La amarga fruta de Billie Holiday


Doce versos que denunciaban los linchamientos de personas negras se convirtieron en una de las canciones más famosas del jazz. La interpretación de ‘Strange fruit’ por parte de Billie Holiday marcó un punto y aparte en la cultura popular


IRENE G. RUBIO
Diagonal




Las versiones son contradictorias, pero todas coinciden en la escena del crimen y apuntan a tres protagonistas. Un día, a principios de 1939, Abel Meeropol, alias Lewis Allan, entró en el Café Society de Nueva York con un poema bajo el brazo. Allí se encontraban el dueño, Barney Josephson, y la estrella del local, una cantante de 24 años llamada Billie Holiday.

El poema, Strange fruit, basado en el linchamiento de negros, se convirtió en una de las primeras canciones protesta negras y marcó un antes y un después en la cultura popular norteamericana.

A partir de aquí, la conversión del poema en una canción de éxito tiene una maternidad bastante discutida y está rodeada de rumores, mitos y medias verdades. Algunos de sus protagonistas han sido olvidados con el tiempo; otros han sido enterradas bajo una montaña de prejuicios.

Abel Meeropol, profesor de un instituto del Bronx, llevaba una doble vida como miembro del partido comunista. Poeta y escritor, firmaba sus obras como Lewis Allan; escribió Strange Fruit en 1935, impactado por la fotografía de un linchamiento.

Más tarde el poema se convirtió en una canción que se interpretaba con regularidad en círculos izquierdistas; de hecho, hubo una cantante negra, Laura Duncan, que interpretó la canción mucho antes de que Holiday la hiciera famosa.

Los libros de historia recuerdan a Meeropol porque se hizo cargo de los hijos de Ethel y Julius Rosenberg, matrimonio de judíos comunistas ejecutados en la silla eléctrica bajo la acusación de espionaje. Aunque abandonó el partido en 1947, Meeropol fue espiado por el FBI durante casi toda su vida. Cuando murió en 1986, enfermo de Alzheimer, Strange fruit sonó en su funeral.

El sitio equivocado, la gente correcta

Barney Josephson era el dueño del Café Society, el primer club de jazz no segregado donde personas de todas las razas podían mezclarse en la audiencia. De origen letón y querencias izquierdistas, era un novato en el negocio musical; hasta entonces había trabajado en zapaterías. Fundó el Café Society en 1938 inspirado en los cabarets europeos, con el lema “El sitio equivocado para la gente correcta”.

Pronto, una clientela de estudiantes, sindicalistas, intelectuales y amantes del jazz llenó el local, que contaba con el asesoramiento musical del mítico John Hammond, productor e impulsor de las carreras de Billie Holiday, Count Basie o Benny Goodman. En definitiva, era el lugar ideal para estrenar Strange Fruit, una canción que, según contaba Josephson, fue él quien incluyó en el repertorio de Holiday y auspició en su local.

El Café Society era algo demasiado bonito para durar mucho tiempo. En 1947 Leon, el hermano de Josephson, fue condenado por el Comité de Actividades Antiamericanas por comunista. Los ataques se extendieron a toda su familia y la asistencia al Café Society bajó radicalmente; el local quebró y tuvo que cerrar. Más tarde, Josephson fundó una pequeña hamburguesería que acabó convirtiéndose en una exitosa cadena de restaurantes…

El blues de Lady Day

Sin embargo, quien se suele llevar la peor parte en esta historia es Billie Holiday. Aunque parece ser que no fue ella quien musicó el poema, su interpretación dio vida a los versos, de modo que hoy la canción no sería lo mismo sin Holiday. A pesar de esto, la mayoría de las versiones de lo sucedido minimizan su labor y hablan de una mujer ignorante y pasiva que ni siquiera comprendía el contenido de la letra.

Como señala Angela Davis en Blues legacies and black feminism, la imagen que se tiene de Billie Holiday “se apoya en información biográfica sobre su vida personal a expensas de un reconocimiento de su papel como productora cultural, lo que es, después de todo, la razón de su imperecedera importancia”.

Leer sobre la vida y obra de Holiday es leer la historia de una víctima; su autobiografía, Lady sings the blues (escrita con William Dufty), muestra en cambio una imagen bien distinta. Holiday se retrata como una mujer hecha a sí misma que consiguió salir adelante en las circunstancias más terribles, y cuenta sus andanzas con una divertida mezcla de orgullo y chulería. Una pequeña muestra: “Cuando mamá y yo nos reunimos (…) en Harlem, la Depresión ya había empezado. Al menos eso oímos decir. Para nosotras una depresión no era nada nuevo: siempre la habíamos tenido”.

La Billie Holiday que se encontró con Meeropol y Josephson en el Café Society había vivido, con 24 años, el equivalente a varias vidas. Hija de una madre adolescente, tras sufrir la pobreza, la prisión y los oficios más duros, de prostituta a criada, había conseguido labrarse una carrera como cantante trabajando a destajo en clubes y realizando giras agotadoras.

Y sabía muy bien lo que era el racismo. Si la experiencia de ser negra en una sociedad segregada no era suficiente, su gira con la orquesta de Artie Shaw por el Sur, en la que hasta el simple hecho de parar a comer o dormir en un hotel era un problema por el color de su piel, le había dejado las cosas bien claras. Dos años antes, su padre, trompetista, había muerto tras deambular enfermo por varios hospitales de Dallas que se negaban a admitirle por negro.

Quizás, el talento de Holiday como cantante fue trasladar su experiencia a sus interpretaciones, insuflando un aliento de vida y verdad a cada verso que cantaba. Como observa Angela Davis, era capaz de dotar de profundidad e ironía a las canciones sentimentales que le endilgaban, desviándolas muchas veces de las intenciones originales del autor. En una época en que los negros recibían el peor material musical, “su genialidad fue dar una forma estética a sus experiencias vitales que las convertía en ventanas a través de las que otras mujeres podían examinar críticamente sus propias vidas.

Ofreció a otras mujeres la posibilidad de comprender las contradicciones sociales que encarnaban y representaban en sus vidas –una comprensión que ella nunca logró en su propia vida–”, cuenta Davis.

El mero hecho de cantar Strange fruit demuestra un tremendo coraje por parte de Holiday. Al hacerla suya y convertirla en un elemento central de su repertorio, a pesar de las resistencias de su discográfica, de las suspicacias de las audiencias, del boicot de muchas radios, Holiday hizo su particular posicionamiento político.

Angela Davis lo dice mucho mejor: su interpretación de Strange fruit “cambió casi a solas la política de la cultura popular americana, puso los elementos de protesta y resistencia de nuevo en el centro de la cultura musical negra contemporánea”