El último mohicano, Heat o Collateral han elevado a Michael Mann a la primera división de cineastas mundiales. Su última película es Enemigos públicos, con Johnny Depp, biopic del gángster de los años 30 John Dillinger. El director explica a El Cultural su fascinación por este criminal
JUAN SARDÁ
El Mundo
Existe una categoría de “grandes directores americanos” (entiéndase “americano” como adjetivo, no como gentilicio) entre los que impera una cierta moda: pelo corto y canoso, actitud “serena”, pantalones de pinzas y polo como para pasear por los Hamptons (lugar de veraneo de la burguesía neoyorquina), look adornado por un acento estadounidense cerradísimo que da buena prueba de su condición indiscutiblemente “wasp” (o, cuando menos, de aristócratas sobrevenidos). Michael Mann (Chicago, 1943), realizador de películas como El último mohicano, Heat, Collateral o la reciente Miami Vice, se inscribe sin lugar a dudas en ese panteón de ilustres veteranos que observan el presente desde la seguridad de quien sabe que ha alcanzado la gloria y el futuro con la sana ambición de alguien que confía plenamente en su talento y experiencia. Tras esa Miami Vice, un refinado experimento estético con el que recuperó los modos de la serie que produjo en los años 80 y le dio fama y fortuna, el director de la ciudad de Obama (que describe como un lugar “cínico”), se atreve con el cine negro clásico americano para contar en Enemigos públicos el fulgurante ascenso y caída del gángster John Dillinger, último ejemplo de una saga de delincuentes benévolos que va de Robin Hood a Michael Corleone para enlazar, en último término, con los beatniks.
John Dillinger no es una invención hiperbólica: existió de verdad. Durante su breve reinado criminal de catorce meses (le dieron la libertad condicional en mayo de 1933 tras nueve años encerrado, y murió el 22 de julio de 1934), el gángster tuvo tiempo para burlar a la policía en varias ocasiones, escaparse de la cárcel dos veces (una vez con una pistola de jabón, como el Woody Allen de Toma el dinero y corre) y atracar un montón de bancos, cosa que hacía siguiendo la máxima de no disparar a los civiles (de hecho, Dillinger sólo mató en sus asaltos a un policía que le había disparado previamente). En la mirada de Mann, el ladrón se convierte en una reedición del mito del delincuente “romántico”, como el Paul Newman de El zurdo o el Clark Gable de Enemigo público número uno (película con un papel clave en el filme), nos encontramos con el eterno rebelde sin causa incapaz de integrarse en la vulgar mediocridad rutinaria.
- ¿Se planteó si es ético presentar a un atracador de bancos como a una estrella del rock?
- No me gusta la comparación con la estrella del rock porque es utilizar un término contemporáneo para describir una situación que sucede en un contexto muy diferente. Sin embargo, realmente Dillinger sí fue algo parecido en su época a lo que hoy entendemos como una estrella del rock. Alcanzó una fama enorme y tanto el público como los comentaristas estaban de su parte.
Una etapa ambiciosa
El fervor por el criminal se explica, en parte, por el contexto de la Gran Depresión: “El pueblo culpaba a los bancos de la pobreza. La mayoría de la gente pensaba que Dillinger se tomaba la revancha por ellos. Cuando aparecía en los noticiarios que se proyectaban en los cines, la gente aplaudía”. Además, el atracador lucía “aires de dandy. Tenía magnetismo”.
-Es evidente que la Gran Depresión guarda un gran paralelismo con la actualidad. ¿Les condicionó de alguna manera?
- Nosotros (se refiere a él y sus coguionistas) escribimos el filme en 2007, antes de la crisis. Lo que sí ha cambiado es la forma de ser percibida por el público. Actualmente a la gente no le cuesta odiar a los bancos. Es curioso que en los pases previos al estreno nadie se quejara de que el protagonista sea un atracador. Quizá si hubiéramos estrenado el filme hace tres años, cuando la economía iba bien, habría sido distinto.
- La película plantea el duelo entre Dillinger, el atracador carismático, y Melvin Purvis (Christian Bale), el sabueso honrado que termina por exceder los límites de la ley. ¿Quería decir que la línea entre unos y otros no está tan clara, que ambos mundos son iguales?
- Dicho así, es una simplificación. Por una parte, me interesaba que el público viviera en carne propia la experiencia de Dillinger. Cuando salió de la cárcel, fue una auténtica explosión. Por otra parte, está el personaje de Purvis. él es un hombre honesto, un buen policía que cree en su jefe, J. Edgar Hoover (fundador del FBI, que dirigió desde 1935 hasta su muerte en 1972 y fue uno de los hombres más poderosos en Estados Unidos del siglo XX). Los años 30 fue la década en que se fundó el FBI y Hoover buscaba un éxito a toda costa. Por eso, le dice a Purvis que se quite “los guantes blancos” para cazar a Dillinger, lo cual es una invitación a saltarse las leyes. En ese momento, Purvis, que es un hombre inteligente, comienza a tomar decisiones equivocadas. Saltarse la ley vulnera sus principios y no se siente cómodo.
- Esas malas artes del FBI vienen a reforzar la posición moral de Dillinger.
- En la vida real, y es algo que todo el mundo sabe, no hay buenos y malos de una forma pura. Por ejemplo, algo que aprendí rodando Heat fue que los criminales, para poder mantener ese tipo de vida, muchas veces son hombres de una rectitud asombrosa. No pueden permitirse saltarse un código moral y de conducta muy estricto. En cambio, a los policías no les importa lo de “proteger y servir” que es el lema de su cuerpo. Ellos son cazadores. Les da igual quién seas o por qué has cometido el crimen, si has vulnerado la ley, te atraparán igual.
Sueños de hacer cine
El cine de Michael Mann enlaza con la gran tradición cinematográfica estadounidense en su ambición tanto estética como moral. Ahí están los planos generales de John Ford, en los que el paisaje se convierte en el reflejo del alma de los protagonistas; los conflictos éticos de la obra de Elia Kazan o la querencia por las historias “bigger than life” de Orson Welles. Las películas de Mann no tocan temas livianos ni son baratas o independientes. El director produce filmes grandiosos dentro del sistema de estudios, interpretados por estrellas de Hollywood (fue el primero en reunir a Pacino y De Niro, en Heat, y ha trabajado con Russell Crowe, El dilema; Tom Cruise, Collateral, o Will Smith, Ali) y herederos del calado y profundidad de los filmes de la época gloriosa del cine americano, cuando el “mainstream” era sinónimo de calidad y buenas historias.
- De la corrupción de las grandes corporaciones en Heat a los enfrentamientos raciales en Ali o el nacimiento del Estados Unidos moderno en Enemigos públicos. Sus películas siempre abordan temas ambiciosos.
- Me gusta enfrentarme en mi trabajo a las grandes cuestiones. Por eso muchas veces cuento historias policiacas, porque allí sueles encontrar grandes dilemas morales. Me gusta el conflicto y el drama y las historias de delincuentes están al límite. Muchas veces, mis personajes son gente que lucha hasta el final por algo aunque estén equivocados o sepan de antemano que no tienen ninguna opción de triunfar. Hacer películas es un trabajo muy complicado, te pasas muchos meses inmerso en un proceso creativo extenuante que requiere toda tu atención, no sólo estás haciendo una película, vives en ella, incluso sueñas con los personajes. Pero no me quejo, es un trabajo maravilloso.
Un “trabajo maravilloso” al que Mann decidió dedicarse cuando “tenía veinte años”. Por aquella época, mediados de los 60, el director recaló en Londres para estudiar cine, y llegó a rodar un documental sobre mayo del 68 en París, Insurrection. De regreso a Estados Unidos, la televisión concentró su atención. En los 70 Mann escribió los primeros episodios de Starsky y Hutch y aunque dirigió tres películas en los 80 (Ladrón (1981), The Keep (1983) y Manhunter (1986)), la gloria le llegó produciendo Corrupción en Miami, serie policiaca que convirtió la americana de Armani combinada con camiseta de Don Johnson en uno de los iconos más reconocibles de la década. “Cuando era un estudiante la industria cinematográfica no se parecía en nada a la de ahora -recuerda el cineasta en un hotel de Madrid mientras apoya una pierna escayolada en una silla vuelta del revés-. Por aquel entonces soñaba con dirigir películas pero no sabía si lograría hacer una sola. En aquella época no existía el cine independiente ni había cámaras sofisticadas a un precio asequible”.
- Ahora que ya ha dirigido unas cuantas películas, ¿se siente satisfecho?
- Cuando veo alguna siempre cambiaría algo, pero en general estoy contento. Eso no significa que no quiera avanzar. Estoy en el momento más ambicioso de mi carrera. Tengo grandes expectativas respecto a los proyectos que contemplo.
Prueba de su afán innovador es la decisión artística más arriesgada de Enemigos públicos: rodarla en digital. Si la película, por una parte, remite a los grandes clásicos de John Huston (La jungla del asfalto) o Arthur Penn (Bonny and Clyde); por la otra, sorprende con una fotografía con aires a vídeo alejada del brillo del celuloide de Hollywood habitual en estas superproducciones: “El vídeo lo hace todo más realista. Hice una prueba con película de cine y tenía la apariencia de un filme de época. Con el digital puedes ver cada poro en la cara de Johnny Depp, tienes un efecto de vérité. Yo quería filmar la historia como si fuera su contemporáneo. El celuloide tiene algo líquido en la superficie, siempre es artificioso”.
- Es curioso que haya abandonado la televisión precisamente ahora, cuando todo el mundo habla de una nueva etapa de esplendor del medio en Estados Unidos.
- Se están haciendo cosas muy buenas, como Mad Men, en la televisión por cable, no en la generalista, que está inundada por reality shows nauseabundos. Aunque resulte tentador, a mi la televisión no me interesa. Mi máxima prioridad es dirigir y en televisión sólo me veo como productor ejecutivo, no me veo dirigiendo 22 episodios.
Una labor solitaria
- ¿Qué es lo que más disfruta de hacer películas?
- Lo disfruto todo y lo bueno es que cuando me comienzo a cansar de una fase empieza la siguiente. Es maravilloso escribir pero también muy solitario así que cuando arranca la preproducción me alegra volver a trabajar con gente. Después llega el rodaje, que es un período muy intenso y complicado, con algunos días horribles y otros buenos. Finalmente, me encanta volver a la sala de montaje, cuando vuelves a colaborar con un grupo muy reducido de personas y la película vuelve a ser enteramente tuya de nuevo.
- Aunque sus películas suelen tratar temas muy ajenos a su experiencia personal, ¿diría que hablan de usted?
- El dilema es un filme que se refiere a cosas más íntimas de lo que se pudiera pensar. Creo que como director me sucede lo mismo que a los actores cuando utilizan elementos de su vida personal. No están hablando de ellos mismos, pero sí utilizan su experiencia para crear una reacción emocional.
John Dillinger no es una invención hiperbólica: existió de verdad. Durante su breve reinado criminal de catorce meses (le dieron la libertad condicional en mayo de 1933 tras nueve años encerrado, y murió el 22 de julio de 1934), el gángster tuvo tiempo para burlar a la policía en varias ocasiones, escaparse de la cárcel dos veces (una vez con una pistola de jabón, como el Woody Allen de Toma el dinero y corre) y atracar un montón de bancos, cosa que hacía siguiendo la máxima de no disparar a los civiles (de hecho, Dillinger sólo mató en sus asaltos a un policía que le había disparado previamente). En la mirada de Mann, el ladrón se convierte en una reedición del mito del delincuente “romántico”, como el Paul Newman de El zurdo o el Clark Gable de Enemigo público número uno (película con un papel clave en el filme), nos encontramos con el eterno rebelde sin causa incapaz de integrarse en la vulgar mediocridad rutinaria.
- ¿Se planteó si es ético presentar a un atracador de bancos como a una estrella del rock?
- No me gusta la comparación con la estrella del rock porque es utilizar un término contemporáneo para describir una situación que sucede en un contexto muy diferente. Sin embargo, realmente Dillinger sí fue algo parecido en su época a lo que hoy entendemos como una estrella del rock. Alcanzó una fama enorme y tanto el público como los comentaristas estaban de su parte.
Una etapa ambiciosa
El fervor por el criminal se explica, en parte, por el contexto de la Gran Depresión: “El pueblo culpaba a los bancos de la pobreza. La mayoría de la gente pensaba que Dillinger se tomaba la revancha por ellos. Cuando aparecía en los noticiarios que se proyectaban en los cines, la gente aplaudía”. Además, el atracador lucía “aires de dandy. Tenía magnetismo”.
-Es evidente que la Gran Depresión guarda un gran paralelismo con la actualidad. ¿Les condicionó de alguna manera?
- Nosotros (se refiere a él y sus coguionistas) escribimos el filme en 2007, antes de la crisis. Lo que sí ha cambiado es la forma de ser percibida por el público. Actualmente a la gente no le cuesta odiar a los bancos. Es curioso que en los pases previos al estreno nadie se quejara de que el protagonista sea un atracador. Quizá si hubiéramos estrenado el filme hace tres años, cuando la economía iba bien, habría sido distinto.
- La película plantea el duelo entre Dillinger, el atracador carismático, y Melvin Purvis (Christian Bale), el sabueso honrado que termina por exceder los límites de la ley. ¿Quería decir que la línea entre unos y otros no está tan clara, que ambos mundos son iguales?
- Dicho así, es una simplificación. Por una parte, me interesaba que el público viviera en carne propia la experiencia de Dillinger. Cuando salió de la cárcel, fue una auténtica explosión. Por otra parte, está el personaje de Purvis. él es un hombre honesto, un buen policía que cree en su jefe, J. Edgar Hoover (fundador del FBI, que dirigió desde 1935 hasta su muerte en 1972 y fue uno de los hombres más poderosos en Estados Unidos del siglo XX). Los años 30 fue la década en que se fundó el FBI y Hoover buscaba un éxito a toda costa. Por eso, le dice a Purvis que se quite “los guantes blancos” para cazar a Dillinger, lo cual es una invitación a saltarse las leyes. En ese momento, Purvis, que es un hombre inteligente, comienza a tomar decisiones equivocadas. Saltarse la ley vulnera sus principios y no se siente cómodo.
- Esas malas artes del FBI vienen a reforzar la posición moral de Dillinger.
- En la vida real, y es algo que todo el mundo sabe, no hay buenos y malos de una forma pura. Por ejemplo, algo que aprendí rodando Heat fue que los criminales, para poder mantener ese tipo de vida, muchas veces son hombres de una rectitud asombrosa. No pueden permitirse saltarse un código moral y de conducta muy estricto. En cambio, a los policías no les importa lo de “proteger y servir” que es el lema de su cuerpo. Ellos son cazadores. Les da igual quién seas o por qué has cometido el crimen, si has vulnerado la ley, te atraparán igual.
Sueños de hacer cine
El cine de Michael Mann enlaza con la gran tradición cinematográfica estadounidense en su ambición tanto estética como moral. Ahí están los planos generales de John Ford, en los que el paisaje se convierte en el reflejo del alma de los protagonistas; los conflictos éticos de la obra de Elia Kazan o la querencia por las historias “bigger than life” de Orson Welles. Las películas de Mann no tocan temas livianos ni son baratas o independientes. El director produce filmes grandiosos dentro del sistema de estudios, interpretados por estrellas de Hollywood (fue el primero en reunir a Pacino y De Niro, en Heat, y ha trabajado con Russell Crowe, El dilema; Tom Cruise, Collateral, o Will Smith, Ali) y herederos del calado y profundidad de los filmes de la época gloriosa del cine americano, cuando el “mainstream” era sinónimo de calidad y buenas historias.
- De la corrupción de las grandes corporaciones en Heat a los enfrentamientos raciales en Ali o el nacimiento del Estados Unidos moderno en Enemigos públicos. Sus películas siempre abordan temas ambiciosos.
- Me gusta enfrentarme en mi trabajo a las grandes cuestiones. Por eso muchas veces cuento historias policiacas, porque allí sueles encontrar grandes dilemas morales. Me gusta el conflicto y el drama y las historias de delincuentes están al límite. Muchas veces, mis personajes son gente que lucha hasta el final por algo aunque estén equivocados o sepan de antemano que no tienen ninguna opción de triunfar. Hacer películas es un trabajo muy complicado, te pasas muchos meses inmerso en un proceso creativo extenuante que requiere toda tu atención, no sólo estás haciendo una película, vives en ella, incluso sueñas con los personajes. Pero no me quejo, es un trabajo maravilloso.
Un “trabajo maravilloso” al que Mann decidió dedicarse cuando “tenía veinte años”. Por aquella época, mediados de los 60, el director recaló en Londres para estudiar cine, y llegó a rodar un documental sobre mayo del 68 en París, Insurrection. De regreso a Estados Unidos, la televisión concentró su atención. En los 70 Mann escribió los primeros episodios de Starsky y Hutch y aunque dirigió tres películas en los 80 (Ladrón (1981), The Keep (1983) y Manhunter (1986)), la gloria le llegó produciendo Corrupción en Miami, serie policiaca que convirtió la americana de Armani combinada con camiseta de Don Johnson en uno de los iconos más reconocibles de la década. “Cuando era un estudiante la industria cinematográfica no se parecía en nada a la de ahora -recuerda el cineasta en un hotel de Madrid mientras apoya una pierna escayolada en una silla vuelta del revés-. Por aquel entonces soñaba con dirigir películas pero no sabía si lograría hacer una sola. En aquella época no existía el cine independiente ni había cámaras sofisticadas a un precio asequible”.
- Ahora que ya ha dirigido unas cuantas películas, ¿se siente satisfecho?
- Cuando veo alguna siempre cambiaría algo, pero en general estoy contento. Eso no significa que no quiera avanzar. Estoy en el momento más ambicioso de mi carrera. Tengo grandes expectativas respecto a los proyectos que contemplo.
Prueba de su afán innovador es la decisión artística más arriesgada de Enemigos públicos: rodarla en digital. Si la película, por una parte, remite a los grandes clásicos de John Huston (La jungla del asfalto) o Arthur Penn (Bonny and Clyde); por la otra, sorprende con una fotografía con aires a vídeo alejada del brillo del celuloide de Hollywood habitual en estas superproducciones: “El vídeo lo hace todo más realista. Hice una prueba con película de cine y tenía la apariencia de un filme de época. Con el digital puedes ver cada poro en la cara de Johnny Depp, tienes un efecto de vérité. Yo quería filmar la historia como si fuera su contemporáneo. El celuloide tiene algo líquido en la superficie, siempre es artificioso”.
- Es curioso que haya abandonado la televisión precisamente ahora, cuando todo el mundo habla de una nueva etapa de esplendor del medio en Estados Unidos.
- Se están haciendo cosas muy buenas, como Mad Men, en la televisión por cable, no en la generalista, que está inundada por reality shows nauseabundos. Aunque resulte tentador, a mi la televisión no me interesa. Mi máxima prioridad es dirigir y en televisión sólo me veo como productor ejecutivo, no me veo dirigiendo 22 episodios.
Una labor solitaria
- ¿Qué es lo que más disfruta de hacer películas?
- Lo disfruto todo y lo bueno es que cuando me comienzo a cansar de una fase empieza la siguiente. Es maravilloso escribir pero también muy solitario así que cuando arranca la preproducción me alegra volver a trabajar con gente. Después llega el rodaje, que es un período muy intenso y complicado, con algunos días horribles y otros buenos. Finalmente, me encanta volver a la sala de montaje, cuando vuelves a colaborar con un grupo muy reducido de personas y la película vuelve a ser enteramente tuya de nuevo.
- Aunque sus películas suelen tratar temas muy ajenos a su experiencia personal, ¿diría que hablan de usted?
- El dilema es un filme que se refiere a cosas más íntimas de lo que se pudiera pensar. Creo que como director me sucede lo mismo que a los actores cuando utilizan elementos de su vida personal. No están hablando de ellos mismos, pero sí utilizan su experiencia para crear una reacción emocional.