BLANCA VÁZQUEZ
La República Cultural
¿Es que quizá algunos realizadores empiezan a preguntarse, a través de su marca de agua de películas de acción desenfrenada, hacia donde vamos con el hipercrecimiento tecnológico que bautiza generaciones cada tres años? Mark Neveldine y Brian Taylor, que gustan de trabajar a dúo, insinúan y entremezclan algo de sesera con toneladas de acción en su último y espídico metraje, Gamer. Pero no se hagan ilusiones altermundistas luchadores contra el sistema de plástico que nos engulle. Neveldine y Taylor priman sobre todo lado oscuro y crítica social en esta particular película la acción pura y dura. Aunque lo hacen de forma diferente, entrando en los lodazales del videojuego. Sí, la película llama la atención por su estética de juego entre el espectador y la gran pantalla, es decir, casi como los gamers-protagonistas de esta futura sociedad, nos vemos inmersos en una vorágine de movimientos de cámara, disparos y explosiones por doquier, que tenemos que seguir con extrema atención para no perder los puntos de atención. Pura adrenalina en un entorno gris cemento combinado con apariciones coloristas de la cada vez más artificiosa vida real en la que lo mediático y su viral del entretenimiento se convierten en la tarima bajo la que la sociedad permanece neutralizada. Una buena víbora (etiquetada como puta mediática) encarna, adecuadamente, este dilema en una interpretación, que se pierde al final en túneles oscuros del argumento, de Kyra Sedgwick, nuestra detective preferida Brenda Johnson.
Pero la estrella indiscutible de esta fábula de la interrelación vida online/realidad es un actor con cierto aquél, Gerard Butler, el viril cachas de 300, convertido aquí en avatar humano, que recién viene de un fresco y divertido papel en RocknRolla, de Guy Ritchie, y a la voz de pronto estrenará una de esas yanquis comedias mediocres que no pueden faltar en todo actor que empieza a prosperar, La cruda realidad. Es curioso el cine y sus modas, se acercan, asimismo, por la autopista cinematográfica los estrenos de Avatar, de James Cameron, o la inminente Distrito 9, de Neil Blomkamp, con su estética de letal videojuego.
El mismo Butler afirma en una entrevista que la cinta de esta pareja de realizadores neoyorkinos (que por cierto no son aficionados a videojuegos tan actuales como la saga Call of Duty, Halo, Second Life o similares, por extraño que parezca) “es como una peli de arte y ensayo hecha hasta el culo de cocaína, con tela de acción y adrenalina”.
“Los jóvenes, al igual que algunos animales, poseen un instinto exquisito para detectar la llegada de cambios atmosféricos; así, nuestra generación presintió, antes que nuestros maestros y universidades, que con el viejo siglo también se acababa algo en los conceptos del arte, que empezaba una revolución o, cuanto menos, un cambio de valores” , subraya en sus extraordinarias memorias Stefan Zweig sobre su primera juventud a finales del siglo XIX. Ciento quince años más tarde los jóvenes siguen marcando los cambios y la tecnología es su atmósfera. Quizá demasiado tajantes, Neveldine y Taylor afirman que a los chavales el cine les da igual, sólo les interesan las redes sociales y los videojuegos y se propusieron con Gamer volver a sentar sus culos en las butacas, con una historia en la que un tipo de las Fuerzas Especiales, Kable/Butler, acusado de asesinato forma parte de un juego online, Slayers, en el que tiene que sobrevivir a 30 batallas para conseguir la libertad. El problema es que él no es quien maneja sus movimientos, sino un chico de diecisiete años. Encerrados, Kable y sus compañeros gladiadores (entre los que John Leguizamo hace una pequeña pero intensa aparición), en una lugar restringido para que se desarrolle el juego y pueda ser visionado por todo el planeta, consigue nuestro héroe escapar de una forma muy curiosa. Pero a lo que difícilmente puede escapar es a las nanocélulas implantadas en su cerebro para obedecer órdenes de un genio-maniaco, Ken Castle (Michael C. Hall), el inventor de Slayers, así como de Society, un mundo virtual al estilo Second Life o los Sims, en el que de nuevo los avatares son personas humanas y donde el sexo es la deformada fantasía. Precisamente es la mujer de Kable, Zoe Bell, la que está atrapada como muñeca-actriz para Society. Alguien tiene que contrarestar tanta inmundicia, y ahí están los Hackers, militantes subversivos con una estética de videojuego de los años ochenta, quienes plantarán cara al sistema y ayudarán a Kable y su mujer a enfrentarse a Castle.
En todo caso el argumento no es muy sólido, tiene no pocas goteras por aquí y por allá, y a grandes rasgos se extrae una pequeña historia que sirva como excusa para el resto, que es la innovación en la puesta en escena y el entretenimiento de imaginar como sería la posibilidad de algo así. Comparemos con el caso de una película porno a la que han procurado poner un poco de tema, pero sin esmerarse demasiado, no vaya a ser que se desvíe al espectador de su objetivo.
Al margen del divertimento que pueda suponer, Gamer es una manera, si se quiere, de cuestionarse hacia donde vamos con tanta singularidad tecnológica, la telerrealidad que explotan los mismos instintos de siempre, sexo y violencia a raudales, manifestados bajo otros medios o escenarios, o conmovedoramente expresado con las imágnes de Wall-e: ¿acabaremos como ese obeso personaje que apenas puede moverse y obedece solo a sus deseos incontrolados a través de una Red social virtual? ¡Horror, paren aquí que yo me bajo!
Pero la estrella indiscutible de esta fábula de la interrelación vida online/realidad es un actor con cierto aquél, Gerard Butler, el viril cachas de 300, convertido aquí en avatar humano, que recién viene de un fresco y divertido papel en RocknRolla, de Guy Ritchie, y a la voz de pronto estrenará una de esas yanquis comedias mediocres que no pueden faltar en todo actor que empieza a prosperar, La cruda realidad. Es curioso el cine y sus modas, se acercan, asimismo, por la autopista cinematográfica los estrenos de Avatar, de James Cameron, o la inminente Distrito 9, de Neil Blomkamp, con su estética de letal videojuego.
El mismo Butler afirma en una entrevista que la cinta de esta pareja de realizadores neoyorkinos (que por cierto no son aficionados a videojuegos tan actuales como la saga Call of Duty, Halo, Second Life o similares, por extraño que parezca) “es como una peli de arte y ensayo hecha hasta el culo de cocaína, con tela de acción y adrenalina”.
“Los jóvenes, al igual que algunos animales, poseen un instinto exquisito para detectar la llegada de cambios atmosféricos; así, nuestra generación presintió, antes que nuestros maestros y universidades, que con el viejo siglo también se acababa algo en los conceptos del arte, que empezaba una revolución o, cuanto menos, un cambio de valores” , subraya en sus extraordinarias memorias Stefan Zweig sobre su primera juventud a finales del siglo XIX. Ciento quince años más tarde los jóvenes siguen marcando los cambios y la tecnología es su atmósfera. Quizá demasiado tajantes, Neveldine y Taylor afirman que a los chavales el cine les da igual, sólo les interesan las redes sociales y los videojuegos y se propusieron con Gamer volver a sentar sus culos en las butacas, con una historia en la que un tipo de las Fuerzas Especiales, Kable/Butler, acusado de asesinato forma parte de un juego online, Slayers, en el que tiene que sobrevivir a 30 batallas para conseguir la libertad. El problema es que él no es quien maneja sus movimientos, sino un chico de diecisiete años. Encerrados, Kable y sus compañeros gladiadores (entre los que John Leguizamo hace una pequeña pero intensa aparición), en una lugar restringido para que se desarrolle el juego y pueda ser visionado por todo el planeta, consigue nuestro héroe escapar de una forma muy curiosa. Pero a lo que difícilmente puede escapar es a las nanocélulas implantadas en su cerebro para obedecer órdenes de un genio-maniaco, Ken Castle (Michael C. Hall), el inventor de Slayers, así como de Society, un mundo virtual al estilo Second Life o los Sims, en el que de nuevo los avatares son personas humanas y donde el sexo es la deformada fantasía. Precisamente es la mujer de Kable, Zoe Bell, la que está atrapada como muñeca-actriz para Society. Alguien tiene que contrarestar tanta inmundicia, y ahí están los Hackers, militantes subversivos con una estética de videojuego de los años ochenta, quienes plantarán cara al sistema y ayudarán a Kable y su mujer a enfrentarse a Castle.
En todo caso el argumento no es muy sólido, tiene no pocas goteras por aquí y por allá, y a grandes rasgos se extrae una pequeña historia que sirva como excusa para el resto, que es la innovación en la puesta en escena y el entretenimiento de imaginar como sería la posibilidad de algo así. Comparemos con el caso de una película porno a la que han procurado poner un poco de tema, pero sin esmerarse demasiado, no vaya a ser que se desvíe al espectador de su objetivo.
Al margen del divertimento que pueda suponer, Gamer es una manera, si se quiere, de cuestionarse hacia donde vamos con tanta singularidad tecnológica, la telerrealidad que explotan los mismos instintos de siempre, sexo y violencia a raudales, manifestados bajo otros medios o escenarios, o conmovedoramente expresado con las imágnes de Wall-e: ¿acabaremos como ese obeso personaje que apenas puede moverse y obedece solo a sus deseos incontrolados a través de una Red social virtual? ¡Horror, paren aquí que yo me bajo!