Isaki Lacuesta: "Me impacta que en pocas décadas la intelectualidad haya pasado de respaldar la lucha armada a descartarla como opción legítima"


TARIQ GÓMEZ-KEMP
La Dinamo




Es uno de los directores más aclamados de nuestro cine actual. Su nombre empezó a sonar con Cravan vs Cravan (2002) y más tarde enamoró a miles de cinéfilos con La leyenda del tiempo (2006). Ahora presenta una película de ficción donde investiga en las relaciones de un grupo de guerrilleros argentinos que reflexionan sobre sus posiciones políticas con la perspectiva del tiempo. La cinta se titula Los condenados y llegará a los cines españoles este mismo otoño.

¿Cómo surgió Los condenados?

Creo que en el fondo tiene que ver con mis orígenes vascos: me inquieta mucho la lucha armada y la gente que la apoya. De algún modo cuando fui a presentar mi anterior película a Buenos Aires me encontré con una serie de historias que me interesaron mucho, porque me daban pie a repensar mis ideas al respecto.

¿Por qué has elegido hacer una ficción?

Empezamos como un proyecto documental que era la historia de una serie de personas relacionadas con la lucha contra la dictadura en Argentina, pero al final aquella película no pudo hacerse por motivos personales. La ficción me ha permitido trazar un relato más alegórico, donde la historia no se ubica en un lugar determinado ni en un momento concreto. En el fondo, es una trama muy universal, porque este tipo de conflictos son muy parecidos en todos sitios y en cualquier momento de la historia. Durante el proceso del documental me encontré con una serie de polémicas que había entonces en Argentina entre varios intelectuales y antiguos militantes y eso es lo que me dio pie a acabar haciendo esta ficción.

¿En qué consistían las polémicas entre militantes e intelectuales?

La primera vez que fui a Argentina fue en 2002 y luego he vuelto más veces. Algo más tarde apareció una polémica entre un antiguo militante que se llamaba Óscar del Barco y otro que se llama Héctor Jouvé. Del Barco sentía que todo lo que había hecho era un gran error y que era necesaria una autocrítica tremenda. A partir de aquí, encontramos a gente que decía que la lucha armada no sólo era legítima, sino necesaria, y otros que la veían simplemente como un mal menor. Toda la polémica está recogida en un libro que se llama No matar (sobre la responsabilidad). Te encontrabas con un abanico de opiniones y al mismo tiempo estaba leyendo varias novelas de Conrad ambientadas entre finales del siglo XIX y principios del XX, los años previos a la Revolución Rusa. Me sorprendían mucho todos los paralelismos que había entre el hito revolucionario ruso y lo que ocurrió en la Argentina de los setenta. El libro de Conrad se llama Una visión desde Occidente. Te das cuenta de cómo la historia se repite una y otra vez.

¿Cómo fue el proceso de documentación?

Aparte de la gente que conocimos de distintos tipos (militante, gente que estuvo alrededor, hijos de distintas tendencias), lo mejor sería resumirlo en dos focos: el de historias reales y el de ficciones que nos servían para hacer contrapunto. Hay un libro sobre la historia de la militancia en Argentina que yo creo que es clave y que se llama La voluntad. En tamaño debe ser algo así como En busca del tiempo perdido de Proust. Son cinco tomos dedicados a recopilar y estudiar toda la historia de la militancia Argentina. Lo firman Eduardo Anguita y Martín Caparrós. Este último hace poco ha escrito también una novela de ficción muy interesante que se llama A quien corresponda. Es muy curioso porque la leímos con la película ya en pleno proceso de rodaje y encontramos que había cierto paralelismo.

Tu película trata de cómo en los últimos cuarenta años a lucha armada ha quedado descartada como opción legítima en la cultura occidental.

Claro, eso a mí me impacta mucho. Cuando piensas en los años cincuenta, sesenta o setenta la lucha armada era una opción indiscutible para la mayoría de intelectuales respetados. Lo discutía Albert Camus y muy poca gente más. El resto de la intelectualidad estaban completamente a favor, tanto en Latinoamérica como en Europa. Sin embargo, treinta años después, pasa todo lo contrario. Ese cambio es lo que me interesaba mucho: plantear qué ocurre cuando dos personajes que hace treinta años habían estado luchando se reencuentran ahora. Ver cómo todos han cambiado de opinión y cómo al principio se reconocen unos a los otros pero a medida que pasan los días se dan cuenta de que no son cómo eran y que, posiblemente, no se reconocen ni a sí mismos. El punto de partida es ese: un grupo de ex guerrilleros que se reencuentran en una casa en la selva con la excusa de una excavación, que están buscando a un antiguo compañero perdido.

Siendo la lucha armada una opción proscrita en Occidente, ¿no temes que haya algún tipo de campaña en contra de tu película? Mira la que se armó con La pelota vasca.

No, no creo que haya nada en mi película que pueda hacerla ofensiva.

¿En la otra lo había?

La pelota vasca me parece una cinta totalmente equivocada. Las formas que emplea Medem no concuerdan con las intenciones que tenía. Por ejemplo, él siempre contaba que su objetivo era crear un diálogo entre todos sus personajes, que esos bandos que en la calle jamás se hubieran sentado a dialogar pudieran hacerlo desde su cinta. Sin embargo, ese montaje sincopado que presenta en toda la película lo que consigue es que los personajes no sólo no dialoguen sino que el espectador no pueda escuchar una sola voz entera. Hay momentos en que corta las frases antes de que terminen. Era un cineasta que yo admiraba muchísimo, sobre todo cuando hizo Vacas y La Ardilla Roja, que me encantaron. Sin embargo está película me decepcionó mucho. Creo que hubiera sido mejor no intentar hacer este mosaico. Tenía más sentido lo que colgó en Internet que la propia película. Era imposible condensar en hora y media lo que decían cincuenta personajes. En fin, no son películas comparables. Ni es el mismo estilo, ni trata los mismos temas. Lo que más me gustaría con Los condenados es que que el espectador se plantee qué hubiera hecho él entonces o, mejor dicho, qué le hubiera gustado hacer de encontrarse en una situación parecida a la de nuestros personajes. La respuesta del espectador no tiene porqué coincidir con la mía ni mucho menos.

¿Has llegado alguna conclusión nueva tras el rodaje?

Tengo mis opiniones, pero me da la impresión que puede interferir un poco en la visión que los espectadores tengan de la película. Aunque no lo parezca, es inevitable que luego se vea la luz de lo que has oído. Prefiero que sea un acercamiento más limpio. En el fondo, me gustaría creer en eso tan bonito que decía el crítico francés Serge Daney sobre que hay películas más inteligentes que los directores. A mí con muchas me ocurre. Ves al director hablando y luego la película es mucho más ambigua, mucho más rica. Me gustaría no cerrarle puertas a la gente.

¿Qué fue lo más difícil del rodaje?

No sé qué decirte. Al final lo más complicado fueron cosas ridículas. Da ganas de contar historias épicas de un rodaje en la selva, pero al final te encuentras con problemas muy banales que te complican la vida. Algunas cómicas. Por ejemplo, te encuentras en medio de la selva y tienes que parar el rodaje porque hay obras. No puede ser. En Perú estaban rehaciendo un puente que se había caído por las lluvias y tuvimos que parar por el ruido.

¿Cuando decidiste dedicarte al cine y cuáles fueron tus motivaciones? ¿Han evolucionado desde entonces? ¿De qué manera?

Recuerdo que de niño quería ser escritor y, en algún momento impreciso, eso se confundió con las ganas de hacer películas. Al principio lo que más me interesaba era relatar historias, lo más fantásticas posibles, pero con el tiempo me he dado cuenta de que lo que más me interesa es la capacidad del cine para permitirnos vivir experiencias que de otra modo sería imposible tener, ir a lugares y conocer gentes que sin la excusa de la cámara difícilmente conocería con tanta cercanía.