La baronesa del suspense

Tramas complejas y un estilo detallista y sutil. A punto de cumplir los 89 años, P. D. James se confirma como una escritora más allá del género policiaco al indagar en la condición humana. La novelista dice que con Muerte en la clínica privada se despide de la escritura


PATRICIA TUBELLA
El País



La encantadora anciana que recibe en el universo apacible y ajardinado de Holland Park -su residencia en el oeste de Londres-, se dirige a las visitas con la educada calidez del "my dear" y no aparenta tener mayor preocupación que los caprichos de la climatología inglesa, es también una de las mentes criminales más reputadas del Reino Unido. A punto de cumplir los 89 años, la imagen de Phyllis Dorothy James se ajustaría a la de esas damas inglesas de aspecto tan inofensivo como capaces de concebir los asesinatos más horrendos y grotescos, en la estela de Agatha Christie o Dorothy L. Sayers. Aunque su particular pluma no sólo se distinga por unas descripciones que rayan la minuciosidad del experto forense. Una veintena de libros, el grueso protagonizado por su criatura más famosa, el inspector de Scotland Yard Adam Dalgliesh, han erigido a su alias de PD James en la reina de la clásica novela policiaca de las islas, pero ante todo en artífice de la renovación de un género al que ha conseguido imprimir nuevos sesgos.

Sus personajes, complejos e introspectivos, exploran los rincones más oscuros del comportamiento humano, sus tramas se tornan a menudo en ácidas reflexiones sobre la sociedad británica y la presentación de sus escenarios viene arropada por una prosa detallista, sosegada y elegante. PD James es la voz más literaria entre los escritores británicos del policiaco y su figura se empecina en desmentir a quienes relegan automáticamente ese territorio a un plano menor. "No espere que me ponga a la defensiva porque nunca, absolutamente nunca, se me ha sugerido que trabajara de una forma literaria inferior. Creo que algunos de sus autores encarnan la mejor ficción que tenemos en este país", zanja sobre una trayectoria avalada por el prestigio de innumerables galardones de la crítica internacional. El pasado abril acudía ilusionada a Barcelona para recoger el más reciente de esos reconocimientos, el Premio Terenci Moix, desafiando los achaques de salud que forzaran a ingresarla meses antes.

Lejos de amedrentar su espíritu activo, aquella experiencia hospitalaria le ayudó a pergeñar su última novela, Muerte en la clínica privada (Ediciones B), que toma como escenario una clínica privada ubicada en el campo inglés. "El 21 de noviembre, el día en que cumplía 47 años, 3 semanas y 2 días antes de ser asesinada, Rhoda Gradwyn fue a Harley Street a una primera cita con su cirujano plástico...", es el arranque, puro PD James, que nos introduce a la víctima de la función. Una conocida periodista de investigación decide pasar por el quirófano para desprenderse de la inquietante cicatriz que marca su rostro. Acabará estrangulada en el lecho de la habitación. El decimocuarto caso de Dalgliesh traslada al detective londinense a la campiña de Dorset, donde tiene su sede una magnífica mansión Tudor reciclada en clínica, que permite a la autora recrearse en su gusto por el detalle. Ese entorno supuestamente idílico aflora como un escenario opresivo, poblado por una galería de sospechosos cargados de secretos y dobleces. La ambigüedad moral define a los personajes de James, incluidos los verdugos y sus víctimas. "Mis libros reflexionan sobre la complejidad de la condición humana, no existen los buenos o malos de una pieza, hay muchos grises en todos nosotros", subraya. Por eso su Rhoda, amargada e inmutable a la hora de destrozar las vidas de otros con sus artículos en la prensa sensacionalista, es retratada también como una profesional impecable. "Hubiera sido barato dibujarla como una mala periodista, porque la vida no es tan sencilla: hace muy bien su trabajo, pero con él también daña a los demás". El desenlace de la novela nos conducirá a otra de las constantes de la escritora británica, su cuestionamiento de las nociones de justicia, de inocencia o culpabilidad, como conceptos absolutos.

"No creo que ningún escritor sepa de dónde viene la inspiración, ese conocimiento de la naturaleza humana. Desde niña era consciente del hecho de la muerte, y también de que mis mayores no siempre decían la verdad, de que eran más complejos de lo que mostraba la superficie. No puedes aprender ese instinto, ni desarrollarlo si no lo tienes ya, y supongo que es una bendición a una maldición, dependiendo de cómo lo utilices", afirma sobre su reconocida habilidad para el retrato psicológico.

Phyllis Dorothy James (Oxford, 1920) siempre quiso ser escritora, pero sus tanteos literarios no arrancaron hasta bien entrada en la treintena. El internamiento de su marido a causa de las secuelas de la guerra había forzado a la entonces joven madre de dos niñas a encargarse del sustento familiar, trabajando en diversas áreas de la Administración británica. "Llegó un punto en que me di cuenta de que no podía seguir buscando excusas, de que nunca encontraría el momento apropiado para intentar convertirme en una autora seria", relata sobre su decisión de apuntarse a las clases nocturnas de un taller literario. En su labor de funcionaria acabó recalando en el departamento de criminología del Ministerio de Asuntos Exteriores, un ambiente quizá idóneo para ambientar sus primeras incursiones en la novela policiaca, si bien ella asegura que la elección del género obedeció a un pragmatismo muy inglés: "Me gustaba mucho leer este tipo de libros y creía que, de poder emularlos con éxito, tendría grandes posibilidades de que me publicaran".

Estrenó la saga de Dalgliesh con Cubrirle el rostro (1962), un primer título sobre el que hoy admite su "desconcertante" parecido a las obras de Agatha Christie, esos casos de Poirot o Miss Marple en los que ni siquiera el asesinato logra trastocar el orden establecido. Una vez identificado el culpable y sometido a la justicia, la perfecta comunidad inglesa recupera su paz e inocencia. "Eso no ocurre en la vida real, porque el crimen cambia a todo el mundo que entra en contacto con él", subraya una autora que se volcó en la actualización de esas historias arquetípicas, en dotarlas de mayor complejidad y en reivindicar su potencial de talla literaria. "En mis inicios consideré que serían un estupendo aprendizaje (ni siquiera esperaba ganar mucho dinero, a pesar de que me ha ido muy bien...), pero acabé convencida de que, sin apartarme de los cánones que impone, el género podía conducirme a ser una buena escritora". James se declara incondicional de una estructura férrea que "aporte el orden en medio del caos", de "una historia sólida, con su planteamiento, nudo y desenlace, servidos por un lenguaje cuidado". En ese sentido destaca como uno de sus referentes literarios a Jane Austen, citada con frecuencia en sus libros. Construir ese armazón, para luego subvertir algunas de sus convenciones, le permite articular "un relato veraz sobre mis personajes, sobre los hombres y mujeres de la sociedad en que vivimos".

Sus trabajos diseccionan la moderna sociedad británica, escrutan el sistema legal, los privilegios inherentes a una clase, la religión, la política o el mundo del arte: "Es cierto que mis personajes abordan cuestiones actuales como el precario estado de la educación (Muerte en la clínica privada), la institución de la Iglesia (Muerte en el seminario, 2001) o el debate sobre la experimentación con animales en el laboratorio (El Faro, 2005). El escenario de mis novelas es la Inglaterra de hoy, y por tanto su reflejo, pero yo no pretendo hacer crítica social".

Imaginó un mundo sin esperanza de futuro en Hijos de los hombres (1992) que nos traslada a una Inglaterra dictatorial y desoladora de 2021, justo cuando acontece la muerte del último ser humano nacido sobre la faz de la tierra. "A raíz de la lectura de un artículo sobre la caída de la fertilidad en la sociedad occidental, me pareció interesante plantear qué pasaría si la raza humana perdiera su capacidad de reproducirse", explica sobre su única incursión en la ciencia-ficción, caracterizada por algunos de fábula cristiana. "Creo que esa interpretación se apoya en el hecho de que el libro incluye algunos problemas que ya están ahí, como el descuido de nuestros mayores, el rechazo a desempeñar trabajos desagradables, para los que importamos a gente de otros lugares, el surgimiento de nuevas religiones... Pero no aporta respuestas, y sí muchas preguntas". Su protagonista, el desencantado Theo Faron, acabará erigiéndose en el protector de la primera mujer que logra concebir en un cuarto de siglo. "¿Se comportará como un héroe virtuoso o por el contrario cederá a la tentación del poder que le concede controlar la nueva vida?", es el gran interrogante que quiso dejar pendiente en el epílogo. James elogia profusa y diplomáticamente la versión fílmica de Hijos de los hombres, que dirigiera el mexicano Alfonso Cuarón hace tres años, aunque resulta difícil discernir si realmente le gustó una cinta en la que, admite, no acaba de reconocer su novela.

Hace más de veinte años, PD James ejerció de presidenta del jurado del Premio Booker Prize, pero su nombre nunca ha figurado entre la lista de finalistas al prestigioso premio de las letras anglosajonas. Intenta orillar la cuestión -que se le plantea de forma recurrente- declarándose colmada por la multitud de reconocimientos que ha recibido a lo largo de su dilatada carrera: doctora honorífica por seis universidades, receptora de la Orden del Imperio Británico por sus méritos literarios y de una baronía que le ha procurado un escaño vitalicio en la Cámara de los Lores... No quiere sumarse abiertamente a las críticas de otros colegas contra el supuesto esnobismo del establishment literario, si bien acaba reconociendo que, en lo que atañe al Booker, "no creo que la popularidad ayude". Ni en su caso ni en el de "tantos otros estupendos novelistas como John Le Carré".

Su enfoque realista acepta que la novela de misterio suscita prejuicios a causa de la desbordante nómina de títulos que se publican cada año, "en muchos casos sin otra justificación que la popularidad del género" (un eufemismo sobre su escasa calidad). Atribuye el éxito comercial de ese tipo de lectura a sus efectos balsámicos frente a los problemas de la vida cotidiana: "Especialmente en tiempos tan agitados como los actuales, el lector puede sumergirse en un mundo más seguro, donde la tragedia es un puzle que al final logra resolver un ser humano con valentía, perseverancia e inteligencia, un detective que actúa cual dios vengador". James tomó prestado el apellido de una antigua profesora escocesa para crear a su propio héroe, Adam Dalgliesh, a quien dotó "de las cualidades que personalmente admiro: inteligencia, valor y compasión, que no debe confundirse con sentimentalismo". También quería que tuviera un interés artístico y lo convirtió en un detective poeta. Su réplica femenina nacía una década más tarde con el personaje de Cordelia Gray, menos perfecto en su torpeza e inseguridades, aunque por ello resulte también más humano. Los caprichos del azar convertirán a la protagonista de Un trabajo poco adecuado para una mujer (1972) en una atípica investigadora privada y a los casos que asume, en una de esas historias de superación personal que tanto admira su creadora. Porque, desafiando las convenciones, Cordelia sí será la mujer adecuada para el trabajo.

Autora consagrada, mimada por la crítica y el público, PD James es hoy una venerable matriarca -dos hijas, cinco nietos y siete bisnietos- que reparte su tranquila existencia a caballo entre Londres y Oxford. Las complejidades y matices definen su producción literaria, pero las querencias políticas de la baronesa James de Holland Park -su título como par de la Cámara de los Lores- aparecen nítidas e inamovibles. "No pertenezco a ningún partido pero mis instintos están con los tories (conservadores), porque creo principalmente en la libertad del individuo", afirma junto a una fotografía del ex presidente Bush (senior) y su esposa Barbara que integra el conjunto de retratos familiares del salón de su casa. Sigue la actualidad política con atención y, como parte integrante de las instituciones, le preocupa que las recientes revelaciones sobre el abuso de los gastos de los diputados de Westminster ("el mayor escándalo que he visto en mi larga vida") derive "en una erosión de nuestra democracia". Estas cuestiones y "los pequeños asuntos de la vida cotidiana" acaparan ahora todo su tiempo, "a la espera de que llegue la inspiración" para volcarse quizá en un nuevo libro. Deja la perspectiva en el aire: "Pronto cumpliré los 90 años y tengo que estar segura de que soy capaz de mantener el nivel, prefiero dejarlo antes de que se diga que ya no escribo tan bien como antes. Algunos escritores siguen adelante cuando han perdido gran parte de su poder y eso me parece un error inmenso".