David Sylvian: «El artista sabe cuándo se avecina algo»


JESÚS LILLO
ABC




Voluntariamente alejado del mundo del pop y de unos escenarios que, asegura, jamás volverá a pisar para interpretar sus viejos éxitos, encerrado en su estudio para producir obras de encargo o álbumes cada vez más caprichosos y abstraídos, David Sylvian reivindica en Manafon (Samadhi Sound) la poesía mística de R. S. Thomas y el valor de la duda como motor de la creación. «Como en los poemas de Thomas, la pregunta es qué le da sentido a la vida... Quizá no tenga sentido, pero le aseguro que esa búsqueda termina por dárselo», dice el ex líder de Japan.

Manafon, cuyo título remite al pueblo de Gales en el que Thomas fue sacerdote a mediados del siglo pasado, presenta a un Sylvian que respira hondo sus reflexiones, en forma de baladas, sobre improvisaciones musicales. «Da igual que el mensaje llegue a alguien. R. S. Thomas tenía fieles en su pequeña parroquia, pero eso era accesorio en su obra. La creación es fundamental en sí misma. El hombre actual ha perdido el valor de la búsqueda de una meta. Se busca el placer y se desconoce el concepto de perseguir un objetivo».

¿Volverá a poner los pies en el suelo tras «Manafon», de esta etapa presuntamente final?

Le aseguro que esto forma parte del mundo real.

Pero visto desde muy arriba.

En nuestra vida diaria funcionamos en distintos niveles. Si nos ocupamos de una cuestión emocional, preferimos no analizarla para no aniquilarla, pero todos los niveles se activan a la vez. Si buscamos la frecuencia justa en cada momento, es posible seguir viviendo con los pies en la tierra. Manafon permite conectar en cada momento con un perfil distinto.

¿Por eso ha fabricado poemas con un vocabulario técnico, de laboratorio?

En una canción pop sería muy difícil meter palabras como las que aparecen en los versos de Manafon... Todo depende del contexto. Las palabras muy poéticas son demasiado poéticas para la poesía, valga la redundancia; en cambio, las palabras que aparecen en un periódico económico pueden llegar a ser poéticas si la puesta en escena es la correcta.

Ese conflicto también determina la música del álbum.

Las estructuras proceden del folk, pero su desarrollo melódico está inspirado en las improvisaciones de Christian Fennesz y el resto de la banda que me acompañó durante las sesiones de grabación. En 2004, instalado en Viena y después de muchos cambios, el grupo que me secundaba quedó reducido a cuarteto. No había canciones entonces, y lo que salió de allí me lo llevé, intacto, a mi estudio. No había planes previos, sólo la intuición de lo que quería expresar.

¿Sabía ya lo que buscaba?

Lo intuía... El artista sabe cuándo se avecina algo, y busca la forma de expresarlo. Durante muchos días, estos músicos interpretaban piezas maravillosas, pero no lo que yo estaba buscando. De repente, aparece lo que quieres.

¿No hubo reglas?

La única era mantener las estructuras, dejar las cosas como estaban, sin romperlas. Los músicos se miraban entre sí, pero no a mí, porque son creadores que no permiten que les digas que repitan lo que han hecho o que modifiquen un determinado elemento. Confiar en maestros de la improvisación como Evan Parker, Keith Rowe y Otomo Yoshihide es similar a buscar oro: a veces encuentras unas cuantas pepitas, pero también puedes dar con un enorme filón.

De vuelta a su estudio, ¿no tuvo la tentación de manipular esas grabaciones, de fabricar sus canciones a partir de un material tan valioso?

Lo hice sólo en determinadas piezas y de manera sutil. Manafon quedó tal cual, y también Small Metal Gods... Podía haberme dedicado a recortar, retocar y cambiarlo todo de sitio, pero ese no era el tema. Estaba obligado a conservar el momento exacto e íntegro de esa creación. Busqué la armonía con otros elementos, como la guitarra, pero de forma ligera y cuidadosa, para respetar y conservar esa obra de arte. Es una cuestión de experiencia... Haber trabajado mucho te permite saber cuándo debes respetar las cosas que valen la pena.

Luego vendrán las remezclas.

Por el momento ya hay dos... Apareció un compositor japonés y se puso a trabajar sobre el material existente, pero decidí parar. No quiero hacer un disco entero de remezclas.

¿Ahora las rechaza?

Aunque le resulte extraño, no soy lo que se dice un amante de las remezclas. Blemish me ofreció la posibilidad de llevar a cabo futuras colaboraciones con remezcladores con los que me interesaba trabajar, y los dejé hacer, pero Manafon es distinto. No quiero que nadie lo manipule.

¿Por qué el proceso de producción de «Blemish» fue tan rápido y «Manafon» le ha llevado tanto tiempo?

En realidad, Manafon ha sido aún más rápido, pero mientras lo terminaba vinieron muchos proyectos que tuve que atender.

Como la gira «The World Is Everything», su despedida de las tablas. ¿Será posible disfrutar «Manafon» en vivo?

El concepto de este disco es incompatible con el argumento de un concierto: sería dar pasos hacia atrás, pasar de la improvisación a algo fijo, con reglas. La posibilidad de hacer Manafon en vivo depende de mi capacidad para formar una banda que pueda desarrollar esa mezcla entre improvisación y composición. En cualquier caso, no sería Manafon, sino su idea.

¿No se plantea llevar el álbum a los museos, o a las bienales que usted frecuenta?

Eso sólo tendría sentido si alguien le diera otra vuelta a la idea. No basta con poner la música y enchufar un vídeo... Para hacerlo de una manera digna no suele haber presupuesto.

Sin giras, con una elitista editorial que funciona por correo... ¿De qué vive David Sylvian?

Lo peor que le puede pasar a un músico es verse forzado a salir de gira para alimentar a sus hijos, y yo no tengo ese problema. Durante la última gira, pensé que podía superar la situación y apropiarme de mis viejas canciones una vez más, pero me faltó corazón. No había alma sobre el escenario, porque mi cabeza estaba en otro sitio, en Manafon. Recuperarme de todo aquello y volver a componer me llevó tres meses. ¿El dinero? Siempre hay algún proyecto pendiente, pero tendré que inventar algo para sobrevivir.