Marcos López: «Provocar me sale de forma natural»


La Iberoamérica mestiza, la más sensual, también la más violenta, con sus virtudes, con sus defectos, con sus excesos, marca la fotografía de Marcos López. «Tristes trópicos», en la Galería Fernando Pradilla, en Madrid, es su reencuentro con el Viejo Continiente


JAVIER DÍAZ GUARDIOLA
ABC




Regresa Marcos López (1958) a Europa después de haber dejado un buen sabor de boca en Argentina. En su Santa Fé natal, la retrospectiva Vuelo de cabotaje, y en Buenos Aires, en plena plaza de la República, un mural de 80 metros, dentro del programa de arte público de la ciudad. A Madrid llega aparentemente melancólico, cabizbajo -eso trasmite el título de su muestra en Fernando Pradilla-, pero cargado de expectativas: es la oportunidad que quiere darle al cine.

Se define como bisnieto afectivo de Diego Rivera, hijo no reconocido de Warhol, asesor de imagen de Hugo Chávez y pintor artesanal de parque temático. ¿Qué cestos salen con esos mimbres?

En mi obra siempre ha sido recurrente el espíritu del «medio pelo» argentino. Por eso mi exposición allá se llama Vuelo de cabotaje, porque siento que «no me da el cuero» para ser un artista internacional... Lo de Rivera salta a la vista: mi aspiración muralística es la de un post Diego Rivera en la era digital, es decir, yo «pinto» con lo que me permiten las herramientas digitales, pero teniendo en cuenta a los grandes. Me interesa además que mi obra sea una reflexión sociopolítica. Y no es algo que me proponga, sino que me sale. Fue Alan Pauls el que dijo que a mí no me interesaba el subdesarrollo, sino su textura. Podría definir como bisnieto rebelde de Cartier-Bresson. Yo tomo las influencias del mundo desarrollado, que, recicladas, dan lugar a un remake desde la periferia, desde la violencia que le es propia a Iberoamérica. La poesía que se escribe en un bar de Río, Vinicius de Moraes, se hace escuchando la metralla de los narcos en las favelas.

Habla de textura. ¿De qué está hecho el subdesarrollo?

Yo creo que de la belleza y el talento del mestizaje; la negritud mezclada con el Ave María; esas morenas de ojos verdes, su delicadeza al andar, la poesía de las músicas populares en un bar de carretera en la que la cerveza te la sirve una camarera en chancletas, aunque bien podrían vestir unos prada de mil euros. La poesía convive con la miseria en Latinoamérica. Eso es lo bueno de lo malo en ella: que te hace ser consciente de la realidad en todo momento.

Acostumbra a mezclar en sus exposiciones obras de diferentes series para hacernos conscientes de que hay un grueso de intenciones que permanecen.

Con los años me cansé de la algarabía del color de la escuela de samba brasileña y estoy más por la labor de cantar unos fados, aunque sean portugueses. Estoy dejando que salga más una tristeza y un escepticismo sobre hacia dónde va el mundo. Esa imagen de la fragmentación social esta indirectamente presente en mi obra en una cierta mueca. Y también me aburrí de tomar champán en el cóctel de las arenas sofisticadas del arte contemporáneo. Me he convertido en un artista al que dejan entrar en las fiestas pero siempre con recelo por haberlo hecho.

Esa melancolía se plasma bien en el título «Tristes trópicos», tomado de Levi-Strauus.

Del estereotipo del Caribe tal y como podría publicarse en cualquier anuncio aquí en España, a mí me corresponde mostrar la otra cara de esa alegría. La América colonizada a la que le imponen una religión; la América mestiza de la que soy hijo y que recicla toda esa cultura. Y también cuento mi propia historia. Es la Historia general desde mi perspectiva. Es como hacer autoterapia.

Dado que también hace fotografía publicitaria, ¿su obra artística es la otra cara de esa moneda?

Sí. El problema es que caí en mi propia trampa cuando los publicitarios comenzaron a contratarme. Ahí sale a relucir ese hijo natural no reconocido de Warhol que soy: a él le encantaba la frivolidad, ser rico, y no tenía ningún complejo por ello. Pero no me importa haberme quedado a medio camino entre Diego (Rivera) y Andy (Warhol). Desde Argentina grito al mundo que Latinoamérica me pertenece porque el mestizaje lo sufrimos todos. Y se trata también de asumir mi condición de clase media. Al final me compré la casa con pileta (piscina) y vengo una vez al año a Europa, que es la ilusión de todos los latinos: visitar el Prado y comer en el Museo del Jamón.

Hace una foto desde Argentina para América Latina que funciona bien en Europa...

Eso espero, porque se trata también de que pague el alquiler. En España los códigos culturales se comparten con los de Latinoamérica. Pero me dice el galerista que cuando me exhibe en Baselia, allí no hago tanta gracia. Uno no puede gustarle a todo el mundo. Mi objetivo es escribir universalizando mi discurso, pero me interesa que se note que soy un autor latino. No quiero esconder eso. Al contrario: me interesa el exceso.

Vuelvo al color. Comenzó a trabajar en blanco y negro, y ahora se ha hartado del cromatismo.

Ahora estoy haciendo una película y creo que me hallo en un momento de cruce, porque se impone lo digital, pero la influencia de la pintura es notoria. Y la Historia de la fotografía también termina pesando. En algún momento me pondré a pintar sobre tela; el problema es si me sale mal. Pero me puede su gesto. Mis fotos ya albergan una trama dramática. Son los personajes de una película. Sólo hay que ponerlos a interactuar.

¿Por qué le ha costado tanto darle una oportunidad al vídeo?

¡Es que mi miedo al hacer esta película es que no sea dinámica, que los personajes continúen en su estatismo! Tengo un punto en común con Almodóvar: lo que él hace es crear grandes escenografías a las que al final hace hablar. Es el gran desafío del cine. Yo me quedo en los tableaux vivants. Y será porque me casé y mi esposa es técnico de sonido.

No debería costarle tanto: hay un Marcos López escritor.

Yo escribo cuando la angustia me llega al cuello. Pero el cine se basa en un buen guión, no sólo en momentos aislados de tensión. También me ha podido el deseo de hacer algo tridimensional -Vuelo de cabotaje incluye una instalación- y un arte participativo. Yo me formé bajo los auspicios de Cartier-Bresson que decían que la pintura tenía sus leyes que los fotógrafos debíamos respetar. Desde el principio tuve claro que haría lo que me diera la gana. Está el riesgo de que el que mucho abarca poco aprieta, pero mientras estoy viviendo la experiencia. Cuando escribo me recreo en la sonoridad de las palabras. Con lo del cine tiraré por ahí.