Aki Kaurismäki: Risas gélidas, cine ardiente


¿Dramas que provocan carcajadas o comedias que hacen llorar?. La obra del director finlandés, silenciosa, reflexiva y patética, es un espejo de nuestros tiempos. El madrileño Círculo de Bellas Artes proyecta este mes una selección


RAFA VIDIELLA
20 Minutos




No rueda ni da entrevistas sin una botella en la mano y un cigarrillo en la boca. Renunció al Oscar por su desprecio a la política de George Bush. Ha sido vagabundo y premiado en Cannes, Berlín y San Sebastián. Y es, quizá, el genio del cine más desconocido, heredero de Chaplin o Keaton a la hora de cantar con imágenes y silencios la anónima lucha del paria.

La historia de Aki Kaurismäki comenzó en 1957 en Orimattila, perdida ciudad finlandesa. Allí, entre nieve y monotonía, sobrevivió fregando platos y vagabundeando con su saco de dormir destruido. Las ganas de seguir en pie las encontraba en el cine, que consumía con ansiedad: hasta seis películas al día.

Esa pasión le permitió trabajar como crítico y, con el poco dinero que logró reunir con su hermano Mika (dos años mayor y también cineasta), fundar Villealfa, productora cuyo nombre homenajea al Alphaville de Godard.

Cortos experimentales dieron paso a documentales ignotos, comedias lacónicas y, poco a poco, el reconocimiento de los más exigentes paladares del cine internacional. El enfant terrible del cine nórdico, con permiso de Von Trier, moldeó una filmografía fiel a una muy particular forma de ver la vida.

Orgulloso y maldito

"Prefiero impactar a un único espectador que entretener a millones de personas", es capaz de afirmar, insolente, entre trago y trago de vino. "Si alguna de mis películas fuese un éxito, sentiría que he fracasado". Ésa es la filosofía de alguien capaz de rodar, en plena era de efectos especiales y gigantismo, películas mudas o en blanco y negro.

El auténtico Kaurismäki, ese que rehuye las cámaras y aparece tambaleante, ebrio y vergonzoso ante los fotógrafos de los grandes festivales, muestra en su cine a su verdadero yo. "Me gustan los perdedores", reconoce, "porque soy uno de ellos".

Por eso sus películas están repletas de seres tristes que, ante el castigo vital, acostumbran a tomar decisiones desesperadas y perjudiciales. Buen ejemplo es su trilogía del proletariado, formada por Nubes pasajeras (1996), El hombre sin pasado (2002) y Luces al atardecer (2006). Tres obras maestras en las que la cámara del finlandés, apoyada en la fotografía de Timo Salminen, recorre la sociedad del malestar de un Helsinki sembrado de personajes sin nada, despojados de trabajo, recuerdos o amor.

Incondicionales de Aki

Como a todo director maldito, a Kaurismäki le gusta rodearse de rostros cercanos. Su trabajo con los actores es sencillo: "Si levanto el dedo, tienen que empezar a actuar. Si me piden indicaciones, les mando directamente a la calle".

Varios intérpretes frecuentan su filmografía: la frágil Kati Outinen iluminó la trilogía mencionada (por El hombre sin pasado fue premiada en Cannes), La chica de la fábrica de cerillas o Juha. Y el bigotudo Matti Pellonpää (aún más excentrico que sus personajes, se negaba a interpretar papeles que no usaran la misma ropa que empleaba en su vida cotidiana) brillaba en Calamari Union, Ariel o las dos entregas de los Leningrad Cowboys (cuya segunda parte protagonizó antes de morir en 1995).

Además de ellos, otros estrafalarios histriones pululan por sus historias: Jean-Pierre Leaud, icono de la nouvelle vague, protagonizaba Yo contraté a un asesino a sueldo o La vida de bohemia. Los directores Samuel Fuller y Louis Malle actuaban también en esta última y hasta Jim Jarmusch, reconocido admirador de su obra, encarnaba a un vendedor de coches en la desternillante Leningrad Cowboys.

La música y el silencio

Los diálogos vomitados en un tono monocorde, en los que cada palabra es como un puñetazo y el rencor puede masticarse, son otra de sus marcas de autor. Los silencios y el humor fuera de foco, su pleitesía a la mímica y el cine mudo. El lenguaje artificialmente culto, como extraído de la literatura más clásica (que también se atreve a adaptar y reinventar, como demostró con las brillantes Crimen y castigo y Hamlet va de viaje de negocios), subraya la trágica dignidad de sus protagonistas.

Pero el cine de Kaurismäki, tan poblado de mutismo, a veces se convierte en una enloquecida jukebox que mezcla éxitos del rock’n roll sesentero (la banda británica Renegades, que alcanzó cierta fama hace unas décadas en Finlandia, suena en varias de sus obras) o tangos cantados en suomi (la tristísima La chica de la fábrica de cerillas se cierra con uno de ellos).

Gran aficionado a la música, creó también un sello musical, Laika, en el que publicó la obra de un japonés residente en Finlandia, Toshitake Shinohara, cuyos temas aparecen en La vida de bohemia.

Un pésimo cineasta

Reconoce que, desde 1985, es incapaz de dirigir sin estar borracho o de resaca. Se niega a ver películas que no tengan varias décadas y duren más de noventa minutos.

Y sólo tiene una razón para seguir rodando: "Hollywood. Lo odio. Soy un cineasta pésimo, lo admito, pero no hago mierda. Sus películas sí lo son".

Un círculo de buenas películas

El madrileño Círculo de Bellas Artes proyecta, hasta el 22 de noviembre, una selección de su obra. Juha, Luces al atardecer, La vida de bohemia o La chica de la fábrica de cerillas aún pueden contemplarse.

El sello Cameo también ha editado gran parte de su filmografía en DVD: en su web pueden adquirirse hasta cuatro cofres con sus películas (entre 18,95 y 25 euros) y otros tres títulos sueltos (entre 12,95 y 15,95 euros). En total, Cameo ha publicado catorce obras del realizador finlandés.