EDUARDO FEBBRO
Página 12
Filósofo del nihilismo identificado con Francia, país de su exilio, Emil Cioran tuvo sin embargo un pasado intelectual en su patria natal. La aparición en Francia de La transfiguración de Rumania, publicado en Bucarest en 1936, reavivó la cuestión del pasado de notables intelectuales rumanos como Ionesco, Eliade y el propio Cioran. En el libro se traslucen su fascinación por el nazismo, un nacionalismo exacerbado y manifestaciones abiertamente antisemitas.
El pasado puede ser glorioso u oscuro, pero algún día surge de su distancia y llega a la luz. El filósofo de origen rumano Emil Cioran, heredero inigualable de los moralistas del siglo XIX, ha tenido lo que se llama en francés su part maudite, su zona de sombra celosamente protegida, separada de su prestigio internacional y ausente de las obras publicadas desde que vino a vivir a Francia durante la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, los años jóvenes de Cioran en Rumania, de Cioran becario en Berlín, los años de sus primeros escritos, están marcados por una fascinación por el nazismo, por un antisemitismo de alta intensidad y por un virulento fascismo al cual adhirió con su pública simpatía por el movimiento fascista rumano de la Guardia de Hierro. Algunos intelectuales expían los “errores de juventud” (Günter Grass) con arrepentimientos públicos; otros, como Cioran, eligen la expiación silenciosa, el reconocimiento a media voz de que algo se hizo mal pero que ese algo ya está muy lejos.
Parte de ese pasado ya había sido excavado por Alexandra Laignel-Lavastine en un ensayo publicado en 2002 y en el cual trazaba los dudosos compromisos políticos de juventud de tres grandes intelectuales rumanos: el mismo Cioran, el dramaturgo Ionesco y el ensayista Mircea Eliade. En su recorrido a través del universo rumano de los años ’20 y ’30, la autora del ensayo extrajo documentos que esbozaron la silueta de auténticos pensadores orgánicos del fascismo europeo de las primeras décadas del siglo XX. El rechazo frontal del parlamentarismo y el ultranacionalismo fueron los fundamentos ideológicos de la juventud de Eliade y Cioran. Ambos adhirieron sin reservas al movimiento fascista rumano encarnado por el Movimiento Legionario, la Guardia de Hierro fundada en 1927 por Constantin Codreanu. Cioran se convirtió en un activo militante de este grupo ultranacionalista y antisemita.
El historiador Michel Winock también siguió los senderos que antes se detenían en la cortina de hierro. El artículo consagrado a los tres intelectuales (Cioran, Eliade, Ionesco, tres rumanos y el fascismo) muestra cómo, “en búsqueda de identidad nacional, fascinados por la Italia de Mussolini y, a partir de 1933, por la Alemania hitleriana, muchos intelectuales rumanos cultivaron una cultura nacionalista, antidemocrática y antisemita en la cual participaron tanto Cioran como Eliade. Ambos, en su itinerario francés de posguerra, se esforzaron por camuflar esos compromisos imposibles de justificar”. Ese pasado vuelve hoy con más vehemencia en las páginas de dos libros: un número especial de la prestigiosa publicación Les Cahiers de L’Herne y la traducción completa del libro más controvertido de la juventud de Cioran: La transfiguración de Rumania. En el primero están muchos de los artículos que Cioran escribió en la prensa rumana y cuya lectura provoca una reacción física inmediata: frotarse los ojos. Entre 1933 y 1935 Cioran estuvo en Berlín como becario de la fundación Humboldt. Al igual que tantos otros jóvenes, fue sensible a las sirenas del nacionalsocialismo, al que calificó de “barbarie creadora”. En esos escritos de juventud ya latía el Cioran posterior, incluso si el contenido de los textos recuperados dista de representar al Cioran nihilista en que se convirtió cuando llegó a Europa occidental y puso un muro entre él y su vida anterior.
Los estragos de las ideologías, el engaño de las doctrinas y las consecuencias de las “farsas sangrientas” Cioran los denunció recién a partir de 1949. La condena de ese pasado nunca expresada públicamente por Cioran aparecía, a lo sumo, en una conversación al pasar, en su correspondencia o en las notas encontradas luego de su muerte. Hay huellas de ese arrepentimiento en algunas de sus reflexiones inéditas. Laurence Tacou, el responsable de la edición de los Cahiers, explicó que la divulgación de esos textos tenía como meta “mostrar a ese Cioran pre francés que molestaba a fin de que se pudieran juzgar con pruebas y no con citas recortadas sus compromisos, incluidos los más penosos, y sus contradicciones”.
De esa época data el libro más penoso de Cioran, La transfiguración de Rumania, publicado en Bucarest en 1936 y traducido por primera vez al francés este año. Esa obra es un himno desesperado a la energía de la juventud, una oda a la violencia de la revolución social y nacionalista y, también, un lastimoso compendio contra los judíos, los húngaros y los tziganos: “El judío no es nuestro semejante, nuestro prójimo, y sea cual fuere la intimidad que mantenemos con él, un abismo nos separa”.
Estas dos obras de y sobre Cioran ayudan a comprender su silencio posterior, su refugio no sólo en París sino en el idioma francés, en su lógica depurada y su estética capaz de contener las pasiones. Alain Paruit, amigo de Cioran y uno de sus traductores, lo defiende cuando dice que “es preciso poner el libro en el contexto de una época de odios y de locura, en la cual tantos intelectuales, y no sólo en Rumania, sucumbieron ante los delirios ideológicos tanto de extrema izquierda como de extrema derecha”.
Como muchos fugitivos o exiliados, Cioran descubrió al objeto de su odio en París. Su amistad con el escritor, cineasta y poeta rumano judío Benjamin Fondane cambiará para siempre su percepción de los judíos. A través de su amistad con Fondane y de la vida en París bajo la ocupación nazi, Cioran evolucionará hacia la admiración: “El hombre es un Judío fracasado”, escribió. Fondane fue arrestado por la policía francesa en marzo de 1944, al mismo tiempo que su hermana Line. Ambos fueron internados en Drancy antes de ser deportados a Auschwitz en mayo del mismo año. La amistad con Fondane humanizó al compulsivo Cioran. En 1946, en una carta enviada a sus padres desde París, Cioran escribía: “En el fondo, todas las ideas son absurdas y falsas. Sólo permanecen los hombres tal como son, sin que importe su origen y sus creencias”. En esta amistad transformadora también intervino Victoria Ocampo, que fue amiga y protectora de Fondane. En 1939, Fondane le entregó a Victoria Ocampo una copia del manuscrito de su obra más importante, Encuentros con León Chestov. Ocampo narró ese momento, la cena que precedió la entrega y la intuición de Fondane de que nunca más volverían a verse. Tuvo razón. La obra recién se publicó mucho después de la muerte de Fondane.
Un misterio espeso cubre aún los dos períodos de Cioran, el rumano y el francés, un misterio formado por el trío Cioran-Eliade-Ionesco. Los tres hombres, unidos por una fuerte amistad, mantuvieron en perfecto secreto las sombras de sus vidas anteriores. Bajo las luces del éxito y del reconocimiento mundial, Cioran, Eliade e Ionesco nunca traicionaron el secreto de sus juventudes tentadas por lo extremo.
El pasado puede ser glorioso u oscuro, pero algún día surge de su distancia y llega a la luz. El filósofo de origen rumano Emil Cioran, heredero inigualable de los moralistas del siglo XIX, ha tenido lo que se llama en francés su part maudite, su zona de sombra celosamente protegida, separada de su prestigio internacional y ausente de las obras publicadas desde que vino a vivir a Francia durante la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, los años jóvenes de Cioran en Rumania, de Cioran becario en Berlín, los años de sus primeros escritos, están marcados por una fascinación por el nazismo, por un antisemitismo de alta intensidad y por un virulento fascismo al cual adhirió con su pública simpatía por el movimiento fascista rumano de la Guardia de Hierro. Algunos intelectuales expían los “errores de juventud” (Günter Grass) con arrepentimientos públicos; otros, como Cioran, eligen la expiación silenciosa, el reconocimiento a media voz de que algo se hizo mal pero que ese algo ya está muy lejos.
Parte de ese pasado ya había sido excavado por Alexandra Laignel-Lavastine en un ensayo publicado en 2002 y en el cual trazaba los dudosos compromisos políticos de juventud de tres grandes intelectuales rumanos: el mismo Cioran, el dramaturgo Ionesco y el ensayista Mircea Eliade. En su recorrido a través del universo rumano de los años ’20 y ’30, la autora del ensayo extrajo documentos que esbozaron la silueta de auténticos pensadores orgánicos del fascismo europeo de las primeras décadas del siglo XX. El rechazo frontal del parlamentarismo y el ultranacionalismo fueron los fundamentos ideológicos de la juventud de Eliade y Cioran. Ambos adhirieron sin reservas al movimiento fascista rumano encarnado por el Movimiento Legionario, la Guardia de Hierro fundada en 1927 por Constantin Codreanu. Cioran se convirtió en un activo militante de este grupo ultranacionalista y antisemita.
El historiador Michel Winock también siguió los senderos que antes se detenían en la cortina de hierro. El artículo consagrado a los tres intelectuales (Cioran, Eliade, Ionesco, tres rumanos y el fascismo) muestra cómo, “en búsqueda de identidad nacional, fascinados por la Italia de Mussolini y, a partir de 1933, por la Alemania hitleriana, muchos intelectuales rumanos cultivaron una cultura nacionalista, antidemocrática y antisemita en la cual participaron tanto Cioran como Eliade. Ambos, en su itinerario francés de posguerra, se esforzaron por camuflar esos compromisos imposibles de justificar”. Ese pasado vuelve hoy con más vehemencia en las páginas de dos libros: un número especial de la prestigiosa publicación Les Cahiers de L’Herne y la traducción completa del libro más controvertido de la juventud de Cioran: La transfiguración de Rumania. En el primero están muchos de los artículos que Cioran escribió en la prensa rumana y cuya lectura provoca una reacción física inmediata: frotarse los ojos. Entre 1933 y 1935 Cioran estuvo en Berlín como becario de la fundación Humboldt. Al igual que tantos otros jóvenes, fue sensible a las sirenas del nacionalsocialismo, al que calificó de “barbarie creadora”. En esos escritos de juventud ya latía el Cioran posterior, incluso si el contenido de los textos recuperados dista de representar al Cioran nihilista en que se convirtió cuando llegó a Europa occidental y puso un muro entre él y su vida anterior.
Los estragos de las ideologías, el engaño de las doctrinas y las consecuencias de las “farsas sangrientas” Cioran los denunció recién a partir de 1949. La condena de ese pasado nunca expresada públicamente por Cioran aparecía, a lo sumo, en una conversación al pasar, en su correspondencia o en las notas encontradas luego de su muerte. Hay huellas de ese arrepentimiento en algunas de sus reflexiones inéditas. Laurence Tacou, el responsable de la edición de los Cahiers, explicó que la divulgación de esos textos tenía como meta “mostrar a ese Cioran pre francés que molestaba a fin de que se pudieran juzgar con pruebas y no con citas recortadas sus compromisos, incluidos los más penosos, y sus contradicciones”.
De esa época data el libro más penoso de Cioran, La transfiguración de Rumania, publicado en Bucarest en 1936 y traducido por primera vez al francés este año. Esa obra es un himno desesperado a la energía de la juventud, una oda a la violencia de la revolución social y nacionalista y, también, un lastimoso compendio contra los judíos, los húngaros y los tziganos: “El judío no es nuestro semejante, nuestro prójimo, y sea cual fuere la intimidad que mantenemos con él, un abismo nos separa”.
Estas dos obras de y sobre Cioran ayudan a comprender su silencio posterior, su refugio no sólo en París sino en el idioma francés, en su lógica depurada y su estética capaz de contener las pasiones. Alain Paruit, amigo de Cioran y uno de sus traductores, lo defiende cuando dice que “es preciso poner el libro en el contexto de una época de odios y de locura, en la cual tantos intelectuales, y no sólo en Rumania, sucumbieron ante los delirios ideológicos tanto de extrema izquierda como de extrema derecha”.
Como muchos fugitivos o exiliados, Cioran descubrió al objeto de su odio en París. Su amistad con el escritor, cineasta y poeta rumano judío Benjamin Fondane cambiará para siempre su percepción de los judíos. A través de su amistad con Fondane y de la vida en París bajo la ocupación nazi, Cioran evolucionará hacia la admiración: “El hombre es un Judío fracasado”, escribió. Fondane fue arrestado por la policía francesa en marzo de 1944, al mismo tiempo que su hermana Line. Ambos fueron internados en Drancy antes de ser deportados a Auschwitz en mayo del mismo año. La amistad con Fondane humanizó al compulsivo Cioran. En 1946, en una carta enviada a sus padres desde París, Cioran escribía: “En el fondo, todas las ideas son absurdas y falsas. Sólo permanecen los hombres tal como son, sin que importe su origen y sus creencias”. En esta amistad transformadora también intervino Victoria Ocampo, que fue amiga y protectora de Fondane. En 1939, Fondane le entregó a Victoria Ocampo una copia del manuscrito de su obra más importante, Encuentros con León Chestov. Ocampo narró ese momento, la cena que precedió la entrega y la intuición de Fondane de que nunca más volverían a verse. Tuvo razón. La obra recién se publicó mucho después de la muerte de Fondane.
Un misterio espeso cubre aún los dos períodos de Cioran, el rumano y el francés, un misterio formado por el trío Cioran-Eliade-Ionesco. Los tres hombres, unidos por una fuerte amistad, mantuvieron en perfecto secreto las sombras de sus vidas anteriores. Bajo las luces del éxito y del reconocimiento mundial, Cioran, Eliade e Ionesco nunca traicionaron el secreto de sus juventudes tentadas por lo extremo.