Carlos Barral, la cuidada voz social


KEPA ARBIZU
Lumpen




Muy probablemente la generación poética de los 50 sea el último movimiento artístico brillante que ha dado España. Como cualquier grupo de escritores adscritos a alguna corriente, son muchas las diferencias estilísticas entre ellos pero también existe una idea, actitud o forma determinada que marca a todos ellos. En este caso es la dramática y decisiva juventud vivida en años del franquismo lo que les llevó a desarrollar una fuerte conciencia social y una visión desesperanzada del ser humano, tratada con mayor cinismo o seriedad según el caso. Los diferentes libros, tanto recopilatorios como ensayos, publicados por Carme Riera son una consulta primordial para entender la obra y contexto de todos ellos.

Carlos Barral forma parte de la escuela de Barcelona, uno de los epicentros de dicho movimiento. Perteneciente, y relacionado, con las clases pudientes hereda la editorial familiar Seix Barral, la que utiliza, en plenos años de dictadura, para promover y dar a conocer a muchos, y variados, autores.

Junto a Caballero Bonald y a José Ángel Valente, estamos ante el miembro del grupo que más se centró en atender a la forma de su escritura, cuidando su lenguaje y dotándolo de complejidad, alejado de formas más coloquiales o irónicas como las de Gil de Biedma o Ángel González.

“Aguas reiteradas” y “Poemas previos” son sus primeros trabajos y en los que ya se atisban indicios de los parámetros que marcarán su estilo. Cuidado e intimista la sombra de Rilke ya se hace notar, al igual que su dedicación por centrarse en momentos cotidianos utilizados para interpretar sus sensaciones y sentimientos. El agua y los motivos marinos aparecerán a lo largo de toda su obra debido al gusto por tal disciplina (“En las aguas profundas/ en las ondas del sueño amurallado/ a menudo apareces/ y en el curso verde y olvidadizo de los ríos”). Su libro “Metropolitano” es el compendio de su primera obra, sirvió para juntar todo lo editado hasta la fecha, y además para perfilar definitivamente su escritura. El paso del tiempo, además de la relación entre naturaleza y ser humano, en la que este último la esclaviza en pro de su sociedad moderna, son los temas esenciales.

“Diecinueve figuras de mi historia civil” es sin duda su libro más representativo, o por lo menos en consonancia con su generación, y de mayor calidad. Centrado, como en los anteriores, en paisajes, momentos concretos y vivencias diarias, esta vez son utilizadas para mostrar, y casi golpear, la vida monótona y vacía de las familias burguesas, incluida la suya propia, en plena época franquista. Estamos ante la época más izquierdista de Barral. Eso se hace notar en su estilo, que deja de ser tan enrevesado y se vuelve más claro y cercano. El poemario comienza con una cita de Brecht, disipando todas las dudas sobre las intenciones que hay detrás, “Cuando hube crecido y vi a mi alrededor/ no me gustaron las gentes de mi clase/ ni mandar ni ser servido”. Y así transcurren las páginas, con una suerte de retratos costumbristas en los que se muestra el horror de esa época y la desidia de muchas personas frente a esa imagen. Los hay basados en la parte más cruda y expresados con horror, “Sangre en las ventanas” y “Pasillos”. Otros camuflados en historias de amor, “Le asocio a mis preocupaciones”, y alguno como ejemplo de un sentido del humor magnífico, como en la erótica-revolucionaria “Baño doméstico”. Se puede hacer un resumen de la desolación de aquella época, y de la necesidad de contarlo, por medio de estos versos, “Eran los tiempos de Auschwitz,/ los peores tiempos de la historia,/ y , aunque no se sabía,/ aunque nadie había podido oír / el graznido de los gansos junto a los crematorios, / no habían dejado a nadie relatar/ el último relámpago de los uniformes, no era en vano aquel día”.

Después de este poemario sus obras posteriores se centran en temas más personales y su estilo, de nuevo, se vuelve algo más barroco y retorcido. Sus poemas, tanto en “Usuras” como en “Lecciones de cosas”, están dedicados a reflexiones sobre el arte, cómo no la mar, la naturaleza y algo habitual entre los compañeros de su generación, una oda al alcohol, o mejor dicho a la resaca , “Evaporación del alcohol”.

Carlos Barral fue la voz más perfecta, en cuanto a técnica, de los escritores de la Generación del 50. Preocupado por la estética de su literatura siempre se fijó en ella, incluso cuando se acercó al realismo social.