El último grito del arte ruso


Rodchenko y Popova fueron los que lograron llevar este movimiento más lejos. La exposición reúne alrededor de 350 trabajos realizados entre 1917 y 1929


ANTONIO LUCAS
El Mundo




Por un lado buscaban un mundo nuevo. Por otro, querían construirlo ellos mismos. Los constructivistas rusos emprendieron su propia revolución (artística) mientras en Europa las vanguardias abrían los balcones al juego, al delirio y a la acequia brutal del subconsciente. En aquel grupo de creadores destacaron Aleksandr Rodchenko (1891-1956) y Liubov Popova (1889-1924). No eran exactamente los pioneros del movimiento, pero sí dos de los que lograron llevarlo más lejos.

En este sentido, el Museo Reina Sofía, en colaboración con La Tate Modern de Londres, presenta hasta el próximo 11 de enero la exposición 'Rodchenko y Popova. Definiendo el constructivismo', de la que son comisarios Margarita Tupitsyn y Vicente Todolí. Una excelente muestra que pone en diálogo a aquellos dos creadores que se convirtieron en eje de una 'rebelión' estética y formal que derramaba por muy distintos frentes su capacidad de transformación: pintura, escultura, tipografía, diseño de moda, fotografía, arquitectura...

"Aquellos artistas trabajaron en una época de crisis sistemática", apunta el director del Reina Sofía, Manuel Borja-Villel. "Un momento muy parecido al que atravesamos ahora nosotros. Y, a su modo, quisieron plantear soluciones y salidas". Entendían el arte como una herramienta más para la transformación social. Los constructivistas pensaban que el artista tenía que utilizar los materiales, científica y objetivamente, como un ingeniero, y que la producción de obras de arte debía atenerse a los mismos principios racionales que cualquier otro objeto manufacturado.

El 'napalm' del estalinismo

La superposición de planos, los juegos de sombras, los ángulos, las esferas, la investigación con el color, la ronquera del blanco y negro... El espíritu experimental del movimiento —que la muestra da por herido grave (más o menos) a partir de 1924, año de la muerte de Popova— implicaba una voluntad colectiva de cambio. Una libertad que no maridaba con los presupuestos de la revolución rusa y que apenas sobrevivió al 'napalm' intelectual del estalinismo. "Eran artistas, pero tenían un enorme sentido cívico y proletario. En el caso de Popova, asumía sin fisuras su trabajo en una fábrica de tejidos y su tarea artística", explica Borja-Villel.

La exposición reúne alrededor de 350 trabajos realizados entre 1917 y 1929 por ambos artistas. En ellos se puede trazar el itinerario fabuloso que va de los primeros hallazgos y consolidación del grupo (al que estaban vinculados también cineastas como Esenin y poetas como Maiakovski) hasta la marginación cuando el realismo socialista se convierte en el estilo oficial de la Rusia soviética, que obliga al regreso a la pintura de caballete y a la escultura clásica monumental.

Kandisnky, el cine y el teatro, esenciales en el desarrollo del constructivismo, tienen además sus propios espacios dentro de la muestra. De hecho, ésta acaba con la proyección de dos importantes filmes del movimiento: 'La periodista' (1927), de Lev Kuleshov, y 'Moscú en octubre' (1927), de Boris Barnet, cuyas localizaciones seleccionó Rodchenko. Ellos, aquel grupo de artista con modales visionarios, propusieron un nuevo arte que fuera reflejo de un mundo que tenía su motivo y razón en el progreso colectivo. No pudo ser. No les dejaron. Su discurso exigía libertad de acción y de imaginación. Justo aquello que Stalin, entre otros, vino a malversar.