Compañera de filas de Raymond Carver o Richard Ford, Ann Beattie publica ‘Retratos de Will’ (Libros del Asteroide)
ELENA HEVIA
El Periódico de Catalunya
Gran novelista y cuentista --uno de sus cuentos figura en la antología de los mejores relatos norteamericanos que realizó Richard Ford–, Beattie era, hasta hace poco, la gran asignatura pendiente en las librerías españolas. Tras la recuperación de la muy recomendable Postales de invierno, publicada originalmente en 1976, se suma ahora Retratos de Will, demoledora disección de la familia.
–Debutar con un cuento que fue rechazado 22 veces por The New Yorker ¿da esperanzas a los escritores que ahora empiezan?
–Los jóvenes escritores norteamericanos ahora lo tienen más fácil. Hay muchos más canales para publicar. Entonces era sumamente complejo, aunque nunca me planteé ser una escritora profesional. Escribir, sencillamente, era mi hobby. El resto vino sin premeditación.
–¿Qué señas de identidad de su generación, la de los años 70, destacaría?
–Nuestro interés común por el cine. Especialmente las películas que nos llegaban desde Europa, Fellini, Bertolucci o Antonioni. Nos gustaba esa forma directa de mostrar la vida y para nosotros era un acicate.
–¿Así que es eso? ¿Su particular estilo, su capacidad para captar los detalles, bebe del cine?
–Me interesa mostrarlos de forma neutra, no solo en la descripción de los objetos sino también en la forma en que se presenta la trama sin que el autor se haga notar demasiado.
–Fue el llamado minimalismo. ¿qué le dice hoy esa etiqueta?
–A rasgos generales sé lo que significa, pero lamentablemente creo que esa etiqueta fue un invento de los críticos. Y no estoy muy segura de que el término no nos fuera dedicado con connotaciones negativas. Carver, a quien no debe negársele el haber revolucionado el arte del relato breve, tiene muy poco que ver con mi escritura. Sí, ambos somos concisos, pero él, entre otras muchas cosas, no tiene mis referencias pop.
–Como, por ejemplo, la música.
–Entonces no era usual caracterizar a un personaje a través de las canciones, aunque formaran parte de nuestra vida cotidiana. Cuando escribí Postales de invierno tenía presente una banda sonora que acompañara a la trama de la novela. Cuando describo un ambiente siempre he de tener en la cabeza una música concreta.
–Lo que sí tiene el minimalismo es que pide una exigencia mayor a los lectores. Deben de ser muy activos.
–Es cierto. En mis obras, hay muchas zonas oscuras que se deben completar. Creo que tengo lectores activos, pero no es suficiente. Aún me gustaría que lo fueran más.
–Con Postales de invierno la señalaron como la portavoz literaria del desencanto de los 70.
–Nunca quise ser la cronista de la era Nixon, del desencanto que precedió a Vietnam. Creo que eso sucedió porque escribí sobre el presente. Algo que también era raro entonces y, quizá, por eso sorprendió. Carver publicó su primer libro de relatos también en 1976, pero lo había escrito unos años antes y le costó publicarlo.
–Descontento por descontento. Rápidamente compararon su novela con El guardián entre el centeno.
–Yo misma sembré mi obra de referencias a la novela de Salinger. Un consejo para cuando escriba algo: si no quiere que se apresuren a compararlo con alguna otra obra conocida, lo mejor es que usted misma establezca esas comparaciones, así no parecerá tonta.
–Usted es hija de una familia de clase media y tuvo una infancia feliz. Nada que ver con Will, el hijo de padres separados de su novela.
–En cierta forma se puede decir que Will soy yo, aunque su historia no sea exactamente la mía. Yo fui hija única y eso te hace tener una especial conciencia de ti misma. No eres un adulto pero vives rodeado de esas personas que tienen un vocabulario extraño y desconocido. Ser hijo único es una experiencia de soledad muy parecida a la de la escritura.
–¿Vivir retirada de Nueva York tiene que ver con esa idea?
–Vivo entre Virginia, Maine y Florida y la vida literaria neoyorquina es un eco que apenas me llega. Por suerte tengo un agente muy bueno que me facilita la vida.
–Debutar con un cuento que fue rechazado 22 veces por The New Yorker ¿da esperanzas a los escritores que ahora empiezan?
–Los jóvenes escritores norteamericanos ahora lo tienen más fácil. Hay muchos más canales para publicar. Entonces era sumamente complejo, aunque nunca me planteé ser una escritora profesional. Escribir, sencillamente, era mi hobby. El resto vino sin premeditación.
–¿Qué señas de identidad de su generación, la de los años 70, destacaría?
–Nuestro interés común por el cine. Especialmente las películas que nos llegaban desde Europa, Fellini, Bertolucci o Antonioni. Nos gustaba esa forma directa de mostrar la vida y para nosotros era un acicate.
–¿Así que es eso? ¿Su particular estilo, su capacidad para captar los detalles, bebe del cine?
–Me interesa mostrarlos de forma neutra, no solo en la descripción de los objetos sino también en la forma en que se presenta la trama sin que el autor se haga notar demasiado.
–Fue el llamado minimalismo. ¿qué le dice hoy esa etiqueta?
–A rasgos generales sé lo que significa, pero lamentablemente creo que esa etiqueta fue un invento de los críticos. Y no estoy muy segura de que el término no nos fuera dedicado con connotaciones negativas. Carver, a quien no debe negársele el haber revolucionado el arte del relato breve, tiene muy poco que ver con mi escritura. Sí, ambos somos concisos, pero él, entre otras muchas cosas, no tiene mis referencias pop.
–Como, por ejemplo, la música.
–Entonces no era usual caracterizar a un personaje a través de las canciones, aunque formaran parte de nuestra vida cotidiana. Cuando escribí Postales de invierno tenía presente una banda sonora que acompañara a la trama de la novela. Cuando describo un ambiente siempre he de tener en la cabeza una música concreta.
–Lo que sí tiene el minimalismo es que pide una exigencia mayor a los lectores. Deben de ser muy activos.
–Es cierto. En mis obras, hay muchas zonas oscuras que se deben completar. Creo que tengo lectores activos, pero no es suficiente. Aún me gustaría que lo fueran más.
–Con Postales de invierno la señalaron como la portavoz literaria del desencanto de los 70.
–Nunca quise ser la cronista de la era Nixon, del desencanto que precedió a Vietnam. Creo que eso sucedió porque escribí sobre el presente. Algo que también era raro entonces y, quizá, por eso sorprendió. Carver publicó su primer libro de relatos también en 1976, pero lo había escrito unos años antes y le costó publicarlo.
–Descontento por descontento. Rápidamente compararon su novela con El guardián entre el centeno.
–Yo misma sembré mi obra de referencias a la novela de Salinger. Un consejo para cuando escriba algo: si no quiere que se apresuren a compararlo con alguna otra obra conocida, lo mejor es que usted misma establezca esas comparaciones, así no parecerá tonta.
–Usted es hija de una familia de clase media y tuvo una infancia feliz. Nada que ver con Will, el hijo de padres separados de su novela.
–En cierta forma se puede decir que Will soy yo, aunque su historia no sea exactamente la mía. Yo fui hija única y eso te hace tener una especial conciencia de ti misma. No eres un adulto pero vives rodeado de esas personas que tienen un vocabulario extraño y desconocido. Ser hijo único es una experiencia de soledad muy parecida a la de la escritura.
–¿Vivir retirada de Nueva York tiene que ver con esa idea?
–Vivo entre Virginia, Maine y Florida y la vida literaria neoyorquina es un eco que apenas me llega. Por suerte tengo un agente muy bueno que me facilita la vida.