El director y guionista de «Crash» vivió su gran año con este título, pero su currículum incluye premiadas series de televisión, algunas obras maestras con Clint Eastwood y la película «En el valle de Elah»
FEDERICO MARÍN BELLÓN
ABC
«En cualquier ciudad real, cuando caminas, pasas y rozas a la gente, te topas con ellos. En Los Ángeles nadie te toca, estás todo el rato detrás del metal y el cristal del coche. Creo que extrañamos tanto el contacto humano que tenemos accidentes sólo para sentir algo». Con estas palabras comienza «Crash», que pese a todo no es una película construida sobre frases hermosas y rimbombantes. Paul Haggis despeña enseguida su obra hasta estrellarla en un acantilado de prejuicios raciales. El principal peligro es aplastar al espectador, que lleva toda una vida labrándose los suyos propios.
Lo que sí se puede decir de «Crash» es que es una película construida, como todas, a partir de su guión. Valga la perogrullada para recalcar que el texto, lo que nos dice, que es mucho y nada cómodo, es aún más importante que la puesta en escena. El Paul Haggis guionista es aún más necesario que el Paul Haggis director. Antes de su impresionante debut, este hombre con poco pelo y muchas ideas había escrito «Million Dollar Baby». Clint Eastwood remató la faena, como acostumbra, con una dirección magistral, pero sin las palabras, ni siquiera el viejo vaquero habría podido pulir una de sus joyas más brillantes.
De Clint lo sabemos casi todo, al menos a partir de su pasado almeriense, pero ¿quién es Paul Haggis? Para empezar, tuvo la originalidad de nacer en el London de Ontario, en Canadá, el 10 de marzo de 1953. Sus padres eran los dueños del teatro Gallery, por lo que escribir y dirigir fue para él como aprender a multiplicar, aunque después de un sonoro fracaso disfrutaba diciendo que sus compatriotas le habían pedido que abandonara el país. Lo cierto es que con 22 años y una experiencia envidiable se lanzó a perseguir el sueño americano en Hollywood. Pero el talento no siempre florece con los primeros rayos de sol. Según cuenta su padre (y la Wikipedia), tardó dos años, tres meses y diez días en vender su primer guión. Entretanto, tuvo que desempeñar diversos oficios, incluido el de las mudanzas, además de aceptar una «paga» semanal de cien dólares que su progenitor le enviaba, no sabemos si religiosamente, desde Canadá.
Carrera televisiva
Como guionista de televisión, Haggis creó alguna serie de la que no se siente especialmente orgulloso, como «Walker, Texas Ranger», participó en proyectos de culto, como «EZ Street», escribió episodios hasta de «Vacaciones en el mar» y acabó por ganar un par de premios Emmy y un Globo de Oro por «Treinta y tantos», que también coprodujo. Puede que «EZ Street» no les suene demasiado, pero «The New York Times» dijo que sin ella, «una de las series más influyentes de todos los tiempos», «no existirían «Los Soprano»». El medio televisivo no sólo le proporcionó grandes críticas, no siempre acompañadas del éxito popular. A Haggis le permitió además adquirir oficio como director, además de infundirle valor para emprender proyectos cada vez más personales y ambiciosos.
En 2006, Paul Haggis se convirtió en el primer guionista desde que recuerdan los tiempos que escribía dos años seguidos la película triunfadora en los Oscar, «Million Dollar Baby» y «Crash». Al año siguiente pudo ganar el hat-trick con «Cartas desde Iwo Jima», y eso que los académicos se olvidaron de «Banderas de nuestros padres». Puede que les diera vergüenza regalarle más muñecos después de concederle la parejita por «Crash», como escritor y como productor. El colofón fue una bandera boca abajo, humillación intolerable para las barras y estrellas que le costó como mínimo otra candidatura por su segunda película como escritor y director, la soberbia «En el valle de Elah». Entretanto, ha sido capaz de firmar, sin implicarse demasiado, los últimos James Bond, coincidentes con el resurgir de la saga, y poner en marcha la serie televisiva «Crash», con personajes y situaciones que sólo comparten con el original su particular enfoque, el protagonismo no siempre sano del Cuerpo de Policía y la ciudad de Los Ángeles. Si alguno piensa que un logro así, concentrado en tan pocos años, es fruto de la casualidad, quizá debería saber que Haggis sufrió un infarto durante el rodaje del filme que le dio la gloria, y que se negó a abandonar o a dejar en manos de otro, aferrado a su gran obra como a la vida.
Una vez destripada su biografía, a grandes rasgos, y degustados sus frutos, queda por saber qué piensa Haggis de todo este tinglado. «Lo peor que le pueden decir a un cineasta -asegura- es que su película es «bonita». Si puedes conseguir que la gente salga del cine y discuta sobre ella... Creo que lo que buscamos todos es la disensión, deseamos tocar a la audiencia.» En una entrevista en «Los Angeles Times», insistía en la misma filosofía: «Sabíamos que si hacíamos esto bien -se refiere a «Crash»- motivaríamos a la gente con reacciones de una forma u otra. Por eso no me importa cuando la gente dice que detesta la película por esto o aquello. Les he llegado, les he hecho mirar a algo que hubieran preferido no mirar, y en ese sentido, por lo menos para mí, la película ha sido un éxito».
Escenas cumbre
Claro que una cosa es proponerse algo así y otra lograrlo, sobre todo sin llegar a los excesos provocadores de Oliver Stone o, en otro estilo, de Michael Moore. Haggis sabe escribir escenas que son como navajazos en nuestra conciencia. Conoce los resortes de la tensión dramática y nos regala momentos desasosegadores, que diría el recordado César Santos Fontenla, como los que protagonizan Matt Dillon y Thandie Newton, ambos en las proximidades de un coche. La idea de mezclar en el mismo cóctel genético de un personaje la bochornosa capacidad de perpetrar el cacheo más sucio y de acompañarlo después con un gesto de insólito heroísmo sólo puede ser obra de alguien que conoce la realidad y, sobre todo, la forma de mostrársela al público. No menos acongojante es la secuencia del disparo y la capa mágica. ¡Qué forma de congelarnos el alma y qué gran frase para resolver el envite!
Haggis también sabe cuándo callar. En la posterior «En el valle de Elah», permite que el paso cansado de Tommy Lee Jones y la mirada arrasada de Susan Sarandon expresen sin adornos superfluos todo lo que hay que decir. Luego tiene frases tan tremendas como ese «Que no te vean llorar, hijo», con el que Jones despacha a su desamparado hijo. Es imposible describir mejor una relación y a un personaje. Y sobre el supuesto antipatriotismo de la cinta, dejemos que el autor se defienda: «Nuestro deber como ciudadanos es cuestionar las cosas, incluido el Gobierno. Y la Constitución dice que si el Gobierno no representa al pueblo tenemos el derecho de cambiarlo». Un idealista.
Lo que sí se puede decir de «Crash» es que es una película construida, como todas, a partir de su guión. Valga la perogrullada para recalcar que el texto, lo que nos dice, que es mucho y nada cómodo, es aún más importante que la puesta en escena. El Paul Haggis guionista es aún más necesario que el Paul Haggis director. Antes de su impresionante debut, este hombre con poco pelo y muchas ideas había escrito «Million Dollar Baby». Clint Eastwood remató la faena, como acostumbra, con una dirección magistral, pero sin las palabras, ni siquiera el viejo vaquero habría podido pulir una de sus joyas más brillantes.
De Clint lo sabemos casi todo, al menos a partir de su pasado almeriense, pero ¿quién es Paul Haggis? Para empezar, tuvo la originalidad de nacer en el London de Ontario, en Canadá, el 10 de marzo de 1953. Sus padres eran los dueños del teatro Gallery, por lo que escribir y dirigir fue para él como aprender a multiplicar, aunque después de un sonoro fracaso disfrutaba diciendo que sus compatriotas le habían pedido que abandonara el país. Lo cierto es que con 22 años y una experiencia envidiable se lanzó a perseguir el sueño americano en Hollywood. Pero el talento no siempre florece con los primeros rayos de sol. Según cuenta su padre (y la Wikipedia), tardó dos años, tres meses y diez días en vender su primer guión. Entretanto, tuvo que desempeñar diversos oficios, incluido el de las mudanzas, además de aceptar una «paga» semanal de cien dólares que su progenitor le enviaba, no sabemos si religiosamente, desde Canadá.
Carrera televisiva
Como guionista de televisión, Haggis creó alguna serie de la que no se siente especialmente orgulloso, como «Walker, Texas Ranger», participó en proyectos de culto, como «EZ Street», escribió episodios hasta de «Vacaciones en el mar» y acabó por ganar un par de premios Emmy y un Globo de Oro por «Treinta y tantos», que también coprodujo. Puede que «EZ Street» no les suene demasiado, pero «The New York Times» dijo que sin ella, «una de las series más influyentes de todos los tiempos», «no existirían «Los Soprano»». El medio televisivo no sólo le proporcionó grandes críticas, no siempre acompañadas del éxito popular. A Haggis le permitió además adquirir oficio como director, además de infundirle valor para emprender proyectos cada vez más personales y ambiciosos.
En 2006, Paul Haggis se convirtió en el primer guionista desde que recuerdan los tiempos que escribía dos años seguidos la película triunfadora en los Oscar, «Million Dollar Baby» y «Crash». Al año siguiente pudo ganar el hat-trick con «Cartas desde Iwo Jima», y eso que los académicos se olvidaron de «Banderas de nuestros padres». Puede que les diera vergüenza regalarle más muñecos después de concederle la parejita por «Crash», como escritor y como productor. El colofón fue una bandera boca abajo, humillación intolerable para las barras y estrellas que le costó como mínimo otra candidatura por su segunda película como escritor y director, la soberbia «En el valle de Elah». Entretanto, ha sido capaz de firmar, sin implicarse demasiado, los últimos James Bond, coincidentes con el resurgir de la saga, y poner en marcha la serie televisiva «Crash», con personajes y situaciones que sólo comparten con el original su particular enfoque, el protagonismo no siempre sano del Cuerpo de Policía y la ciudad de Los Ángeles. Si alguno piensa que un logro así, concentrado en tan pocos años, es fruto de la casualidad, quizá debería saber que Haggis sufrió un infarto durante el rodaje del filme que le dio la gloria, y que se negó a abandonar o a dejar en manos de otro, aferrado a su gran obra como a la vida.
Una vez destripada su biografía, a grandes rasgos, y degustados sus frutos, queda por saber qué piensa Haggis de todo este tinglado. «Lo peor que le pueden decir a un cineasta -asegura- es que su película es «bonita». Si puedes conseguir que la gente salga del cine y discuta sobre ella... Creo que lo que buscamos todos es la disensión, deseamos tocar a la audiencia.» En una entrevista en «Los Angeles Times», insistía en la misma filosofía: «Sabíamos que si hacíamos esto bien -se refiere a «Crash»- motivaríamos a la gente con reacciones de una forma u otra. Por eso no me importa cuando la gente dice que detesta la película por esto o aquello. Les he llegado, les he hecho mirar a algo que hubieran preferido no mirar, y en ese sentido, por lo menos para mí, la película ha sido un éxito».
Escenas cumbre
Claro que una cosa es proponerse algo así y otra lograrlo, sobre todo sin llegar a los excesos provocadores de Oliver Stone o, en otro estilo, de Michael Moore. Haggis sabe escribir escenas que son como navajazos en nuestra conciencia. Conoce los resortes de la tensión dramática y nos regala momentos desasosegadores, que diría el recordado César Santos Fontenla, como los que protagonizan Matt Dillon y Thandie Newton, ambos en las proximidades de un coche. La idea de mezclar en el mismo cóctel genético de un personaje la bochornosa capacidad de perpetrar el cacheo más sucio y de acompañarlo después con un gesto de insólito heroísmo sólo puede ser obra de alguien que conoce la realidad y, sobre todo, la forma de mostrársela al público. No menos acongojante es la secuencia del disparo y la capa mágica. ¡Qué forma de congelarnos el alma y qué gran frase para resolver el envite!
Haggis también sabe cuándo callar. En la posterior «En el valle de Elah», permite que el paso cansado de Tommy Lee Jones y la mirada arrasada de Susan Sarandon expresen sin adornos superfluos todo lo que hay que decir. Luego tiene frases tan tremendas como ese «Que no te vean llorar, hijo», con el que Jones despacha a su desamparado hijo. Es imposible describir mejor una relación y a un personaje. Y sobre el supuesto antipatriotismo de la cinta, dejemos que el autor se defienda: «Nuestro deber como ciudadanos es cuestionar las cosas, incluido el Gobierno. Y la Constitución dice que si el Gobierno no representa al pueblo tenemos el derecho de cambiarlo». Un idealista.