Truman Capote: ascenso y caída


A los 25 años de su muerte, la recuperación de sus cuentos completos alienta la evocación del más polémico de los autores norteamericanos




ELENA HEVIA
El Periódico de Catalunya




Un 25 de agosto de 1984, Truman Capote cerró los ojos definitivamente. Había llegado a Los Ángeles, una ciudad que detestaba, dos días antes y a ciencia cierta los médicos no supieron establecer la causa de su muerte. Era todo y nada. Le faltaba solo un mes para cumplir 60 años, pero su aspecto parecía el de un anciano decrépito, después de décadas de machacarse la integridad a golpe de adicciones, en las que no faltaba el alcohol, las drogas y los fármacos.

Fue el último acto de una carrera, no exclusivamente literaria, que empezó muy pronto y de una forma fulgurante cuando a los 23 años se dio a conocer como el wonderboy de la literatura norteamericana. Años más tarde, convertido en la mascota de la beautiful people neoyorquina, más personaje que persona, la publicación de A sangre fría hizo de él una estrella. A partir de ese cénit todo fue caída.

Poco eco está teniendo en Estados Unidos el 25 aniversario de la muerte del escritor, aunque en España las librerías acojan la recuperación en bolsillo de sus Cuentos completos (Quinteto / Anagrama) y la reciente edición en catalán de Retrats (Angle Editorial). Además, aquí todavía no se ha apagado el eco de la capotemanía que cristalizó hace unos pocos años en dos películas biográficas, Capote e Historia de un crimen.

El lado oscuro

El cine desveló sus aspectos más oscuros, su afilada lengua que no conocía fidelidades, su capacidad para acumular un catálogo de enemistades y una hipertrófica jactancia que lo animaba a decir sin sonrojarse que la novela que, presumiblemente, ocupó sus últimos años y no llegó a terminar, Plegarias atendidas, era la respuesta norteamericana a En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, nada menos.

Pero más allá de esa personalidad contradictoria y por ello fascinante –como demuestra la muy recomendable biografía de Gerald Clarke–, Capote se tomó a sí mismo muy en serio como escritor desde que a los 21 años un inquietante cuento, Miriam, despertó el interés de la crítica. Solo dos años más tarde le consagró la publicación de Otras voces, otros ámbitos, un destilado literario de su propia infancia.

«Nací en Nueva Orleans y fui hijo único –escribe en el prólogo de esa novela–. Mis padres se divorciaron cuando yo tenía 4 años. Fue un divorcio muy complicado con mucho rencor por ambas partes, y esa es la razón por la que pasé gran parte de mi niñez yendo de una a otra casa de parientes en Louisiana, Misisipí, y la Alabama rural. Los libros que leí por mi cuenta tuvieron una importancia mucho mayor que mi educación oficial, que fue una pérdida de tiempo y concluyó cuando cumplí 17 años». Esa edad aparentaba más o menos en la foto que, guapo y desafiantemente ambiguo, apareció en la contraportada de la novela publicada en 1948, en unos tiempos pocos propicios para demostrar en público el orgullo gay.

Capote no vivió su homosexualidad como un problema. Maestro de la seducción, era capaz de cautivar a todo el mundo, pese a su voz afectada y aflautada (no hay más que echar un vistazo a una de sus entrevistas en Youtube para comprobarlo) . De hecho, le gustaba alardear de haber ganado para la causa homosexual a heterosexuales convencidos. Fue el caso de su relación mas duradera, el escritor Jack Dunphy, casado con la bailarina Joan McCracken, que más tarde se casaría con Bob Fosse.

Rigor y frivolidad

La mayor paradoja de este hombre cargado de ellas fue su voluntad de conciliar su rigurosa vocacion literaria y su fascinación por la vida frívola. En los años 60 no hay autor que chupe mas cámara televisiva que él. Se codea con las divinas Marilyn Monroe –a la que retrata entre la fascinación y el descaro– y Jackie Kennedy e intenta convertir en actriz a su hermana, Lee Radziwill. Cuando el fragmento de Plegarías atendidas en la que la retrata sin misericordia se publica en la revista Esquire, ella le dará la espalda. No fue la única.

El principio del fin se sitúa en 1959, cuando Capote lee en los diarios que en un pueblecito de Texas, la familia de un prospero granjero ha sido masacrada «a sangre fría». Se traslada al pueblo y, poniendo de nuevo en marcha su infalible máquina de seducir, se gana la confianza de todos sus habitantes. También la de los asesinos.
El resto es sabido. En 1966 aparece elsuperventas que le convierte en un millonario pero también le corrompe sin remedio. Con los réditos de la novela organiza la legendaria fiesta en blanco y negro del Hotel Plaza, en Nueva York. Desde el punto de vista literario, lo que vino después solo fue un excelente puñado de bocetos, pero sin la ambición del pasado. Se enquista en la depresión y el resentimiento hacia los antiguos amigos y su decadencia es sobrecogedora.

Clarke, su biógrafo, sostiene que si no hubiera impedido a su amiga Joanne Carson, en cuya casa murió, que pidiera ayuda médica, posiblemente se hubiera salvado aquella mañana. Pero no, Capote quería poner el punto final.