viejas costumbres de este país. Nos resulta por fuerza singular una literatura que, como la nipona, tiene la primera muesca de su canon narrativo en una obra de más de mil seiscientas páginas, La Historia de Genji, escrita por una mujer a mediados del siglo X y que se adelanta además en siglos a los grandes ciclos novelísticos occidentales. “Mujer loca que espanta espíritus maléficos”, tal personaje recibe al lector de este volumen de Yasutaka Tsutsui: una mujer sacando la lengua; un personaje tradicional del teatro Kabuki.

En inglés ya se le ha adaptado al teatro y han empezado a publicarse algunas de sus novelas; solo resta que en español continúe esta labor y sigamos disfrutando de este nuevo, para nosotros, e inmenso talento satírico.