Baluches de Pakistán, Vivir en el arcén de Punjab


Los baluches bajo control de Islamabad viven en un estado de excepción desde que su territorio fuera incorporado a Pakistán en 1948. Se trata de un pueblo cuya asimilación ha sido deliberadamente ignorada por la comunidad internacional, que tiene su propia agenda para la región. Baluchistán declaró su independencia el 11 de agosto de 1947, tres días antes que Pakistán


KARLOS ZURUTUZA
Gara




Una mujer camina lentamente por el desierto de Dera Bugti, cargada de leña para su cocina. Se dirige hacia su aldea de Pir Koh. Le basta con seguir durante unos cientos de metros el gasoducto que va hacia el norte, hacia Punjab. Ha tenido suerte ya que no es fácil encontrar leña en el desierto de Dera Bugti. Islamabad también tuvo suerte cuando encontró gas bajo este pedregal. Gracias a él, los punyabíes han cocinado, calentado sus casas en invierno y producido electricidad durante medio siglo. Paradójicamente, el gas todavía no ha llegado a Pir Koh.

«¿Qué nos ha dado Pakistán?», se pregunta en voz alta Akhtar Mengal en su domicilio de Quetta, la capital de Baluchistán Este. «Los punyabíes (la etnia dominante del país) nos han confiscado todo: nuestras propiedades, nuestros recursos y, sobre todo, nuestros derechos», continúa Mengal, líder tribal del clan homónimo, además de presidente del BNP (Partido Nacionalista Baluche). Difícilmente habrá en Quetta una casa más vigilada y, en consecuencia, más custodiada que la suya.

«¿Por qué se ha olvidado el mundo de nosotros?», exclama el sardar (líder tribal) de los Mengal.

Puede que el mundo se haya olvidado realmente de los baluches pero, ¿se ha olvidado alguien de Baluchistán? Veamos: Obama lo necesita para su oleoducto TAPI (Turkmenistán-Afganistán-Pakistán-India), Irán e India para el IPI (Irán-Pakistán-India), y lo mismo Qatar. China está construyendo su puerta al Golfo Pérsico por el puerto de Gwadar, mientras que Australia, Canadá y Chile extraen toneladas de oro y cobre de sus enormes reservas, las segundas más grandes de toda Asia. El saqueo será presumiblemente mucho más atroz cuando se levante la veda del petróleo y el uranio escondidos bajo el desierto baluche...

«Ni siquiera nos contratan para trabajar en todos estos proyectos; la mayoría son obreros llegados de Punjab y de otras partes de Pakistán», se queja Bari, otro treintañero de Quetta sin empleo.

«Islamabad dice que no podemos acceder a dichos empleos porque somos analfabetos, porque no tenemos educación. ¿Dónde vamos a estudiar si nadie aquí construye escuelas?», se lamenta.

La tasa de analfabetismo entre los baluches de Pakistán ronda el 80% de la población, una cifra escalofriante de la que Islamabad no duda en culpar a los líderes tribales: «Si el pueblo llano aprende a leer dejará de sentirse a gusto en una sociedad tribal», es el argumento que se esgrime desde el Gobierno central.

Sea como fuere, el descontento de la mayoría de los baluches es evidente. No en vano, se han producido cinco levantamientos armados contra Islamabad desde que Baluchistán Este fuera incorporado forzosamente a Pakistán en 1948, tras la retirada de los británicos. El último comenzó en 2003 y perdura hasta hoy. Pero, lejos de recular, Islamabad no cede en una política basada en la represión y el desprecio total hacia este pueblo. Y si alguien levanta la voz, se le encarcela o, simplemente, se le hace desaparecer.

Cadáveres andantes

Tanto AHRC (Asian Human Rights Comission) como International Crisis Group han denunciado la desaparición de más de 7.000 activistas políticos y sociales desde 2005. Uno de los casos recientes más conocidos ocurrió el pasado mes de abril en Quetta. Tres activistas políticos fueron raptados a punta de pistola en el despacho de su abogado y arrojados posteriormente desde un helicóptero. Kashkol Ali era el letrado en cuestión.

«La justicia no existe en Pakistán», afirma Ali, sentado en la misma butaca desde la que presenció el secuestro. «El control del país está en manos del MI y del ISI, los servicios de inteligencia. No hay juez, ni político, ni policía que se atreva a enfrentarse a ellos», afirma.

Las afirmaciones de este testigo de un juicio sumarísimo son corroboradas por el kafkiano testimonio de Imdad B., miembro de la ejecutiva central de la BSO (Organización de Estudiantes Baluches). Tras ser abducido en Quetta en 2005 junto con seis compañeros y torturado posteriormente durante dos meses, sus raptores le «entregaron» después a la Policía en la provincia de Punjab.

«Tuvimos los ojos cerrados en todo momento. Sabíamos que nos habían metido en un avión, pero no a dónde íbamos», explica este joven tocado con un kulla (gorro tradicional) rojo. «Tras entregar a cuatro de nosotros a la policía en algún lugar de Punjab, los periódicos al día siguiente publicaron esta noticia: `Las fuerzas de seguridad capturan a unos terroristas baluches que planeaban poner una bomba en el aeropuerto de Hyderabad'», relata.

Imdad afirma desconocer las causas por las que finalmente fueron puestos en libertad. Fue entonces cuando empezó la segunda parte de su odisea: denunciar ante la Justicia lo que había ocurrido.

«Lo has pasado mal pero ya estás libre. ¿Por qué te empeñas en buscarnos problemas a los dos?», asegura el joven activista que le dijo el primer juez. Y el segundo, y el tercero... Cuatro años más tarde, Imdad sigue intentando interponer una denuncia.

A los miles de desaparecidos hay que sumarles las decenas de miles de desplazados. En los últimos tres años, más de 80.000 familias baluches se han visto obligadas a emigrar a las afueras de Quetta o a las provincias de Sindh y Punjab, tras haber sido destruidas sus aldeas.

Zaki D. también es miembro de la Organización de Estudiantes Baluches. Desde la sede de la organización en Karachi muestra un vídeo en el que un pueblo de adobe es bombardeado desde un helicóptero. Puede que se trate de uno de los Cobra que Teherán cedió a Islamabad en los 70 para combatir a la insurgencia baluche, que amenaza siempre con extenderse al Baluchistán bajo control iraní; o cualquiera de los que Washington le regaló a Musharraf para luchar contra los talibán.

En su libro «Descent into Chaos» (Ed. Penguin, 2008) el periodista paquistaní Ahmed Rashid asegura que de los 10 billones de dólares que la Administración USA ha destinado a Pakistán para desarrollo desde el 11-S, el 90% se lo ha llevado el Ejército.

Los generales se defienden alegando que su país es el mayor proveedor de cascos azules de la ONU: 10.000 en 2007.

Agua amarilla

En Chagai muy pocos saben leer y, desgraciadamente, a nadie le resultan ajenos el hambre, el desempleo, los desaparecidos... Pero sin duda la mayor preocupación en esta región montañosa y fronteriza con Afganistán la constituye el agua. Y no es que falte, como ocurre en muchas otras regiones de Baluchistán, donde apenas se producen precipitaciones. No, aquí hay mucha en depósitos subterráneos. El problema es que produce cáncer. En aras de equilibrar fuerzas con India, archienemiga de Pakistán, Islamabad realizó aquí cinco detonaciones nucleares en 1998. Las aldeas cercanas al monte Raspoh, donde se realizaron las pruebas, fueron evacuadas, algo que no ha evitado que los abortos espontáneos, las malformaciones y los casos de cáncer se hayan disparado entre la población local en los últimos años.

Tras abandonar su aldea en Raspoh, Wazeer se fue a vivir con su hermano a la vecina Dalbandin. Asegura que el agua salía amarilla tras las pruebas, aunque a Wazeer hace ya tiempo que se le olvidaron los colores. Como a muchos en esta localidad, un cáncer de ojos le ha dejado ciego. Nadie le dijo que era mejor no lavarse la cara con ese agua.

«Punjab nos ha tratado como a las bestias durante más de 60 años. ¿Cómo pudieron los británicos dejarnos en manos de esta gente?», se lamenta este anciano, con una mirada translúcida que se pierde entre el estupor y el olvido.