'La casa de los cuentos', de Antón Chéjov


PEDRO M. DOMENE
Revista Mercurio



Antón Chejov es el único autor capaz de definir a un personaje en dos palabras, configurar con dos pinceladas una atmósfera, acercarnos al zaguán de una vida, mirar desde la acera de enfrente, para que, con él, inventemos todo un universo literario.

Sophie Laffitte señaló que “el misterio artístico de sus relatos breves, sin principio ni final, sin intriga, a menudo con un simple bosquejo de argumento, no se presta a análisis”. Se distingue por su profunda entrega al trabajo, por darse cuenta que conocería a gentes que iban a ser la materia de su obra literaria. Chéjov halló las fuentes de su originalidad en los períodos de su juventud y primera madurez que coinciden con el triste momento del reaccionario Alejandro III y el decenio inicial del reinado de Nicolás II. Nacido en Taganrog, puerto de Crimea, en 1860, vivió sus primeros años entre cajones de té, salmuera, vodka, petróleo, objetos religiosos y otras mercancías de la tienda paterna, donde abriría los ojos al futuro de la realidad social de su país. Parte de sus vivencias las describió en uno de los cuentos que contiene la antología de Pre-Textos: “Vanka”, una patética visión sobre una infancia infeliz que se sucederá en el resto de su obra. En 1876 la familia se traslada a Moscú donde inicia la carrera de Medicina que nunca abandonó por la literatura. Sus estudios y su labor como médico ampliaron y profundizaron sus conocimientos sobre el ser humano: la vida cotidiana de hombres, mujeres, niños, recogida de tragedias anodinas, elevados en sus relatos a la prosaica realidad de una categoría superior del ser humano, la costumbre de vivir convertida en el tema central de su obra.

Pre-Textos titula Cuentos (2001) una selección de diez de sus relatos, con prólogo de José Muñoz Millanes y traducción del ruso de Víctor Gallego Ballestero, que como novedad incluye dos relatos inéditos hasta el momento en castellano, “El profesor de ruso” y “En casa de los amigos”, y recupera “El reino de las mujeres” y “La onomástica” que, prácticamente, no se habían vuelto a traducir desde hacía mucho tiempo. Muñoz Millanes señala en su prólogo que en los cuentos de Chéjov la tensión narrativa no se debe al desarrollo de una trama, sino a una suspensión de los acontecimientos: no al hecho de que algo pase, sino al de que algo cesa momentáneamente. Este tipo de cuentos surge “de un repentino extrañamiento, de un desplazarse que altera el régimen normal de la conciencia”. Con frecuencia los cuentos chejovianos arrancan del azar de un objeto, un gesto o incidente mínimo (una carta inesperada, una visita, una salida nocturna, un beso equivocado, un extravío) que, al irrumpir en medio de las frustraciones, la monotonía y el tedio, prometen esa otra vida más atractiva de la que sus protagonistas se sienten excluidos. En “La novia”, el último cuento escrito por Chéjov, se abre un horizonte nuevo para Nadia en su nueva vida en San Petersburgo, lejos de su pueblo. Aunque exista el pequeño sacrificio de Sasha, no tanto por la enfermedad y la muerte como por el hecho de quedar asociado, de una forma cruel, a las limitaciones de la vida que él mismo ha ayudado a superar. Comienzo de una nueva existencia y final previsto de otra porque, tras la desaparición de quien le ha abierto los ojos a la joven Nadia, comprende que ya jamás volverá a su antigua vida. Los personajes de Chéjov se caracterizan por un resignación pasiva, les sorprende cualquier cambio en la monotonía de sus existencias, para ellos, en ocasiones, la salvación proviene de la posibilidad de mejorar las vidas ajenas, como le ocurre a Vasíliev en el cuento “La crisis” o a Anna Akímovna en “El reino de las mujeres”.