RBA publica 'Eva', una novela criminal ambientada en Hollywood
ÁLVARO CORTINA
El Mundo
"Eva nunca supo la verdadera dimensión de su poder sobre mí, y de haberlo sabido, no le habría importado. Su arrogante indiferencia fue lo más duro que tuve que soportar", escribe Clive Thurston en su confesión que es en realidad una novela. Se trata de 'Eva' (RBA), de James Hadley Chase (1906-1985).
Aunque Thurston es un hombre ambiguo y básicamente cínico ("la mayoría de los hombres tiene dos vidas, como se dice: una vida normal y otra secreta"), las dos mujeres entre las que bascula son simbólicas y polarmente contrarias.
Carole es salvación y el amor sedante, y Eva es fatal, condenatoria, indiferente. Carole es de buena conversación, pero Thurston dice que las piernas de Eva tienen personalidad. La desea desde el principio, pero su encanto es el encanto de una esfinge sin secreto, que diría Oscar Wilde (léase su cuento con este título).
René Babrazon Raymond se valió de varios pseudónimos, el más famoso es James Hadley Chase. Se dice que en seis semanas escribió su primera novela, ya clásica, genial, 'No hay flores para Miss Blandish'. Slim Grisson, impotente y psicópata, recuerda mucho al Popeye de su contemporánea 'Santuario', de Faulkner. Obra violenta, directa. Hadley Chase fue un novelista lleno de virtudes (además de la rapidez para escribir).
Y eso que concibió sus crímenes americanos desde Inglaterra, y sólo pisó dos veces el país. Sus fuentes eran las enciclopedias, los mapas, los diccionarios de jergas y la imaginación. Tampoco Karl May estuvo en el Oeste, ni Lem en las estrellas. Se dice que Kant daba buenas clases de geografía sin salir de su pueblo. Hadley Chase sabía ser auténtico por encima de su experiencia. Se suele decir que leer es viajar, pero también lo es escribir.
'Eva' tiene como escenario a Hollywood. Desde las primeras páginas, el protagonista hace un exordio autobiográfico. Esto ya les dejará colgados de su conducirse ruin y su cálculo ladino. Thurston es un farsante. Se apropió de un talento ajeno y subió a la fama literaria. Si a Agustín le atormentaron aquellas peras que robó, sobre éste pesa la apropiación de un título con sus derechos de autor.
Aunque no es 'Eva' una confesión contrita como la del santo, sino un pozo oscuro donde pasar una tarde de lectura. Sí bien es cierto que en parte Thurston se redime al menos por la vía de la vergüenza. En todo caso recabó en Hollywood y se quedó sin novedades que ofrecer:
"El público tiene poca memoria y, en Hollywood, la memoria es todavía más corta".
Se ha apuntado ya que la novela maneja una perspectiva femenina muy maniquea. Eva representa la perdición, su esquina de Laurel Canyon Drive es una costa empedrada donde estrellarse. El final esconde una derrota predecible, que ya se presiente en todo el estilo elegiaco y descreído, y hay unos faros de coches que se pierden en la oscuridad de California.
Allí en Hollywood debe de ser que las cosas están al alcance del deseo, esa pregunta según la que Cernuda decía que no había respuesta. Eva supone un anuncio de respuesta, pero termina en esfinge sin secreto, en un aura de enigma que es sólo aura de prostíbulo finolis. Thurston se considera un hombre por encima de todos, pero en lo sórdido adivina un algo de profundidad (donde tirarse). Es el diablo de la perversidad que vio Poe, la autodestrucción porque sí.
A veces alude a Eva como lectora:
"Por lo menos sabrá, si llega al fin de la historia, que he penetrado más profundamente en su vida de lo que se imagina y que, al arrancarle algunos de sus disfraces, también me he desenmascarado a mí mismo".
Velo de distancias
No se consigue ver detrás de los ojos secos y la cara de madera esculpida de Eva. Sólo se le descubre en una ocasión, secretamente, a oscuras, en unos sollozos. Con la luz en cambio le cuelga un velo de distancias. Y de obsesiones.
En la vecina Tijuana no se necesita licencia para casarse y un matrimonio sin previo aviso cuesta cinco dólares. El productor Rex Gordon tiene ese cliché ordinario de los productores y consume cigarros por el mismo precio que la boda para pobres. Cinco dólares son un mundo de posibilidades al acecho.
Con los billetes se puede acudir al México aventurero o fumar cigarros caros, y aflojando un poco más puede uno concertar una cita en Laurel Canyon Drive y escuchar las mentiras de Eva, mientras su gato se retuerce caprichosamente por sus piernas con personalidad.
Para el final, de moraleja, el narrador se baja por un momento de su egolatría, desciende al lugar común, y brinda una sentencia muy tópica: "Sólo sabemos valorar las cosas cuando nos faltan".
Aunque Thurston es un hombre ambiguo y básicamente cínico ("la mayoría de los hombres tiene dos vidas, como se dice: una vida normal y otra secreta"), las dos mujeres entre las que bascula son simbólicas y polarmente contrarias.
Carole es salvación y el amor sedante, y Eva es fatal, condenatoria, indiferente. Carole es de buena conversación, pero Thurston dice que las piernas de Eva tienen personalidad. La desea desde el principio, pero su encanto es el encanto de una esfinge sin secreto, que diría Oscar Wilde (léase su cuento con este título).
René Babrazon Raymond se valió de varios pseudónimos, el más famoso es James Hadley Chase. Se dice que en seis semanas escribió su primera novela, ya clásica, genial, 'No hay flores para Miss Blandish'. Slim Grisson, impotente y psicópata, recuerda mucho al Popeye de su contemporánea 'Santuario', de Faulkner. Obra violenta, directa. Hadley Chase fue un novelista lleno de virtudes (además de la rapidez para escribir).
Y eso que concibió sus crímenes americanos desde Inglaterra, y sólo pisó dos veces el país. Sus fuentes eran las enciclopedias, los mapas, los diccionarios de jergas y la imaginación. Tampoco Karl May estuvo en el Oeste, ni Lem en las estrellas. Se dice que Kant daba buenas clases de geografía sin salir de su pueblo. Hadley Chase sabía ser auténtico por encima de su experiencia. Se suele decir que leer es viajar, pero también lo es escribir.
'Eva' tiene como escenario a Hollywood. Desde las primeras páginas, el protagonista hace un exordio autobiográfico. Esto ya les dejará colgados de su conducirse ruin y su cálculo ladino. Thurston es un farsante. Se apropió de un talento ajeno y subió a la fama literaria. Si a Agustín le atormentaron aquellas peras que robó, sobre éste pesa la apropiación de un título con sus derechos de autor.
Aunque no es 'Eva' una confesión contrita como la del santo, sino un pozo oscuro donde pasar una tarde de lectura. Sí bien es cierto que en parte Thurston se redime al menos por la vía de la vergüenza. En todo caso recabó en Hollywood y se quedó sin novedades que ofrecer:
"El público tiene poca memoria y, en Hollywood, la memoria es todavía más corta".
Se ha apuntado ya que la novela maneja una perspectiva femenina muy maniquea. Eva representa la perdición, su esquina de Laurel Canyon Drive es una costa empedrada donde estrellarse. El final esconde una derrota predecible, que ya se presiente en todo el estilo elegiaco y descreído, y hay unos faros de coches que se pierden en la oscuridad de California.
Allí en Hollywood debe de ser que las cosas están al alcance del deseo, esa pregunta según la que Cernuda decía que no había respuesta. Eva supone un anuncio de respuesta, pero termina en esfinge sin secreto, en un aura de enigma que es sólo aura de prostíbulo finolis. Thurston se considera un hombre por encima de todos, pero en lo sórdido adivina un algo de profundidad (donde tirarse). Es el diablo de la perversidad que vio Poe, la autodestrucción porque sí.
A veces alude a Eva como lectora:
"Por lo menos sabrá, si llega al fin de la historia, que he penetrado más profundamente en su vida de lo que se imagina y que, al arrancarle algunos de sus disfraces, también me he desenmascarado a mí mismo".
Velo de distancias
No se consigue ver detrás de los ojos secos y la cara de madera esculpida de Eva. Sólo se le descubre en una ocasión, secretamente, a oscuras, en unos sollozos. Con la luz en cambio le cuelga un velo de distancias. Y de obsesiones.
En la vecina Tijuana no se necesita licencia para casarse y un matrimonio sin previo aviso cuesta cinco dólares. El productor Rex Gordon tiene ese cliché ordinario de los productores y consume cigarros por el mismo precio que la boda para pobres. Cinco dólares son un mundo de posibilidades al acecho.
Con los billetes se puede acudir al México aventurero o fumar cigarros caros, y aflojando un poco más puede uno concertar una cita en Laurel Canyon Drive y escuchar las mentiras de Eva, mientras su gato se retuerce caprichosamente por sus piernas con personalidad.
Para el final, de moraleja, el narrador se baja por un momento de su egolatría, desciende al lugar común, y brinda una sentencia muy tópica: "Sólo sabemos valorar las cosas cuando nos faltan".