La Biblioteca Castro edita 'La busca' y otras novelas del escritor
ÁLVARO CORTINA
El Mundo
Los libros que edita la Biblioteca Castro son de esos que adecentan una colección personal, que la hacen eminente. Tienen peso, factura artesanal y son agradables al tacto. Uno puede mirar sus estanterías, en el salón, tomar un volumen de la Biblioteca Castro y manosearlo pulcramente como todo un académico de la Lengua sobre su sillón de orejas.
Ahora la editorial brinda otra oportunidad para la bibliofilia eminente con las trilogías de Baroja. El segundo volumen de esas invenciones de principios de siglo comienza con la novela 'La busca', del tríptico 'La lucha por la vida'.
Después de su etapa de médico rural, después de su trabajo en la tahona de Viena Capellanes, don Pío, desdeñoso y seco, el anti divo, se pasó al ruedo literario. Pocas novelas tuvo que escribir hasta esta contribución al género del madrileñismo, después de Galdós o de Larra y antes de Aldecoa, de Gómez de la Serna, de Foxá o de Umbral. 'La busca' data de 1904, aunque su argumento se abre en 1888.
Su personaje, Manuel Alcázar, llega del pueblo en un tranvía a dormir en la pensión de Mesonero Romanos, donde vive su tía. No tarda mucho en salir a buscarse unos años de golfería. Alcázar se junta con un estudiante, Roberto, y lo demás es un recorrido impresionista, deshilachado, por la España disforme y grotesca de los desheredados carcomidos de Gutiérrez Solana.
Traperos del Rastro, putas de Montera, hombres con cara de mono, como 'El bizco', enanos, desdentados, pícaros. Grupos de mendigos que cruzan el Puente de Toledo. Matar el tiempo paseando por el Paseo de las Acacias. Comer troncos de berza cogidos del suelo de los mercados y muchos oficios, y callejas sonámbulas y escombreras. Se dice que un bebé desnutrido parece una "lombriz blanca". Baroja escribe, quizá innecesariamente: "un espectáculo de miseria y sordidez".
En 'Otoño en Madrid hacia 1950', Juan Benet escribe un retrato muy agudo del vasco, de cuando le hacía visitas a su casa de Alarcón 12, en Madrid, siendo él adolescente. Lo recordaba "advirtiendo al joven de los peligros y la caducidad de todo arte y de toda personalidad demasiado brillante".
Su obra pasó intemporal, sin relacionarse con los cambios artísticos de su tiempo, sin evolución interna, como en un asumido segundo puesto con respecto a sus idolatrados realistas y psicólogos decimonónicos. Sin grandes aspiraciones, sin la pretensión ínsita a toda empresa artística. Don Pío pensaba que después de Stendhal, de Dostoyevsky, de Dickens, la narrativa estaba muerta, terminada. Según Benet, su obra quería constatar esto.
Se dice en 'Otoño en Madrid...': "Se trata por consiguiente de una poda total; a la épica la despoja de todo heroísmo, al héroe de toda grandeza, al discurso de todo énfasis y todo brillo, a la prosa de toda figura compleja, a la dicción de toda ambigüedad y el párrafo queda casi reducido a la oración simple, el sustantivo no es acompañado más que por el adjetivo".
'Currelas' y crápulas
Aunque 'La busca' tiene momentos de obvio lirismo. Estampas y paisajes de Madrid, retratos humanos bastante vigorosos, llenos de la jactancia triste del pobre. O el momento en el que los currelas y los trasnochadores se cruzan por el asfalto, con el sol naciente, con opuestos caminos. "Para unos el placer, el vicio, la noche; para otros, el trabajo, la fatiga, el sol".
En 1888 era Madrid un poblachón creciente, con establos y cagadas de burro, y serenos. Si el organillero mataba por celos a su mujer la gente lo cuchicheaba al día siguiente. Si en la pensión una señorita permitía a un joven entrar en su cuarto, por la noche, podía acabar con el culo en la calle. La gente fumaba en el trabajo.
En un momento dado, el narrador se interrumpe cuando se ve demasiado literario: "Yo, resignado, he suprimido esos párrafos, por los cuales esperaba llegar algún día a la Academia Española, y sigo con mi cuento con un lenguaje más chabacano". Y esto lo dice el gran Benet: "Para el oído moderno, Baroja es el mejor altavoz de toda la ridiculez de cierta retórica castellana, sobre todo la de sus contemporáneos".
Ustedes ya saben, sillón de orejas, lujo bibliófilo y a distraerse con algo lejano, casi exótico, como el Madrid de Baroja con olor a establo.
Ahora la editorial brinda otra oportunidad para la bibliofilia eminente con las trilogías de Baroja. El segundo volumen de esas invenciones de principios de siglo comienza con la novela 'La busca', del tríptico 'La lucha por la vida'.
Después de su etapa de médico rural, después de su trabajo en la tahona de Viena Capellanes, don Pío, desdeñoso y seco, el anti divo, se pasó al ruedo literario. Pocas novelas tuvo que escribir hasta esta contribución al género del madrileñismo, después de Galdós o de Larra y antes de Aldecoa, de Gómez de la Serna, de Foxá o de Umbral. 'La busca' data de 1904, aunque su argumento se abre en 1888.
Su personaje, Manuel Alcázar, llega del pueblo en un tranvía a dormir en la pensión de Mesonero Romanos, donde vive su tía. No tarda mucho en salir a buscarse unos años de golfería. Alcázar se junta con un estudiante, Roberto, y lo demás es un recorrido impresionista, deshilachado, por la España disforme y grotesca de los desheredados carcomidos de Gutiérrez Solana.
Traperos del Rastro, putas de Montera, hombres con cara de mono, como 'El bizco', enanos, desdentados, pícaros. Grupos de mendigos que cruzan el Puente de Toledo. Matar el tiempo paseando por el Paseo de las Acacias. Comer troncos de berza cogidos del suelo de los mercados y muchos oficios, y callejas sonámbulas y escombreras. Se dice que un bebé desnutrido parece una "lombriz blanca". Baroja escribe, quizá innecesariamente: "un espectáculo de miseria y sordidez".
En 'Otoño en Madrid hacia 1950', Juan Benet escribe un retrato muy agudo del vasco, de cuando le hacía visitas a su casa de Alarcón 12, en Madrid, siendo él adolescente. Lo recordaba "advirtiendo al joven de los peligros y la caducidad de todo arte y de toda personalidad demasiado brillante".
Su obra pasó intemporal, sin relacionarse con los cambios artísticos de su tiempo, sin evolución interna, como en un asumido segundo puesto con respecto a sus idolatrados realistas y psicólogos decimonónicos. Sin grandes aspiraciones, sin la pretensión ínsita a toda empresa artística. Don Pío pensaba que después de Stendhal, de Dostoyevsky, de Dickens, la narrativa estaba muerta, terminada. Según Benet, su obra quería constatar esto.
Se dice en 'Otoño en Madrid...': "Se trata por consiguiente de una poda total; a la épica la despoja de todo heroísmo, al héroe de toda grandeza, al discurso de todo énfasis y todo brillo, a la prosa de toda figura compleja, a la dicción de toda ambigüedad y el párrafo queda casi reducido a la oración simple, el sustantivo no es acompañado más que por el adjetivo".
'Currelas' y crápulas
Aunque 'La busca' tiene momentos de obvio lirismo. Estampas y paisajes de Madrid, retratos humanos bastante vigorosos, llenos de la jactancia triste del pobre. O el momento en el que los currelas y los trasnochadores se cruzan por el asfalto, con el sol naciente, con opuestos caminos. "Para unos el placer, el vicio, la noche; para otros, el trabajo, la fatiga, el sol".
En 1888 era Madrid un poblachón creciente, con establos y cagadas de burro, y serenos. Si el organillero mataba por celos a su mujer la gente lo cuchicheaba al día siguiente. Si en la pensión una señorita permitía a un joven entrar en su cuarto, por la noche, podía acabar con el culo en la calle. La gente fumaba en el trabajo.
En un momento dado, el narrador se interrumpe cuando se ve demasiado literario: "Yo, resignado, he suprimido esos párrafos, por los cuales esperaba llegar algún día a la Academia Española, y sigo con mi cuento con un lenguaje más chabacano". Y esto lo dice el gran Benet: "Para el oído moderno, Baroja es el mejor altavoz de toda la ridiculez de cierta retórica castellana, sobre todo la de sus contemporáneos".
Ustedes ya saben, sillón de orejas, lujo bibliófilo y a distraerse con algo lejano, casi exótico, como el Madrid de Baroja con olor a establo.