En la mente creativa de Federico Fellini


Una exposición en el Jeu de Paume de París indaga en las fuentes de inspiración del director de cine italiano


ÁLEX VICENTE
Público


Hay pocos artistas en el mundo que tengan derecho a un adjetivo propio, pero Federico Fellini es uno de ellos. El universo felliniano constituye un submundo extravagante, en la frontera con lo grotesco, por el que circulan las numerosas obsesiones que marcaron la vida y la obra del director italiano. Así lo demuestra la exposición Fellini. La grande parade, inaugurada ayer en el Jeu de Paume, museo parisino especializado en el mundo de la imagen.

La muestra indaga en las fuentes de inspiración del cineasta, menos surrealistas de lo que se suele creer. De la exposición se desprende que Fellini se inspiró en lo soñado, pero también en lo vivido, para construir su peculiar imaginario. Por ejemplo, la escena final de La dolce vita, protagonizada por un monstruo marino aparentemente fantástico, pero que en realidad se inspiraba en el que Fellini observó de niño en la triste Italia de la posguerra, que necesitaba creer en milagros de la naturaleza y en apariciones marianas.

"Fellini se alimentaba constantemente del mundo que le rodeaba. Insertaba la realidad en sus películas y se apropiaba de historias vividas o por lo menos escuchadas", explica el comisario de la exposición, Sam Stourdzé, que lleva cuatro años investigando acerca de los motores creativos del director.

La estatua de Cristo que sobrevolaba Roma al inicio de su película más icónica también tenía origen verídico, así como el milagro religioso presenciado por dos niños retratados por una manada salvaje de fotógrafos de prensa. Fellini se inspiraba en un suceso acontecido a finales de los cincuenta y, ya de paso, formulaba una crítica anticipada a su época respecto a la reproducción alterada de la realidad que se impondría con los medios de masas.

Conflicto con la religión

En esta dimensión paralela configurada bajo la influencia de la cultura popular de la época, aparecen algunas de las fijaciones del director, como su inclinación por las mujeres exuberantes y la relación altamente conflictiva que mantendría con la religión. Sus primeros filmes parecían fábulas sobre el destino personal La strada fue saludada por la Iglesia, que interpretó en ella un cuento moral sobre la redención, pero el escándalo no tardaría en llegar.

La dolce vita, con los paseos húmedos de la voluptuosa Anita Ekberg y el seductor Marcello Mastroianni bajo la Fontana di Trevi, supuso su ruptura definitiva con la jerarquía eclesiástica. "Fue un alejamiento natural para muchos italianos a principios de los sesenta, un momento de decadencia del modelo católico", apunta Marta Gili, la directora del Jeu de Paume.

Fellini, que hasta entonces había asegurado creer en "la fuerza irresistible, providencial e innata que se halla en nosotros", acabó matizando su postura sobre la fe. "Los méritos de la Iglesia son los de cualquier creación del pensamiento ideada para protegernos contra el magma devorador del inconsciente", racionalizó más tarde.

La muestra describe la materia prima que estimuló la imaginación de Fellini a través de 400 fotografías y dibujos del archivo del director, donde las caricaturas, la fotonovela, el rock and roll y el music-hall se presentan como influencias determinantes en su obra. Por encima de todas ellas, sobresale el circo. "Ese tipo de función basada en la fantasía, la fábula, el chiste fácil y la ausencia de significado intelectual es el tipo de espectáculo que más me conviene", dijo Fellini.

Feminidad animal

Como demuestra la exposición, al director le gustaban las mujeres "ricas en feminidad animal". Conservó de ellas la imagen de un adolescente algo reprimido por la moral de la época. Fellini afirmó que "la prostituta es el contrapunto esencial de la mamma italiana: igual que la madre nos alimenta y nos viste, la puta nos inicia en la vida sexual".

Pese a odiar lo que significaba, el director se identificaba con el mito de Casanova. Y no por considerarse un gran seductor, sino porque se veía incapaz de amar al género femenino, al estar "demasiado enamorado de una idea fantástica de la mujer". Aún así, permaneció al lado de su musa, Giulietta Masina, hasta su muerte en 1993.

La muestra en París concluye con una primicia: la exposición de los cuadernos en los que Fellini, inspirado por la teoría psicoanalítica de Jung, decidió dibujar sus sueños. En ellos abundan las mujeres gigantes, de cuerpos suntuosos y piernas abiertas, como la célebre estanquera de Amarcord.

"Las mujeres de Fellini parten de estereotipos, pero al mismo tiempo son poderosas y dan miedo a los hombres. Y no sólo físicamente", apunta Gili, que recuerda que cuando el director vio a Anita Ekberg por primera vez en una revista sintió pavor. Dijo que esperaba no tener que conocerla nunca. Sin embargo, unos meses más tarde, al observar cómo bailaba descalza en una fiesta romana, entendió lo que hoy resulta evidente: acababa de encontrar un mito.