Las desventuras de un húngaro


László Krasznahorkai, nombre impronunciable, tiene dos tesoros imprescindibles


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Los que tenemos la desventaja de no contar con una buena memoria poseemos la excusa perfecta cuando de citar autores, obras o partes de las mismas se trata. Nuestro defecto se convierte en aliado ideal para escudarnos en no poder recordar quién dijo aquello o el nombre de un escritor desconocido que acabamos de leer. Así sólo somos capaces de mencionar lo cotidiano y reiterado hasta la saciedad intercalando todo ello con el título de algunas obras muy manidas y de sobra conocidas en el mundo literario. ¡Qué impostura más placentera!

El escritor de nombre impronunciable.

Esta 'tara' se convierte en un vicio cuando con la complicidad de nuestra desmemoria podemos ocultar el nombre impronunciable del autor. No hace falta ni siquiera el intento de acordarse, pues ya de origen parece que es imposible de pronunciar. Este el caso de nuestra última recomendación infame, László Krasznahorkai que no es ni el último fichaje Barcelona ni un cantante eurovisivo, sino un estupendo escritor centroeuropeo.

Ser húngaro no debe ser fácil, la compleja marca de nacimiento da una impronta difícil de borrar. Como esas huellas que permanecen días en el barro reseco, la escritura de Krasznahorkai es intensa y concentrada, dura no por el contenido sino por la forma en la que lo trasmite. Un continente áspero pero bien construido y ameno que apetece ser leído.

En su última novela publicada en España, 'Guerra y guerra', el personaje principal, Korin, un archivero de la madre patria húngara, se ve necesariamente envuelto en una situación a la par absurda y desafiante. La lectura de un manuscrito que durante años ha pasado inadvertido entre los diversos legajos de su trabajo, hace que su vida cambie sobremanera.

Embaucado por la trama del manuscrito, cuyos protagonistas viajan por diversas épocas y lugares buscando un sitio donde poder convivir sin conflictos, decide dar a conocer su hallazgo al resto de la humanidad. La supervivencia y la eternidad de la obra dependen de él. Para salvaguardar toda la armonía y poética que contiene decide abandonar su lugar de residencia, un pequeño pueblo cercano a Budapest para acudir a la capital del mundo, Nueva York, y desde allí difundir el texto. Una vez consiga finalizar su tarea con la ayuda de internet podrá cumplir cercenar su vida, fin último de su extraña andadura.

El aparatoso viaje, que Korin con una peculiar facilidad dificultará más, la impotencia de las situaciones y los ambientes marginales o, mejor dicho, paralelos a la vida tradicional y asentada de las clases burguesas hacen que al lector le vayan surgiendo cientos de preguntas sobre la importancia de la cultura en la sociedad moderna o la relevancia que tiene el ser humano en la cumbre capitalista donde nos convertimos en míseros títeres de fuerzas ingobernables. Los escenarios planteados casi de una manera kafkiana (las angustias, el sufrimiento silencioso, el hombre al filo de su vida…) y un permanente injerto de capítulos o fragmentos del texto misterioso, junto con una historia construida progresivamente, hacen que la tensión vaya en progresivo aumento.

El desenlace final, inesperado a la par que reflexivo, en un espacio de arte junto a una obra del artista Mario Merz, nos traduce una serenidad en parte por la literatura leída y en cierta manera por la impresión que supone la introducción como metáfora última la instalación del artista plástico: el iglú o cabaña. Ese espacio tan propio de Merz donde condensa en media esfera la vitalidad de la vida humana. Un útero protector que nos resguarda de un entorno hostil y agresivo, que también es denunciado continuamente por Krasznahorkai. Ambos creadores recrean con sus respectivas herramientas unas estructuras de apariencias frágiles que sin embargo perpetúan la belleza.

Otra faceta que a Krasznahorkai le ahonda es lo determinante que tiene la acción del hombre en sí, como contraposición a las batallas y la barbarie de la que huyen los protagonistas del manuscrito. Si la guerra supone la concentración de las acciones en un tiempo en base a la aniquilación del enemigo, el personaje de Korin trata a través de su loco experimento ambulante aportar algo que merece ser apreciado por la colectividad. La necesidad de creer en la acción, en el individuo, es lo que hace de esta narración una fantástica metáfora de lo que actualmente vivimos, o quizá padecemos, como residentes en un sistema injusto que justifica la supervivencia del mismo.

Para los lectores más intrépidos o para aquellos que 'Guerra y guerra' pueda resultarse excesivamente contundente, les recomendamos otra obra del mismo autor, en este caso breve publicada también por Acantilado, 'Ha llegado Isaías'. Se trata de un relato donde el mismo protagonista, Korin, entra en el bar de la estación de autobuses a tomar algo. El ambiente nocturno y la soledad, solo se rompe con la conversación del compañero de barra: "Querido ángel, llevo mucho tiempo buscándote".

El encuentro aparentemente fortuito con el ocupante del taburete cercano (no busquen similitudes con el ángel de Wenders en 'El cielo sobre Berlín' o 'Las alas del deseo') le sirve a Krasznahorkai para generar una narración, muy del gusto Infame, de alcohol, reflexiones variopintas y un finiquito tan coherente que pone punto y seguido o final a este libro pues puede ser intervalo, final o principio del anterior ('Guerra y guerra'). Un dos por uno al alcance de todos.