Larga vida a la tira cómica

Astérix cumple cincuenta años, pero no es el único de los «héroes» del cómic que peina canas, o debería peinarlas si no fuera porque todos ellos han bebido la pócina de la eterna juventud. Su vigencia editorial así lo certifica


Luis Alberto de Cuenca
ABC




A Umberto Eco siempre le ha fascinado el cómic americano de la Edad de Oro, o sea, el que transcurre entre comienzos del siglo XX, con personajes como Little Nemo, de Winsor McCay (1867-1934), aparecido por primera vez en el New York Herald del 15 de octubre de 1905, hasta la decadencia, entrados ya los años cincuenta de la pasada centuria, de las grandes series de ficción aventurera nacidas en los treinta, como Flash Gordon, Prince Valiant o The Phantom. Federico Fellini (1920-1993) manifestó en muchas ocasiones su debilidad por esa misma etapa tebeística estadounidense, declarando su amor por Mandrake the Magician, la creación de Lee Falk y Phil Davis que echó a andar en 1934 y sobre la cual el director de cine italiano planeaba rodar una película con Marcello Mastroianni como protagonista, que nunca llegó a realizarse (está a punto, por cierto, de ver la luz un largometraje sobre Mandrake, con Hayden Christensen, alias Anakin Skywalker, en el papel del mago). Alain Resnais, el autor de esas aburridas y delicadísimas cintas sobre Hiroshima y Marienbad, también ha sido siempre un loco de los cómics clásicos.

Para todos los gustos. Parece, pues, que los tebeos no son sólo terreno abonado para friquis -entre los que me cuento-, sino para intelectuales y artistas de la talla de los mentados. Pese a esta última circunstancia y a la proliferación de tesis doctorales y sesudos estudios semiológicos al respecto, sigo creyendo que la historieta -así prefiere llamar al cómic o tebeo el maestro Jesús Cuadrado- es una maravilla como discurso mixto entre el dibujo y la literatura y, sobre todo, como alivio y quitapesares frente a la inepcia de nuestros gobernantes. Lean tebeos, por favor. Aunque sean novelas gráficas, tan de moda hoy en día. Vale la pena.

El hecho es que de todo no hace ya veinte años, como en el verso de Jaime Gil de Biedma, sino cincuenta o más. A este paso, nuestros héroes de los tebeos van a acabar haciéndose -algunos ya lo son, como Little Nemo- centenarios. Figúrense: Tintín, la prodigiosa serie de Hergé, cumple sus primeros ochenta años en este año del Señor de 2009, pues el tan denostado por los progres Tintín en el país de los Soviets se publicó en 1929; Superman tiene ya setenta y uno, pues su primera entrega en Action Comics data de abril de 1938; El Capitán Trueno, cuya adaptación cinematográfica llevamos esperando un montón de años como agua de mayo -y estamos en julio- tiene ya sus buenos cincuenta y tres años de edad, dos más que sus colegas Mortadelo y Filemón, que fueron creados por el gran Ibáñez en 1958. Por no hablar de mi personaje favorito, El Guerrero del Antifaz, que acaba de jubilarse a los sesenta y cinco años, o de La pequeña Lulú, que lleva nueve años jubilada, pues cuenta con setenta y cuatro. En fin, que en este vértigo de tiempo que llamamos vida, nuestros héroes van convirtiéndose en cincuentones con barriguita, cuando no en venerables ancianos.

En la fiesta de Jaume. Es el caso de Astérix, la criatura de René Goscinny (guiones) y Albert Uderzo (dibujos), cuya primera luz brilló el 29 de octubre de 1959 en el número 1 del semanario francés Pilote, hace de ello, pues, cincuenta años justos (menos tres meses y once días). Tanto el pequeño, rubio y bigotudo Astérix como su leal, más bien simple y gigantesco amigo Obélix, espejo de comilones, se contaban -los estoy viendo- entre los invitados a la fiesta que Jaume Sisa dio, hace treinta y cuatro años, en un elepé que incluía la inolvidable canción Qualsevol nit pot surtir el sol. Allí estaban, también, entre otros muchos héroes de los cómics que acudieron a la convocatoria del cantante, Roberto Alcázar y Pedrín, Snoopy, Doña Urraca, Pascual (criado leal), Popeye, la familia Ulises y los ya mencionados Capitán Trueno y Mortadelo y Filemón. ¡Qué gusto daba entonces, allá por 1975, cantar en catalán con Jaume Sisa, cuando todavía no había leyes de educación que marginaran el castellano ni turbios manejos tripartitos en la patria de Raimundo Lulio, Carles Riba, Josep Pla, J. V. Foix, Gabriel Ferrater y tantos otros escritores geniales de los que tan orgullosos nos sentimos todos los españoles! Decididamente, la libertad habita en el pasado y aún admite visitas de la memoria.

Pero Astérix y Obélix también estaban en las páginas del libro pionero Los cómics, arte para el consumo y formas pop (Barcelona, Llibres de Sinera, 1968), de un Terenci Moix que entonces todavía era Ramon-Terenci Moix. Ese libro, hoy felizmente reeditado con otro título, iba dedicado a Antonio Martínez Sarrión y prologado por Joaquín Marco, y puedo asegurarles que marcó mi juventud de adicto a los tebeos. Terenci hablaba de Astérix el galo como la colección que, en los años sesenta del siglo pasado, obtuvo un éxito impresionante de crítica y de público al amparo de la politique de grandeur del general De Gaulle (aunque éste prefiriera Tintín, como declaró en más de una ocasión). Recuerden el milieu de Astérix, una minúscula aldea de Armórica (la actual Bretaña francesa), último baluarte libre de una Galia invadida por los romanos.

Espinacas y otras fórmulas. Recuerden la poción mágica, preparada por el druida Panorámix, al beber de la cual Astérix se convierte en una especie de Uebermensch nietzscheano, un poco a la manera en que las espinacas hacían invencible a Popeye en la saga inmortal del malogrado E. C Segar (1894-1938). Convenientemente drogado, no hay quien pueda con el héroe armoricano, como saben muy bien los legionarios de Julio César. Hay que recordar también que, en la visión disparatada de Goscinny, los romanos están completamente locos (ils sont fous ces Romains! es la frase más repetida a lo largo de la saga). Y debo confesar, para ir terminando, que esa frase se traducía por delirant isti Romani en la versión latina de los álbumes de Astérix publicada en Stuttgart por Delta Verlag, que es donde más y mejor he disfrutado de las hazañas de esos galos irreductibles que hoy cumplen su primer medio siglo a mayor gloria del noveno arte.