Bonnie and Clyde


Héroes wagnerianos que sucumben a las truculentas fuerzas del mal


RAGTIME WILLIE
Requesound




Después de leer el delicioso, aunque un tanto intrincado libro, “Easy Riders and Raging Bulls”, del periodista norteamericano Peter Biskind, no pude reprimir mi ansiosa disposición para contemplar, por cuarta vez, la película que inauguró, según el propio Biskind, la época denominada “Nuevo Hollywood”. La película inaugural de una nueva manera de hacer cine en Hollywood fue “Bonnie and Clyde”, estrenada en 1967.

Dirigida por el impecable artesano Arthur Penn, fue, sin embargo, Warren Beatty el auténtico vehemente promotor de la película. Beatty era un reconocido actor, con pretensiones intelectuales y artísticas de propia cosecha. Aplastado por su estigma de guaperas insustancial, Beatty escondía pulsiones de auténtico cineasta. Sin embargo, la película que cambiaría el curso de la manera de hacer cine en Estados Unidos, llegó a Beatty por mera casualidad.

Dos jóvenes escritores, enamorados de la Nouvelle Vague francesa, Robert Benton (futuro director de cine) y David Newman quisieron elaborar un guión, a la manera de sus admirados directores franceses. Su intención no era otra que narrar la procelosa vida criminal de dos de los proscritos más famosos en la historia de Estados Unidos: Clyde Barrow y Bonnie Parker. La óptica del guión – que también fue retocado, posteriormente por el propio Beatty y por otro guionista de renombre, Robert Towne, quien escribió el truculento guión de “ChinaTown” – se centraba en una narración que conjugaba el humor, la violencia, el sexo – o, por mejor decir, la falta de – en aras de reescribir las exitosas películas de gángsters de los años treinta y cuarenta.

El sueño de los dos jóvenes escritores era que “su” película fuera rodada por su cineasta preferido, el francés Fraçois Truffaut, el milagroso autor de “Los Cuatrocientos Golpes”; sin embargo, Truffaut rechazó el proyecto, aunque, con ocasión de una cena, habló sobre la historia con Warren Beatty. Beatty pronto comprendió que la historia escondía un potencial adecuado para dar rienda suelta a sus propios conceptos cinematográficos.

Beatty quedó obsesionado con el proyecto y se ofreció a producir la película. En realidad, Beatty era un megalómano, un ansioso del control absoluto sobre los proyectos que abordaba. Para distribuir la película, llegó a un acuerdo jugoso con Warner Bros., fundamentalmente por el poco entusiasmo que el gran estudio profesaba sobre el guión y por las pocas perspectivas que albergaban de que el film recaudara en taquilla. Obviamente, fue un error garrafal del estudio: Beatty ganó millones de dólares con la película.

Para dirigir el film, Beatty escogió a un artesano procedente de la televisión, el director de “The Chase”, el impactante testimonio de una sociedad decrépita, corrupta y podrida de la América profunda, con un inconmensurable Marlon Brando en el papel del sheriff Calder. Arthur Penn, inicialmente reticente, recogió el guante de Beatty y decidió acometer el rodaje. Los actores fueron totalmente desconocidos, excepto Beatty: Faye Dunaway en el papel de Bonnie Parker, Gene Hackman, extraordinario en su papel de hermano de Clyde y Estelle Parsons como mujer de éste (ganó un Oscar por mejor actriz de reparto).

La película invierte los valores predominantes en el cine clásico de Hollywood: los proscritos se convierten en héroes, héroes venidos y salidos del pueblo, rebeldes vehementes contra el poder establecido. El sexo se aborda desde la impotencia: el atractivo Beatty, un poderoso símbolo sexual de la época, no puede consumar el sexo con la atractiva Bonnie. El estatus del héroe, guapo y poderosamente sexual, se desmorona y se hace añicos.

La violencia: el film, desde una ironía deliciosamente sutil, el film de Beatty y Penn es descarnadamente violento y precede la personalísima visión que directores como Peckinpah o Scorsese tuvieron del comportamiento violento de la sociedad norteamericana. En especial, el brutal asesinato de la pareja de atracadores, al final de la película, se aborda como un baile, como una coreografía rodada en cámara lenta. Un final operístico, un matiz épico para la historia de dos perdedores que se encumbran en el imaginario del espectador como auténticos elegidos por el destino, como héroes wagnerianos que sucumben a las truculentas fuerzas del mal, que no son otras que las huestes policiales, los símbolos de la ley y del orden establecido.

“Bonnie and Clyde” es una película absolutamente subversiva: desde lo moral hasta la estética, pasando por su estructura narrativa, sincopada, eléctrica y brillante. A partir de entonces, el cine no volvió a ser el mismo.

El veterano Burnet Guffey obtuvo su segundo Oscar por la fotografía de esta película, un premio más que merecido, sobre todo a la hora de mostrarnos esa América profunda a través de las carreteras secundarias que atraviesan todo el país, salpicadas cada ciertos kilómetros con pueblos olvidados en el corazón de un país en ruinas tras el crack del 29. No obstante lo pasó muy mal durante el rodaje, ya que Arthur Penn quería un estilo visual menos controlado y muy alejado de las condiciones a las que estaba acostumbrado Guffey en el sistema de estudios que había trabajado toda su carrera. Incluso llegó a abandonar el rodaje durante una semana por su descontento ante las imposiciones del director.

En el film se utilizaron abundantes localizaciones en exteriores muy luminosos, pero también con escenas nocturnas bastante más oscuras de las que se rodaban en la época. Además se utilizaron diversos trucos, a destacar por ejemplo, la secuencia del encuentro de Bonnie con su familia en la que se colocó una mosquitera delante de la lente de la cámara para bajar la luminosidad y obtener un aspecto onírico mucho más granuloso, difuminado y con poco enfoque.