El Punk tuvo un Hijo y lo llamó New Wave


ALFREDO ROSSO
Con-Secuencias




Un colega, el periodista inglés Simon Reynolds, afirmó alguna vez que en la música pop las cosas más interesantes no ocurren dentro de las grandes movidas que publicitan a toda pompa los emisarios del cuarto poder y los departamentos de márketing de las discográficas –sea psicodelia, rock sinfónico, disco, britpop, neo-folk o lo que quieran- sino, precisamente, cuando amaina el efecto expansivo de un movimiento determinado, dando lugar a deliciosos eclectisismos e hibrideces varias. Cuando el punk explotó en el Reino Unido, allá por 1977, tras el dedo acusador de Johnny Rotten y sus Sex Pistols y las diatribas incendiarias de The Clash se filtraron un buen número de iconoclastas conversos al idioma del rock primal de un minuto y medio de duración y letras que propagaban a los cuatro vientos el nuevo evangelio nihilista del “no future!” Pero tan importante como ese grito de rebeldía y retorno a las raíces que dio el punk, fue el fenómeno que desató a continuación, al que el mundo conoció con el nombre de New Wave.

Uno de los grandes méritos de la explosión punk fue el abrir la puerta a toda una gama de nuevos experimentos musicales dentro del rock inglés que, en poco tiempo, tendrían también una resonancia profunda a nivel internacional. Algunos de estos experimentos estuvieron íntimamente ligados con los fundadores del punk. Sin ir más lejos, cuando los Sex Pistols entraron en implosión acelerada, tras la grabación de su magnífico y único álbum real, “Never Mind the Bollocks, Here’s the Sex Pistols”, su líder, Rotten, retomó su nombre de bautismo, John Lydon, para formar una de las bandas más arriesgadas e imprevisibles de ese período seminal para el nuevo rock que se extendió entre 1978 y 1982: me refiero a Public Image Ltd. Tomando influencias tan diversas como los alemanes Can, Captain Beefheart y los popes del reggae, PIL inventó un nuevo sonido, a la vez minimal y de un entramado estructural que no conocía límites ni fronteras de preciosismos estéticos como puede observarse en sus álbumes “Public Image”, de 1978, “Metal Box” (alias “Second Edition”), de 1979, y “Flowers of Romance”, de 1981, por citar los tres ejemplos más conspicuos de su discografía.

En Manchester, ciudad que se volvería musicalmente más y más importante a medida que avanzaba la marea de la new wave británica, el delicioso pop-punk de los pioneros Buzzcocks tuvo una temprana escisión: la tensión entre los dos líderes originales de la banda, Pete Shelley y Howard Devoto, hizo que este último levantase campamento para poner la piedra fundamental de Magazine, uno de los grupos más ambiciosos –en letra y música- de este período. Un sonido denso, envolvente y enfocado en diversas direcciones estilísticas, enmarcando una poesía repleta de simbolismos entre sórdidos y románticos, típicos de la pluma de Devoto. El debut de Magazine, “Real Life” (1978) sigue siendo uno de los álbumes insignia de este período de expansión y enriquecimiento del rock inglés postpunk, seguido de cerca, en excelencia, por discos como “Secondhand Daylight” (1979) y “The Correct Use of Soap (1980).

En “Real Life” había un tema llamado “Motorcade”, posiblemente inspirado en uno de los framentos de la “Exhibición de Atrocidades”, el polémico libro de J. G. Ballard, en el que el escritor inglés nacido en Shanghai comienza un pormenorizado desglose de las contradicciones, miserias y flashes de éxtasis de la sociedad post industrial que empezaba a despuntar, no por casualidad, junto con el apogeo del grito primal punk. No muy lejos del cuartel general de Magazine, otra banda manchesteriana, destinada a dejar una huella profunda en la cultura de su tiempo, se inspiraba también en Ballard para dar título a uno de sus temas más conocidos. Me refiero a Joy Division y su “Atrocity exhibition”, tema inaugural de su segundo larga duración, “Closer” (1980), que junto con el debut “Unknown Pleasures” (1979) forman el sorprendente canon de rock existencialista, claustrofóbico y abrasivo, que caracterizó al grupo encabezado por Ian Curtis. Joy Division, sin embargo, no era solamente la poesía desesperada y la voz cavernosa de Curtis; detrás había un cimiento musical consistente y dúctil encarnado por el guitarrista Bernard Albretch y la base rítmica del bajista Peter Hook y el baterista Steven Morris y la crucial participación del productor Martin Hammett, quien se calzó la música del grupo como si fuese un hábito monacal y le dio un idioma propio, único.

Así como en la década del ’70 las discográficas tradicionales inglesas (EMI, Decca, Pye, Philips) debieron fundar subsellos como Harvest, Deram, Dawn y Vertigo para lograr abarcar la expansión conceptual del rock progresivo-sinfónico, la llegada de la new wave planteó nuevos desafíos. Ante la lenta reacción de la industria musical tradicional, surgieron nuevos sellos independientes que comprendían el nuevo idioma musical y la nueva estética del punk y la new wave. Sellos como Factory, Beggars Banquet, Rough Trade, Fiction y Stiff. En Stiff, precisamente, se iba a desarrollar otra arista renovadora de la new wave. Allí se desarrolló el talento de una nueva gama de cantautores, como Nick Lowe, Ian Dury y el propio Elvis Costello. Artistas en los que la urgencia y franqueza de las letras se complementaba con una nueva libertad estilística, donde el pop atemporal se daba la mano con nuevos ritmos (reggae, ska) y también abrevaba de la tradición del music hall y el rock de los ’50. Tres discos decisivos fueron “Jesus of Cool” (Lowe), “My Aim is True” (Costello) y “New Boots and Panties” (Dury), editados en un corto lapso, entre 1977 y 1978.

Con el despuntar de los ’80, la new wave inglesa se abriría en un sinfín de ramificaciones y subestilos, pero esto lo dejaremos para nuestra próxima entrada, en las que conoceremos nuevos hijos de la numerosa prole new wave que tuvo su origen en el grito de renovación del punk.