District 9. Hollywood pierde la cabeza con la serie de B


La Serie B ha muerto. La ha matado el gran Hollywood, que necesita vampirizar cualquier idea, aunque sea de segunda división. Llegan estos días a la cartelera buenos ejemplos de ello. Hoy lo hace District 9, dirigida por Neill Blomkamp y producida por Peter Jackson. Seguirán sus pasos Infectados, de los hermanos Pastor, y la muy esperada Avatar, de James Cameron


JESÚS PALACIOS
El Mundo




Empieza bien. Incluso bastante bien. District 9 (Neill Blomkamp, 2009), utilizando el recurso tan de moda del falso documental, el reportaje estilo CNN y la cámara digital, plantea con gracia, humor negro y sencillez una historia de ciencia ficción adulta: un buen día, los extraterrestres posan una gigantesca nave-patera sobre Johannesburgo, en Sudáfrica, y a partir de ese momento, nuestro planeta se enfrenta al mayor problema de inmigración ilegal de la historia. No es nada nuevo.

Neill Blomkamp y su colega coguionista, Terri Tatchell, cerebros del invento, deben ser un buen par de freaks. Su historia evoca descaradamente clásicos de la Serie B como It Came from Outer Space (1953) de Jack Arnold, con sus extraterrestres aparentemente hostiles que sólo quieren reparar su nave averiada y continuar viaje, pero también Ultimátum a la Tierra (Robert Wise, 1951) y, quizá más, El hombre del planeta X (Edgar G. Ulmer, 1951).

La raza alienígena.

Su metáfora del apartheid, el racismo y el panorama actual de la inmigración ilegal, tampoco es nueva: un sencillo filme japonés, Blood Type: Blue (Kihachi Okamoto, 1978), mostraba en clave de melodrama la situación de xenofobia y discriminación de los terrestres infectados por una raza alienígena, cuya sangre de color azul les identifica como tales, condenándoles a la marginación, en campos de concentración gubernamentales. Con estilo de peculiar buddy movie, la hoy olvidada Alien Nación (Graham Baker, 1988), mostraba los efectos de la convivencia entre alienígenas y humanos a través de las peripecias de una pareja de polis, terrestre uno… marciano el otro, con aires también de descarada metáfora del racismo. Si a todo ello le sumamos una transformación a lo Cronenberg o experimentos del gobierno estilo Expediente X y E. T. el “guiso” está servido.

Un fan de la ciencia ficción.

Esto no supone demérito alguno para District 9, a pesar de que su director insista en no haber sido influenciado por nadie. Siendo, como es, un fan del cine de ciencia ficción de los 80, puede que sea cierto y que realmente -¡ingenuo!- piense que ha montado algo novedoso en el género. De hecho, el origen del filme es un cortometraje de su propio director, Alive in Joburg (2005), donde la misma anécdota se cuenta… ¡en seis minutos! El corto impresionó tanto a Peter Jackson que este se animó a producir un largometraje inspirado en el mismo. Metió 30 millones de dólares en el asunto, usando lo mejor de la tecnología infográfica y digital, y, naturalmente, consiguió arruinar toda la posible gracia y frescura del filme, transformando lo que hubiera debido ser una genuina Serie B, inteligente e ingeniosa, en una pesada, interminable y -eso sí- espectacular superproducción.

Lo que ocurre con District 9 -bien recibida, inevitablemente, por un público y un sector de la crítica carente ya de cualquier atisbo de memoria-, es simbólico de lo que viene pasando con la mayor parte del cine hollywoodiense, desde finales de los años 80. La mayoría de los filmes de moda, de apuestas espectaculares y supreproducciones millonarias, destiladas exclusivamente para revertir en imparables beneficios económicos, y acompañadas por un aparato promocional tanto o más caro que su propia producción -como ha ocurrido con la ingeniosa campaña de la película de Blomkamp- no hacen sino expropiar descaradamente el territorio argumental, los personajes, situaciones y esquemas propios de la vieja y buena Serie B… Para destrozarlos inyectándoles una sobredosis de efectos especiales y pretensiones desmedidas. Si District 9 no pudiera permitirse durar casi dos horas, no hubiera podido pagar los mejores efectos especiales del momento, y si no tuviera que satisfacer forzosamente a todos -o casi todos- los espectadores, para recuperar su coste, hubiera sido una buena película de ciencia ficción.

Ambigöedad moral.

Se hubiera podido permitir acabar mal, matar algún personaje relevante, mantener el tono de sátira y humor negro de su inicio, profundizar en las ambigöedades morales de la situación -los marcianos son verdaderamente repugnantes y molestos… al principio, claro-, incluir quizá algo de sexo… Y, sobre todo, habría podido evitar transformarse durante su interminable último tercio en un vulgar videojuego de marcianos. Una continua sucesión de clifhangers (suspenses), tiros y explosiones, que convierten lo que empieza como una distopía inteligente en un mero espectáculo de acción descerebrado. Como si estuvieras viendo El hombre que cayó a la Tierra (1976) de Roeg o La Jetée (1962) de Marker y de repente te encontraras con que se han convertido en Transformers o Godzilla (la de Emmerich, claro).

Corman y Kaufman.

Hace años que los auténticos profesionales y maestros de la Serie B venían diciéndolo. Tanto Roger Corman -uno de los genios del ramo- como Lloyd Kaufman -uno de los cerebros de la productora Troma-, se quejaban con razón de que sus filmes no encontraban ya espacio para estrenarse o distribuirse, fuera del vídeo o la televisión.

¿Cómo van a vender los estudios pequeños historias de marcianos, asesinos en serie, monstruos prehistóricos o guerras espaciales… si Hollywood las rueda con presupuestos millonarios y estrellas de moda? No sólo eso, sino que la MPAA -el poco disimulado mecanismo de censura del cine estadounidense- se ceba con la Serie B, imponiendo calificaciones "X" y "PG-13" a los filmes independientes, por su violencia, sexo o lenguaje… mientras permite esos mismos elementos en las superproducciones al uso. Si el vídeo mató a la estrella de la radio, las majors de un Hollywood sin imaginación ni atrevimiento han asesinado a las atrevidas e imaginativas productoras de Serie B. En breves semanas, además, tendremos epidemias alienígenas como la de Infectados, de Alex y David Pastor, un Sherlock Holmes pendenciero, versión Guy Ritchie, en un Londres victoriano de serial, y, más todavía, el desembarco de la esperadísima Avatar de James Cameron, entre otros muchos títulos. Todos ellos, envoltorios millonarios para viejas historias de zombies e invasores marcianos, superdetectives folletinescos y Space Operas románticos. Un terreno de caza que antes lo fuera, afortunadamente, de la mejor y la peor Serie B. Aquél Cameron en estado de gracia que rodó Terminator con siete millones de dólares, estará hoy muy lejos de su actual avatar hollywoodiense. El gran problema de este nuevo Hollywood de Serie B es que no tiene ni puede tener la gracia, el descaro, el atrevimiento o la dignidad de las genuinas B-Movies, dirigidas a un público concreto y con un coste ajustado al mismo… Pero ha olvidado también qué es lo que constituía el arte de la Serie A, y por qué la gente distinguía entre ambas letras. De las dos, se ha quedado con lo peor de ambos mundos, dejando el buen cine… para la televisión de pago.